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lunes, 23 de noviembre de 2015

Crónica


La yegua favorita de Villa

*Valioso obsequio de don Andrés Páez Chavira hizo surgir históricas añoranzas equinas en torno al famoso Centauro del Norte. *La fuente informativa, idónea a carta cabal, era el general de brigada don Nicolás Fernández Carrillo, jefe de la escolta de Villa. *De los años 60 a los 70 venía a Parral cada 20 de julio acompañando a la señora doña Austreberta Rentería viuda de Villa. *Se alojaban en casa de la familia de don Jesús Torres Méndez, en calle José María Arteaga atrás de la plaza del Gambusino. *Nadie como don Nicolás pudo ver de cerca y grabar en su memoria mil hechos ordinarios, o muy sobresalientes, en la vida de Villa.

Por Jesús González Raizola*
     Porque sabe de mi admiración, absolutamente razonada, por el caudillo revolucionario, mi amigo don Andrés Páez Chavira, hombre de muy reconocida prosapia periodística, me obsequia una diminuta estatuilla  de sólo 16 milímetros de altura, que trajo ayer de Parral, y que constituye una verdadera filigrana, realizada en plomo con extraordinaria habilidad y finura.
     Es un jinete, que don Andrés Páez afirma que representa al general Pancho Villa, que monta un caballo, erguido sobre sus patas traseras, lo que en la cabalística se interpreta que cuando el caballo está en esa posición su jinete murió en un combate, lo cual en éste caso, no corresponde a la forma en que perdió la vida el Centauro del Norte.
                Se creé también que si el caballo tiene una de las patas frontales en el aire, la persona murió por heridas recibidas en combate. Y si el caballo tiene las cuatro patas en el suelo, la conseja popular afirma que su jinete falleció de causas naturales.
                Don Andrés me entrega esa para mí valiosísimo obsequio al momento en que el lunes 19 de octubre del 2015 me incorporo a la mesa del popular desayunador PAM PAM de don Pirrín Méndez, donde ya ocupan sus lugares el propio señor Páez Chavira, el prominente abogado don José Manuel Aburto Ramos y el siempre amigable y cordial empresario don Gustavo Villegas.
                En la atractiva pequeñez de la estatuilla, yo veo en mi imaginación la gigantesca presencia de quien gobernó a Chihuahua, con suma atingencia e inigualada rectitud, por sí o por sus allegados de más capacidad y de su mayor confianza, de 1913 a 1915, y me imagino que cabalga en la finísima yegua de raza árabe a la que la familia Russek, en Jiménez, bautizó como «La Muñeca», pero  la que después Villa le llamaba «La Siete Leguas», porque corrió esa distancia sin parar, y con ello salvó a su nuevo amo de una muerte segura.
                De la misma manera, en el limitadísimo tamaño del caballito de la estatuilla que me obsequió don Andrés, me hago la ilusión de ver a «El Niño» sobre cuyo lomo, según me reveló el general Fernández, Villa se movilizó durante todo el día que duró la Batalla de Zacatecas.
                Don Nicolás, el hombre que de la lealtad hizo una profesión de rara fidelidad pocas veces vista entre humanos, me platicaba que «El Niño» seguía a Villa cuando el general desmontaba para inspeccionar las baterías de los cañones del general Ángeles o las de las ametralladoras del Estado Mayor, y, decía don Nicolás, «allí iba ´El Niño´, tras de Villa, sin que nadie lo jalara de la rienda, siguiendo a su amo en plena batalla».
                Aclaraba el general Fernández:
                «El ´Niño´ no seguía, propiamente a Villa. Se le emparejaba, o sea que caminaba a la par de Villa, como protegiendo con su cuerpo al cuerpo del general entre la lluvia de balas que le dirigían los enemigos desde arriba de La Bufa, de las que ninguna tocó, ni de rozón,  al «El Niño» no le espantaban ni el nutrido tiroteo, ni el ensordecedor estrépito de los cañonazos, ni el cercano estallido de las granadas. Y decía que era notable la firmeza con que «El Niño» pisaba entre el pedregal de los cerros de Zacatecas, cuidando de no resbalarse. Como si supiera que llevaba en su lomo al combatiente de la más alta jerarquía de los miles que participaron en la sangrienta batalla, que duró diez horas, a partir de las nueve de la mañana del 23 de junio de 1914.
                Mi imaginación me indicaba que el caballito de la estatuilla también podría ser «El Gringo», que según el general Fernández Carrillo era un hermoso caballo tordillo sacado de las cuadras de Hearst en Babícora, y que se lo dejó a Villa el general Medinabeitia cuando éste salió de San  Jerónimo, hacienda de los Almeida en Bachíniva hacia Chihuahua, y Villa iniciaba el largo viaje por la sierra para su incursión en Columbus.
                Suponía don Nicolás que Villa tenía «algo de maña o de magia» para hacer que se le «encariñaran» los caballos. Y también las personas, porque quienes queríamos a Villa lo queríamos a morir, y eran pocos los que no valoraron esas cualidades del revolucionario.
                En «El Gringo» Villa fue y vino a Columbus. En el lomo de «El Gringo» llegó a ciudad Guerrero donde lo hirieron en la pierna izquierda. Decía don Nicolás que como Villa ya no podía montar, lo «echamos» en un carrito tirado por una mulita de esos carritos que llamaban «buggys» y de allí hasta la cueva donde lo escondimos y nadie pudo encontrarlo.
                «Pues allí tiene usted que «El Gringo», sin montura, suelto, se fue siguiendo el carrito donde iba Villa herido y se acercaba tanto para ver al general, que Villa alcanzaba a darle sus palmazos en el pescuezo  y el caballo relinchaba, sin duda porque disfrutaba las caricias de su amo».
                Al dejar a Villa en la cueva, explicaba don Nicolás que él se llevó a «El Gringo» a Santa Gertrudis, donde se aposentaron un tiempo los hombres de la escolta que jefaturaba don Nicolás, mientras Villa sanaba de la herida que le provocó aquella bala perdida en Guerrero.
                Al agradecer a don Andrés el regalito, me comprometo ya que estoy en el tema, a escribir en fecha próxima, lo que me platicó don Nicolás de cuando él, con sólo un asistente, llevó dos veces a médicos de Parral a darle curaciones a la pierna herida del Centauro del Norte, hasta la cueva donde lo habían dejado escondido.
                Y de las estrategias que utilizó para allegarle a su general los víveres, el agua, las medicinas, la ropa, los informes, el parque y las armas para Villa y los dos cuñados, Corral de San Andrés, que permanecieron con él, con Villa, los tres meses que trascurrieron para que sanara totalmente su herida.
                Sin discusión, esos comportamientos eran de una lealtad verdadera.
               
Chihuahua, octubre de 2015.
*Premio Nacional de Periodismo 1973.
    


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