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jueves, 30 de julio de 2015

Crónica

Valle de Juárez, pesadilla de los locos 
que no tienen a dónde irse

- Guadalupe y Práxedis casi están despoblados por la amenazante presencia del crimen organizado
-En 1849 los fundaron mexicanos que vivían en Texas y Nuevo México, pero que prefirieron venirse a estar en suelo gringo
-Con el Tratado Guadalupe Hidalgo de 1848 perdimos la mitad de nuestro  territorio desde el Golfo hasta la California
-De allá vinieron y hacia allá se están yendo, porque ya se perdió la tranquilidad en el Valle de Juárez
-Con Clinton intentaron recuperar sus viejas herencias, pero fracasaron por colusión entre autoridades de México y EE UU
-De 1902 hasta 1911 San Ignacio era escondite de Anti reeleccionistas y de Magonistas. Con ellos venía Práxedis Gilberto Guerrero
-Por eso los viejos del pueblo le pidieron en 1933 al gobernador Rodrigo Quevedo que este municipio llevara ese nombre

Por Jesús González Raizola*
       Don Alfonso Taracena en el segundo de sus seis tomos de Verdadera Historia de la Revolución Mexicana, escribe que el 24 de enero de 1910 el cónsul mexicano en El Paso  se quejó ante el comandante del Fort Bliss de que algunos revoltosos bien conocidos, el último domingo en la tarde, cruzaron  el Río Bravo y tomaron posesión  de la pequeña población de San Ignacio, retornando después a la margen americana con el botín que recogieron en aquel lugar llamado San Ignacio.
          A página seguida, agrega Taracena:
«Desde muchos años antes de 1910 los cónsules mexicanos informaban al secretario de Relaciones de Porfirio Díaz, que era intensísima la propaganda Revolucionaria en uno y otro lado de la frontera entre México y los Estados Unidos».
       Reproduce Taracena, como muestra de lo antes dicho, algunos de los informes de los cónsules mexicanos a su cancillería:
         «… el 20 de junio de 1908 se descubre una conspiración de veinte  Magonistas en Casas Grandes que se levantaron en armas el 25…
         «… ese mismo día otro grupo de Magonistas bien montados y armados entran a Viesca, Coahuila, cometen tropelías y se llevan veinte mil pesos de un banco…
     «…el 26, cuarenta hombres atacan Las Vacas, hoy Acuña frente del Río y al ser rechazados mueren once rebeldes y nueve soldados federales…
     «…el 30 de junio de 1908 atacan Palomas, al norte de Chihuahua, en número de once revoltosos de los que nueve son aniquilados…»
        Pero en el caso de los de San Ignacio, mentía  el cónsul porque en la realidad los habitantes de ese pueblo eran amigos, casi correligionarios de los Magonistas , quienes venían  en el  tren del Texas Pacific o bien de San Antonio o de El Paso, se bajaban en la estación de Tornillo, frente a San Ignacio, lugar éste, en aquel tiempo, muy aislado, entre bosquecillos y matorrales de sabinos y mezquites, por lo que lo preferían los Magonistas para descansar y estar tranquilos, por lo menos unos días, a salvo de la persecución que sobre ellos desataba sin piedad el gobernador Enrique Creel y Porfirio Díaz, desde Chihuahua y desde México, respectivamente.
        El que escribe nací en suelo de Práxedis G. Guerrero. En la parcela de mi padre, barriada de Rinconada de Gallegos, ejido de Porvenir, el 15 de octubre de 1937.
        En la escuelita de tres grados, en la Rinconada de Porvenir, me dio clases aquel  muy estimado profesor Antonio Luna Soto. Luego, en Congregación Esperanza, cursé de cuarto a sexto, con los muy competentes profesores Teódulo Montana Viesca, de nuevo Luna Soto y don Alfredo Chávez Luna que además de atender el sexto era el director de la escuela   «Daniel Delgadillo».
En vacaciones de secundaria o de los tres años que estudié en la escuela  de Agronomía en Juárez, me hicieron el favor de ocuparme, como escribiente, en la Presidencia Municipal de Práxedis, primero el alcalde don Andrés Fierro y luego el doctor Oscar Hurtado Padilla. Y cuando lo requerían, también me daban chambitas don Ignacio Cedillos, que era el Juez Menor, don Lorenzo Reyes Aragón, que era el sub agente del Ministerio Público, don Pedrito Gardea Téllez, que era el tesorero municipal, don Manuel Miranda, delegado de Tránsito del estado, hasta el profesor Abraham Salazar, director de la escuela «Lucas Balderas» iba en ocasiones a que le pasara a máquina textos de sus informes y documentos escolares.
Ellos, sobre todo los funcionarios públicos citados, eran personas de bastante edad, rebasaban los setenta pero bien conservados, y cuando yo daba por concluida mi tarea matutina o vespertina, me agradaba muchísimo acercarme a oírlos platicar, sobre sus trabajos, sobre política, sobre sus memorias, sobre sus antepasados, pues todos ellos eran descendientes directos de los fundadores del pueblo, venidos de Texas y Nuevo México porque quisieron seguir siendo mexicanos cuando aquellas tierras pasaron a ser gringas.
Por lo que les oía, incluso ellos eran jóvenes o tal vez adultos tempraneros, cuando los Magonistas, cincuenta años atrás, venían a refugiarse a San Ignacio.
Sí,  ellos eran, en realidad, parte de las familias Cedillo, Beanez, Pérez, Carreón, Candelaria, Sandoval, Barraza, Miranda, Luna, Martínez, Vega, y otras muchas, cuyos apellidos aún existen en muchos lugares de Texas pero sobre todo de Nuevo México donde, según les oí  en sus pláticas, conservaban numerosos parientes, asentados, de alguna manera, en lo que fueron sus pertenencias antes del Tratado de 1846. La mayoría de éstos personajes que atraían mi atención, sabían inglés, por costumbre familiar, como don Pedrito Gardea, viejecito bonito, atento, amable que cuando llegaba, me saludaba: «Manuelito, good morning por la mañana». O bien, emitía el «I am sorry, perdón my», cuando en algo se equivocaba.
 En la oficina del presidente había un cuadro al óleo con la efigie de Práxedis G. Guerrero y la leyenda: «Muerto en Janos el 30 de diciembre de 1910»
Una tarde me atreví a preguntarles:
–¿Ustedes lo conocieron?
Y todos contestaron con la afirmativa, dándome confianza para hacerles otra pregunta:
–¿Cómo y dónde lo conocieron?
Se adelantó don Nacho Cedillos, el juez menor,  y dijo. Me dijo:
–Lo conocimos aquí, Manuelito. Aquí  cuando venían los precursores de la Revolución y cuando venían los Magonistas. Casi estoy seguro que Práxedis vino, una o dos veces, en 1908. Ya no recuerdo si un poco antes, o un poco después. Eran los tiempos en que ellos venían aquí, porque aquí tenían nuestra amistad y ellos nunca nos ofendieron en lo mínimo.
Habló don Pedrito Gardea y mirándome con ojos amables me aclaró:
–Práxedis era un muchacho muy joven. Simpático. Muy platicador. Muy educado, Muy decente. Y se notaba que los demás lo respetaban. Le manifestaban mucho cariño. Mucho afecto. Igual que a todos nosotros.
– ¿Y los otros,  quiénes eran?
–Mire Manuelito: de alguna manera supimos que venía Juan Sarabia, Prisciliano Silva, Santiago Holguín, Luis Mata, Chava Medrano, Enrique Flores Magón, y otros, ya usted a saber quiénes serían. Todos muy ordenados.  Muy respetuosos. Traían sus lonches. Sus bebidas. Y las compartían hasta donde les alcanzaba. Una de las últimas visitas  venían los muchachos de aspecto gringo que en un papel anotaron sus nombres. Parece que decían Jack London uno de ellos. Y Richard Francis el otro. Según esto, éstos dos muchachos eran periodistas», me dijo solemne como siempre, don Andrés C. Fierro,  que era Presidente Municipal, un señor alto y delgado, de seguro unos ochenta años de edad. Andaba siempre muy derechito. Caminaba muy aprisa. Su voz era muy fuerte. Ya era el agricultor que siempre llevaba al despepitador la primera paca de la cosecha de algodón cada año.
–¿Y quién le puso el nombre de Práxedis al pueblo y al municipio?
–Nosotros–,  contestan don Dagoberto (don Beto) Cedillos y casi en dúo don Octavio Beanes. Y explicaron:
–Un buen día vino Pancho Rodríguez que era diputado por Juárez, y nos dijo que estaban cambiando los nombres de los pueblos. Que San Ignacio se iba a llamar General Salvador Alvarado en lo sucesivo. Que ya era un hecho, pero todos en el pueblo le dijimos que no lo aceptaríamos. Que sin quererlo, que sin discutirlo, nosotros pediríamos que se llamara Práxedis G. Guerrero. Y nos molestó el desafío del diputado que dijo que palo dado ni Dios lo quita. Pues verás que si lo quitamos. Y nos organizamos como pudimos, y unos diez o doce nos fuimos a Juárez y agarramos el tren para Chihuahua, con el fin de manifestarle nuestra inconformidad al gobernador Rodrigo Quevedo.
Yo muy atrevido, conchudito, hasta irrespetuoso le dije:
¿Y qué pasó. A lo mejor el gobernador Quevedo ni los recibió?
Responde don Práxedis Acosta, el dirigente campesino local:
–Si. Si nos recibió en el Palacio de Gobierno. Y al grano le dijimos que si él no tenía algún inconveniente, queríamos que nuestro pueblo  y nuestro municipio se llamara Práxedis Gilberto Guerrero.
–¿Cómo voy a tener inconveniente si Práxedis y yo fuimos compañeros de armas. Anduvimos juntos por Casas Grandes, por Palomas, por Ascensión. Fuimos Magonistas los dos. ¡Cómo voy a tener inconveniente, hombre!
–Así nos contestó. Y platicó algunas de sus andanzas como Magonistas al lado de Práxedis, junto con su hermano Silvestre Quevedo, con Enrique Flores Magón. Y luego recordó algo de cuando anduvo en las diferentes etapas de la Revolución Mexicana. Y no sólo ordenó poner el nombre de Práxedis a San Ignacio sino que también ofreció que iba a ordenar localizar los restos de Práxedis en Janos para llevarlos a Chihuahua. Nos invitó a comer, con unos tragos de sotol, y mandó a una persona a comprarnos los pasajes del tren que pasaba a las once de la noche hacia Juárez.
El 30 de diciembre de 1933, en el 23 aniversario del fallecimiento de Práxedis G. Guerrero, la 35 Legislatura de Chihuahua aprobó y decretó la propuesta de los habitantes de San Ignacio secundada por el gobernador Quevedo, y desde esa fecha es el nombre oficial de este municipio del Valle de Juárez, ahora, en 2015, al igual que el de Guadalupe, su vecino inmediato, padece el acoso del crimen organizado al que nadie le pone fin de verdad, no solamente con declaraciones periodísticas.
Los diputados que aprobaron el nombre de Práxedis para San Ignacio fueron los siguientes:
José Chacón Vázquez, por Chihuahua; Carlos Ávila, por Parral; Juan Arias, por Cusihuiriachi; Francisco G. Rodríguez, por Juárez;  Juan J. Natividad, por Camargo; Juan N. Fernández, por Jiménez; Francisco V. Antillón, por Guerrero; Eugenio Prado, por Aldama; Gustavo Baca Parra, por Casas Grandes; Cipriano Yáñez, por Batopilas; Miguel Chávez Palma, por Guadalupe y Calvo; y Ángel Salido, por Uruachi.
Concluyo este texto, con un terrible eco zumbando mis oídos: «Sólo los locos estamos quedando en el Valle de Juárez, porque no tenemos para dónde irnos».
Chihuahua, julio del 2015.

*Premio Nacional de Periodismo 1973

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