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jueves, 30 de julio de 2015

Amenaza con descarrilar la sucesión de Duarte

Por Antonio Pinedo

            A 90 días de que inicie formalmente el proceso electoral por parte del Instituto Nacional Electoral y a cinco meses de que formalmente los partidos tengan candidatos a la gubernatura, en Chihuahua la contienda electoral se desborda y escapa de las manos del gobernador César Duarte, quien, según la tradición priista es quien debería conducir en calma el proceso de sucesión… de su propia sucesión.
            Estamos ante un proceso interno atípico, en las últimas décadas, de Manuel Bernardo Aguirre para acá, los procesos internos del Partido Revolucionario Institucional, habían sido reñidos a intramuros, pero se salía con un candidato de unidad, siempre con la bendición de las fuerzas políticas en el Centro, con el visto bueno del presidente de la república en turno en el caso de los procesos anteriores al año 2000 y con el visto bueno de la  «nomenklatura» priista en los  tiempos de los gobiernos federales panistas.
            La decisión del Centro fue importante hasta en el triunfo de Francisco Barrio Terrazas, candidato panista cuyo triunfo buscó y consiguió el presidente Carlos Salinas de Gortari, a quien la elección de Jesús Macías no le reportaba ningún beneficio o ganancia política y en cambio la elección y reconocimiento de la victoria del candidato del Partido Acción Nacional, Francisco Barrio, lo proyectaba al mundo como un demócrata, como un presidente que enmendaba el atropello de 1986 y estaba abierto a la alternancia.
            Breve historia de la sucesión
            El propio Manuel Bernardo, conocedor de las reglas de la política nacional, jamás opuso un contendiente frente a Óscar Ornelas Kuchle, a quien el presidente José López Portillo, llamaba «Ornelotas» y a quien proyectó con mucha anticipación a la gubernatura.
            Nadie se opuso tampoco cuando desde el Centro, venía con la bendición del presidente Miguel de la Madrid,  Fernando Baeza Meléndez, a quien incluso le quitaron del camino a Francisco Barrio en un proceso electoral que pasó a la historia.
            La sucesión de Baeza Meléndez ya fue comentada, el presidente de la república Carlos Salinas de Gortari, ni el nombre de Jesús Macías se sabía,  le llegó a llamar Jesús Mendoza, pero tenía presente el nombre de quien quería en la gubernatura y aún es recordado que Barrio Terrazas se ganó la fama del gobernador más salinista del país.
            En 1998 no se le debía nada al PAN y el dominio de Artemio Iglesias Miramontes de las estructuras priistas, parecían dar claridad a la sucesión.  «El filósofo de Rubio» se jactaba «como me la pinten brinco», hombre de partido tenía una amplia experiencia en procesos electorales y era bien visto en el PRI nacional, pero el presidente Ernesto Zedillo no veía bien a los priistas y el ex gobernador Fernando Baeza, con el Grupo Atlacomulco atrás, toma de la mano a Patricio Martínez y se lo «vende» a Ernesto Zedillo, quien después se arrepintió de haberlo hecho gobernador, según sus propias palabras.
            Sin árbitro en Los Pinos, sin el «fiel de la balanza» que era un presidente priista, como lo definió José López Portillo. Fernando Baeza vuelve a demostrar su conocimiento de la política nacional al realizar la misma operación que con Martínez García, ahora con su sobrino José Reyes Baeza, en el camino se quedaba el candidato soñado por el gobernador: Víctor Emilio Anchondo Paredes.
            La sucesión de José Reyes Baeza, es parecida a la anterior, se sigue sin tener el árbitro que los priistas tenían en Los Pinos. Baeza Terrazas, le sirve la mesa a Oscar Villalobos, también del Grupo Delicias, también miembro de la familia. Vuelve a imponerse la «nomenklatura» priista ahora encabezada por la presidente del PRI, Beatriz Paredes Rangel y por los influentes Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón.
            El Centro se vuelve a imponer con la candidatura de César Duarte Jáquez, quien ahora, sin dominio sobre su propia sucesión, realiza movimientos políticos en los que las señales se cruzan y trata de proyectar control sobre la misma y olvida las lecciones de política que impartió Manuel Bernardo Aguirre.
            Olvida los usos y costumbres
            El gobernador César Duarte, pretendiendo olvidar las reglas que rigen a este proceso desde hace décadas, jugó con un amplio espectro de posibilidades para sucederlo: Enrique Serrano Escobar, Javier Garfio Pacheco y Marcelo González Tachiquín, en una primera etapa, luego subió también a la contienda al presidente del Supremo Tribunal de Justicia José Miguel Salcido Romero.
            Teniendo a cuatro en su «terna», da signos de haber tomado la decisión a favor de Enrique Serrano Escobar  y aquí sube a un quinto contendiente al nombrar coordinador de Políticas Públicas, al ex alcalde de Ciudad Juárez Héctor Murguía Lardizábal, no obstante en la percepción de los observadores políticos existe la certeza de que su candidato es sin lugar a dudas el alcalde juarense, no obstante esto último aún se da el lujo de seguir «placeando» a sus cinco precandidatos, alentándolos e ignorando a quienes por sus actuales posiciones o pertenencia de grupo como es el caso de Marco Adán Quezada  y en el primero de los casos las senadoras Lilia Merodio y Graciela Ortiz, están en posibilidades de buscar la candidatura del PRI a la gubernatura, como ya lo han manifestado los tres.
            La sucesión hoy se da en un reclamo fuerte de «suelo parejo» por parte del exalcalde de Chihuahua Quezada Martínez y de la senadora Merodio Reza. Graciela Ortiz, dice estar en estado zen y esperando los tiempos… mientras tanto el proceso amenaza con desbordarse y evidentemente no está en manos del gobernador César Duarte, como tampoco lo estuvo en manos de Fernando Baeza en 1992.

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