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lunes, 19 de septiembre de 2016

La lección de la elección


 Por Félix Manuel Lazos Ibarra 

        Se hizo evidente desde el inicio de las campañas, tanto a la presidencia municipal como a la gubernatura y, desde luego, a las diputaciones por Chihuahua: la brutal cargada de la inmensa mayoría de los medios de comunicación hacia los candidatos del PRI. 
            Y esto es comprensible–-que no justificable–, si se toma en cuenta la insultante carretonada de dinero del erario de la que echó mano el gobernador del estado, para comprar las conciencias de estos medios.  Así, a billetazo limpio, César Duarte hizo gala de su cinismo y su capacidad corruptora para acallar a los medios que,  incluso, sin rubor alguno se dedicaron a hablar a su favor y atacaron con saña a su más cercano adversario, el panista Javier Corral Jurado. 
             Sin embargo, corruptor y corruptos se equivocaron al suponer que el factor económico sería el fiel de la balanza para engatusar al electorado, dando por hecho que eso sería suficiente para lograr, mediante el engaño y la calumnia, permanecer en el poder. 
Con ese hecho, desdeñaron e insultaron la inteligencia de la gente, que ya está harta de que le jueguen el dedo en la boca y que no estuvo dispuesta a tolerar un engaño más. De tener que aguantar y sufrir un sexenio más de cinismo, corrupción e impunidad como el de César Duarte Jáquez y sus cómplices. Por esa razón, la nomenklatura duartista se llevó un palmo de narices, al volcarse los electores a las urnas y manifestar su repudio contra la tiranía tricolor. 
           Lo demás es historia. La derrota del PRI fue tan aplastante como abrumadora. En esa derrota también llevan su parte los medios de comunicación, que sucumbieron a la tentación de vender su conciencia y su credibilidad por treinta monedas. En el pecado llevarán la penitencia. 
Resulta grotesco y vergonzoso, de pena ajena, ver ahora a aquellos «periodistas» que ayer le lamían las suelas a Duarte y echaban pestes contra Corral, hoy buscan afanosamente al gobernador electo para intentar congraciarse con él, con el obvio y ominoso propósito de sacarle provecho. La impudicia y la desvergüenza no tienen orillas. 
          En lo personal, no  fueron pocas las ocasiones en las que sostuve acaloradas discusiones con algunos colegas del oficio sobre el tema. Algunos de ellos me recriminaban mi crítica sistemática hacia el gobernador y su insaciable corrupción. Decían que con ello, sólo revelaba mis afanes de exhibicionismo y lucimiento personal. «Todo lo que buscas es la trascendencia, pasar a la posteridad», me dijeron. 
        En un ejercicio de honestidad, debo reconocer que puede que tengan razón. Puede que en mi fuero interno eso esté ocurriendo; que busque a través de mi oficio la trascendencia pero, en todo caso, sería la consecuencia, nunca la finalidad.  ¿Qué tendría eso de malo? Pienso además que las críticas no deben centrarse en aquellos que buscan trascender, sino en los que se atascan en la mediocridad. 
         La incongruencia y la simulación es un mal endémico social. Estoy pensando en algunos compañeros que, durante las campañas electorales tomaron partido por los candidatos del partido que ha sido, es,  y seguramente será sinónimo de la corrupción y el autoritarismo. Esos compañeros  que enderezaron sus baterías para atacar a los opositores al PRI, que se alquilaron como vulgares porros tricolores, hoy buscan a los gobernantes electos suplicando perdón y olvido.   
        Sin embargo, Corral y Cabada, deben estar conscientes de que los resultados electorales no constituyen un cheque en blanco del que pueden disponer, cobrar y echarse a dormir. 
Ambos deben saber que tales resultados no son producto de su ángel, simpatía, sex appeal, o arrastre en materia de popularidad, sino de un pueblo que rebasó los límites del hartazgo de un régimen soberbio, arrogante y tirano que lo agravió sistemáticamente, sin pensar que algún día se rebelaría para cobrarle la factura. Es decir, en términos reales, la gente no votó por ellos sino en contra de sus verdugos. 
De modo pues, que Corral y Cabada deberán poner sus barbas a remojar y aprender la lección en cabeza ajena. 
         En ese sentido, una mala señal manda Corral a sus electores cuando, en pleno ejercicio de transición de gobierno, desestima las críticas de una buena parte de la sociedad, que no ve con buenos ojos el hecho de tener en su equipo de seguridad a una persona cuya reputación está en entredicho.  Se trata de su jefe de seguridad Juan Manuel Escamilla León, quien cobró notoriedad en aquel sangriento episodio en Plazuela de Acuña, en donde encabezó un operativo policíaco en el cual dio muerte a presuntos delincuentes armados y atrincherados en una finca de aquella zona de la ciudad. 
       En este hecho, aun y cuando Escamilla fue acusado de exceso de fuerza y abuso de autoridad, enfrentó la acusación y fue absuelto, la mancha ahí está. 
        Un elemento más que abona a la desconfianza ciudadana hacia el personaje de marras, es el testimonio del abogado y activista Jaime García Chávez, quien le hizo saber de viva voz a Corral Jurado de las amenazas que Escamilla, siendo éste el jefe de guaruras del ex gobernador Patricio Martínez  le lanzó. Es decir que a la luz de los hechos, estamos ante un personaje peligroso; un represor social proclive a la violencia.  
       «Nadie mejor que Javier Corral sabe quién reúne el perfil adecuado para cuidar de su seguridad personal y la de su familia», dijo una voz en defensa de la decisión del gobernador electo de conservar a Escamilla. Y acaso tiene razón; a Corral le asiste todo el derecho de colocar ahí a quien mejor considere, pero no a costa poner en riesgo la seguridad física de la sociedad, sobre todo de aquel sector que lo eligió, y que expresa un fundado temor de que, en cualquier momento, pudiera ser víctima de abusos y atropellos por parte de Escamilla o sus subordinados. Pudiera ser este un aviso a tiempo. 

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