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viernes, 30 de septiembre de 2016

Un fresco viento de esperanza

                              
Félix Manuel Lazos Ibarra

Por fin, parece que la justicia se digna en asomarse a través de la rendija donde mora –donde moramos– un pueblo harto y asqueado que se niega a la resignación de vivir en un país donde el cáncer de la corrupción y la impunidad que lo carcome, amenaza con hacer metástasis y aniquilarlo sin remedio.
Y esta, nuestra esperanza, no es una utopía o quimera producto de la desesperación que, a veces, genera alucinaciones o espejismos. No, esta vez el optimismo tiene sus fundamentos como soporte.
Hasta hace apenas unos meses, cierto, esta esperanza se veía apenas como un punto lejano, casi inasible, en la inmensidad del infinito. Y este pesimismo tenía también sus motivos para habitar entre nosotros.
¿Y cómo no íbamos a ser escépticos, si uno de los mayores escándalos de corrupción política en la historia de nuestro país, se dio en las más altas esferas del poder, como la que enlodó al mismísimo presidente de la república Peña Nieto con su «Casa blanca»?  ¿Cómo no dudar de la justicia, si después de tan grotesco acto de ratería –conflicto de interés– le llaman algunos, este descarado acto de rapiña de Peña Nieto que fue una nota que, para vergüenza nuestra,  acapararon los medios de comunicación internacionales (los nacionales se hicieron pendejos) la «justicia» mexicana concluyó que no había delito que perseguir, y que el presidente era un hombre recto, sin mácula y rechinaba de limpio?
¿Cómo no dudar de la justicia, si los dos hombres que le siguen en materia de importancia y poder político, como Luis Videgaray Caso y Miguel Ángel Osorio Chong, el primero titular de la secretaría de Hacienda y el otro de Gobernación, hicieron exactamente lo mismo y también fueron exonerados?
Por falta de espacio, no nos ocuparemos aquí de otros casos similares de corrupción y enriquecimiento ilícito.  Sólo pensemos en algunos nombres: Humberto Moreira, Tomás Yarrington, Arturo Montiel, Mario Marín, etcétera, etcétera…  Todos fueron arropados por esa misma señora llamada impunidad.
De manera pues, que después de todo este agandalle de tan finísimas personas, era lógico y comprensible suponer que esta caterva de rufianes, que hicieron chilar y huerto con nuestra economía y nuestra dignidad, riéndose de nuestra apatía y dejadez se irían a disfrutar su botín a algún paraíso fiscal, sin molestarse en rendirle nunca cuentas a nadie.
Seguramente Cesar Horacio Duarte Jáquez, el tristemente célebre «Ratón Banquero», guardaba para si esa misma convicción.
El todavía (¡Chin!) gobernador de Chihuahua, en su ambición desmedida y voracidad enfermiza, no midió los alcances ni las consecuencias de su infinita maldad y su capacidad para corromperse y corromper.
Las pruebas de sus delitos y agravios en contra del pueblo chihuahuense son obvias y públicas, las evidencias de su deshonestidad son, a estas alturas, imposibles de ocultar.
Quién no recuerda aquel programa de Televisa, Punto de partida, conducido por Denisse Maerker, en el que Duarte negaba las acusaciones de corrupción en su contra, y en la que la reportera le mostró el documento firmado por él para formar el fideicomiso Unión Progreso, con su aportación personal de 65 millones de pesos, y en el que de manera burda e insolente Duarte respondió: «Bueno sí, es mi firma pero… ¿sabe cuántos papeles firmo al día?...¿Se imagina?... A lo macho que no me fijé».
Después tuvo que recular y aceptar que si aportó esa cantidad pero, dijo; «no es dinero mío en lo personal, sino de mi familia».
Por si fuera poco, más recientemente, el lunes 22 de agosto en el nuevo programa matutino de Loret de Mola, en entrevista con Duarte el conductor lo cuestionó acerca de sus múltiples propiedades, ranchos, banco, bienes inmuebles, farmacias, ganado y una larga lista de etcéteras.
Arrinconado ante la balconeada, Duarte sólo se limitó a expresar cínicamente; «Todo lo que tengo es legal y legítimo y tengo la manera de comprobarlo». Nunca dijo a que clase de pruebas se refería, ¿por qué? porque simplemente no las hay.
No hay manera de explicar y mucho menos comprobar, como es que un humilde vendedor de autos usados haya amasado, en un tiempo récord, una multimillonaria fortuna como la de César Duarte. Imposible.
Pero a cada santo se le llega su función, como reza el dicho popular, y Duarte está a punto de ver la suya. La justicia espera a este inescrupuloso depredador social.
En este caso de corrupción en particular, la impunidad que cobijó a los anteriores mencionados aquí, se va a quedar con las ganas. Por una razón muy simple; las condiciones actuales no son las mismas que las de hace apenas unos meses. La presión social que se derivó de la indignación popular, manifestada en las urnas el 5 de junio pasado, cambió radicalmente el panorama para los habitantes de Chihuahua, y desde luego también para César Duarte y todos aquellos pillos que suponían que sus trapacerías y agravios al pueblo chihuahuense quedarían impunes y nunca recibirían el castigo que merecen.
El pueblo habló, y habló fuerte. Más les valiera a aquellos que están obligados a impartir justicia, no poner oídos sordos a este reclamo, so pena de jugar con la dignidad y la paz social.
Mandar obedeciendo, esa es la consigna.

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