LOS AMIGOS
Por Ricardo Rodríguez
La leve brisa veraniega suavemente brizaba los acaso sueltos, entre rizos y mechones, entre castaños y dorados de los dos amigos; conversaban en el verano con el pelo casi húmedo de sudor y seco de electricidad, de calor de sol caliente y los esparcía en todas direcciones de lúdico y anticipado deleite, el pelo suelto, los leves mechones sueltos de los dos amigos, juguetes del viento o semiviento, caliente y ardoroso, pero al fin, brisa del verano, mas tenue.
Te digo, no es posible soportar, esta situación me agobia: trata de salir adelante no te claves: pero es que ya sabes lo que pasó, que qué pasó, de que pos, de lo que tú dices, te digo, que sí, que con todas sus letras, especialmente las cóncavas, me fastidió, me fastidió: y qué, ahora ya qué, qué bueno que te libraste del problema no, o a poco sí, todavía quieres, si todo mundo... por eso, por eso, pos no te entiendo
Y así, la brisa a las cinco de la tarde ya no se llamaba ni éter ni nada, nada movía los ya no tan secos, ya chorreantes casi, pero rizados mechones por el sudor y algo por la tierra del otro rato, cuando parecía que negro encima del cerro y pura tierra y se te pega en los cabellos, en los pelos; no, los dos amigos no sabían, no parecían, si no había aire, si no había sonidos sólo meneaban las bocas y no salía nada ni bueno ni malo ni mediano, pero seguían, qué se puede hacer a las cinco de la tarde, a la sombra de una puerta abierta de horno de panadería, sino hablar y a quién le importa que no salgan los sonidos, que no suenen, que no digan nada, pero decían...
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