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lunes, 15 de febrero de 2016

Crónica



Recordando a Martha Margarita

Por Jesús González Raizola*

            Faltaban 10 minutos para las 5 de la tarde del sábado 23 de enero de 2016 y la enorme área de salas de velación funeraria de la calle Pacheco en la ciudad de Chihuahua estaba desierta.
            Le pregunto al encargado en cuál serían las exequias de mi amiga Martha Margarita Rojano Lucero y sin contestar palabra alguna se levanta de frente al escritorio donde estaba sentado, me dice «por acá», y frente al atril donde estaba el cuadernillo para que se anoten los dolientes y los acompañantes. Me dijo «aquí», señalando la sala respectiva, en medio de un silencio y una soledad impresionante.
            Observé, de lejitos, que algo había escrito en los tres primeros renglones de la hoja de encima, la visible, del cuadernillo, y me acerqué para leerlos.
            En el reglón superior, dos palabras: «tus amigas». Y en los dos de abajo, dos nombres, en este orden: Toñeta Pinal González y Olga Leticia Moreno.
            Escuché que de la sala que me indicó el encargado. Se podía oír, muy quedo, apenas audible, un rumorcillo me atrajo.
            Desde la puerta de entrada a la sala advertí la presencia de dos mujeres que quedaban de espaldas a mí porque estaban sentadas ante el féretro colocado frente al Cristo crucificado que pendía de la pared del fondo de la sala velatoria.
            Tomé asiento, respetuosamente callado y reverente a mero atrás y desde allí estuve escuchando a aquellas dos damas que rezaban un rosario por el alma de su amiga estimada, fallecida este día por la mañana.
            Sólo ellas dos, allá adelante. Y solo yo acá mero atrás. Pero cuando terminaron de rezar Olga Leticia volteó y al verme levantó su brazo en señal de saludo, por lo que me acerqué a estrechar sus manos amigas, con las que ya habían colocado, encima del ataúd que permanecía cerrado, un ramo de flores muy sobrio, más bien era un manojo de flores frescas que si mucho apenas llegarían a la docena, cruzado con un ancho listón en el que podía leerse, impresas en negro, tres palabras:
            De tu familia.
            Reflexioné en que, a juzgar por todos aquellos indicadores de su cercana amistad con Martha Margarita, obviamente deseaban estar solas con su pesar y su dolor, por lo que les dije que allí estaría, atrás, solitario y repasando, rememorando algunos pasajes de la vida tan alegre, tan positiva, tan amiguera que tuvo la colega fallecida en sus ochenta y tantos años de vida tan bien vivida.
            En eso llegó una pareja, quizá eran un matrimonio que identifiqué y se sentaron atrás de Toñeta y de Olga Leticia. Con ellos ya eran cinco los acompañantes de Martha Margarita que estaba, descansando, ya para siempre, en su féretro.
            En eso llegó Agustín Ferreiro al que de momento no reconocí hasta que me preguntó: «¿tú trabajaste en El Heraldo?». Sí, le dije, y tú ¿Quién eres? Y en voz muy baja me dijo: «Soy Ferreiro al que tú y todos en El Heraldo de hace casi cincuenta y siete años me llamaban «Guty», muy jovencillo pues entré a trabajar a El Heraldo en 1957 y tu llegaste en el 58 o 59».
            Antes de iniciar con Ferreiro la que resultó ser una larga y casi histórica conversación sobre el periódico y los compañeros de aquellos tiempos, me preguntó: «¿quiénes son ellas?» Cuando vio a las dos damas que estaban a mero delante de la sala.
            Son, le dije a Ferreiro, Toñeta Pinal y Olga Leticia Moreno, que con su atribulada presencia nos ejemplificaban la estrecha amistad que tuvieron con Martha Margarita.
            —A Toñeta sí la conozco. Estuvo en El Heraldo. Y a Olga Leticia nomás de nombre, dijo Ferreiro.
            Por ello le narré, brevemente, que Olga Leticia, aunque nunca estuvo en El Heraldo, es una reconocida periodista. Conductora de radio y televisión, escritora de varios libros y muchos ensayos, promotora social, analista política y actualmente respetable funcionaria pública y amiga, sobre todo, de todos los viejos del oficio, y de los nuevos, ya que Olga Leticia posee el don de su gran simpatía personal fortalecida por su fácil comunicación y su docta palabra.
             Ya como a las seis de la tarde llegaron más personas. Ferreiro y yo optamos por ir a sentarse en la sala de espera contigua a la sala de velación, pero nos copó Raúl Ramírez que nos prodigó una ininterrumpida charla de hechos sucedidos en El Heraldo, que recuerda con exactitud, gracias a su buena memoria con nombres, fechas, sucesos, cual si fuera Raúl el mejor archivista de cualquier tiempo. 
            Llega don Juan Manuel Villalpando y Raúl suspende su charla parea recibir a Villalpando con un fuerte abrazo porque convivieron por largos años cuando Ramírez se desempeñaba, con acierto por cierto, como gerente general de El Heraldo de Chihuahua.
            Yo también apreté con fuerza la mano de Villalpando por quien supe, al decírmelo él por teléfono, que el cadáver de Martha Margarita estaba por llegar a la funeraria de la calle Pacheco y una trasversal de la que se nos escapa el nombre y me sugirió que fuéramos luego, antes de que llegaran otros concurrentes, y pudiéramos decirle nuestro «descansa en paz» a nuestra ex compañera de trabajo y gran amiga Martha Margarita y buscar, me puntualizaba Villalpando, a sus familiares para darles nuestras condolencias.
            «¿Qué familiares de Martha Margarita estarán allí?», me preguntó con Juan Manuel Villalpando. Le dije que suponía yo que estarían sus sobrinos los hijos de Jorge a los que desde niñitos ella siempre los consideró sus propios hijos, pues de hecho crecieron con ella en casa de doña Jesusita Lucero, su abuela y madre de Martha Margarita.
            Y sí, acorde a lo tan formal y tan propio que es Villalpando, ya tarde, entrada la noche, ubicó a uno de los hijos de Jorge y le dio el pésame, pues Juan Manuel tiene muy en alto el concepto del compañerismo y la amistad, aunque yo le había dicho que si no había familiares, el pésame debíamos dárnoslo nosotros mismos porque hemos perdido a una muy querida y estimada ex compañera e inolvidable amiga, llamada Martha Margarita Rojano Lucero.
            «Vámonos», me dijo Juan Manuel ya pasadas las diez de la noche y en su auto me llevó hasta mi barriada, sin dejar de hablar de la vida y nuestra amistad con Martha Margarita.

*Premio Nacional de Periodismo 1973.

Chihuahua, Chih., enero de 2016.   
 
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