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viernes, 28 de octubre de 2011

Sobre la tipografía


Algo sobre Jobs, Rodas, «Mava», Irigoyen… en fin, cosas estrictamente personales y por supuesto un oficio centenario y decente

Por Antonio Pinedo
            Hace algunas semanas, antes del  5 de octubre, día en que murió Steve Jobs, la maestra Beatriz Rodas, me preguntó dónde se podría comprar un tipómetro. Me comprometí a conseguírselo;  pasaron semanas y yo incumplía  mi compromiso. Llegó el 25 de septiembre «Día del tipógrafo»  y sirvió para recordarme el  pendiente, pero no tenía oportunidad de ir a El Paso, por el encargo.
            Durante la primera semana de octubre murió Jobs, el fundador de Apple y creador de la computadora Mac, al seguir las repercusiones de su muerte, la reacción extraordinaria de sus seguidores, tuve la oportunidad de ver una y otra vez un fragmento de uno o dos minutos en los que Steve Jobs, se dirige en 2005 a los estudiantes de la Universidad de Stanford.
            En ese fragmento repetido una y otra vez se escucha una especie de anuncio de su muerte y la motivación que en su vida tuvo la noticia de su inminente partida por un cáncer en el páncreas, deja la imagen de un hombre entero que enfrenta la muerte con entereza y naturalidad y los conceptos vertidos en esos escasos segundos hacen suponer en un gran discurso pleno de conceptos profundos sobre la muerte… nada más alejado de la realidad.
            El discurso de Stanford dura casi 15 minutos y toca tres temas; efectivamente en los casi cinco últimos minutos habla de su diagnóstico en 2003 de un cáncer de páncreas y el día vivido con  el peso de una muerte inminente, pero el mismo día, tras una biopsia el médico le anunció que era curable y que una operación le salvará la vida, lo cual fue cierto por ocho años. También es cierto que sus reflexiones sobre la muerte son de gran profundidad y efectivamente retratan a un hombre pleno y entero, pero en su discurso habla de vivir algunas décadas más porque la operación fue exitosa.
            Sin embargo, en los primeros cinco minutos de su discurso habla de su origen, de su condición de hijo adoptado y de su paso por la costosa universidad Reed, en donde estudió un semestre y vago tres más, entrando como oyente a los cursos que le interesaban, así fue como tomó uno sobre caligrafía, lo que le permitió poco tiempo después decidir sobre la tipografía, la bella tipografía de que dotó a la Mac y «como Windows, sólo nos copió, somos los responsables de que las computadores tengan bellos tipos». Es el ya famoso discurso de Stanford, sobre todo un elogio a la tipografía.
            Finalmente logré encontrar un lugar en donde aún se venden tipómetros, ese bello instrumento que nos permite medir el tamaño de la letra impresa, sus espacios, el grosor de sus columnas o de galeras, tratándose de libros. Los tipómetros son muy bonitos, flexibles aunque de acero inoxidable, en bajo relieve y grabadas en tinta negra las medidas, son objetos además de útiles, hermosos, por lo menos me lo parecen, al igual que los «chibalets» esos bellos muebles que  contienen los tipos movibles y que son como altas cómodas para acomodar ropa, sólo que los cajones que abrigan son muy esbeltos y están divididos en su interior por múltiples apartamentos en donde en aparente caos guardan los tipos movibles y lo hicieron por quinientos años, hasta que llegaron en el  siglo XIX los linotipos, algunos de los cuales aún hacen su trabajo aquí en Juárez.  En fin, encontré el tipómetro ofrecido a la maestra Beatriz Rodas.
            En esta breve búsqueda me reencontré con algunos de mis muertos, con Arturo Martínez Valdez, el inolvidable maestro «Mava» y con Alejandro Irigoyen, periodista capital del siglo XX en México, en el país todo, no sólo en el gran escaparate de la capital, aun cuando muy joven tuvo un lugar en la «guitarra» de Excélsior —así llamaban a su mesa de redacción por su forma—, la primera de sus dos incursiones en la era de Scherer. Irigoyen es —se muere con el olvido—, uno de los grandes periodistas del país.
            No olvido el abismo que me separa de Borges, pero vale la pena citar aquí algunas de sus palabras en la conferencia que dio sobre «La ceguera», en Buenos Aires, en abono a la primera persona en que se ha escrito este texto «En el decurso de mis muchas, de mis demasiadas conferencias, he observado que se prefiere lo personal a lo general, lo concreto a lo abstracto. Por consiguiente, empezaré refiriéndome a mi modesta ceguera personal…». Tal vez no sea tarde para la aclaración, aunque anuncié en el sumario de este texto que estábamos en terrenos estrictamente personales.
            Lo anterior porque fue Irigoyen quien hace más de veinte años, me aconsejó poner «tipógrafo» en un registro de hotel en la Ciudad de México, con motivo de una reunión nacional de directores de la empresa periodística para la que trabajábamos:
            —Señor Pinedo, no se le vaya a  ocurrir poner periodista, nos vamos a quemar, ponga un oficio que sea decente: ponga tipógrafo.
            Tengo más de veinte años escribiendo sobre la línea que dice ocupación, tipógrafo, y siempre me siento bien, sin contradecirme con la convicción de que el periodismo es el mejor oficio del mundo.
            La búsqueda del tipómetro de la maestra Rodas en ocasiones me sacó de mi época y viajé a 1539 cuando Giovanni Paoli —que en nuestros textos aparece como Juan Pablos—, llegó con sus chibaletes, prensa y tipos movibles a la capital de la Nueva España, por cierto que la imprenta llegó primero a la Ciudad de México, que a Madrid.
            Disculpen la distracción.
            Por supuesto también pensé mucho en «Mava», quien fue el que me introdujo en el arte de la tipografía, esperaba que aprendiera solamente viéndolo o por mi propia iniciativa y curiosidad y así fue, pero siempre tuve la respuesta y la orientación del buen maestro «Mava», personaje excepcional y único.
            Tras ser presentados por don Aurelio Páez Chavira, quien me recomendaba como aprendiz, recibí la primera instrucción.
            —Chavo, barra el taller.
            El espacio era pequeño, bastante desordenado, pero no me llevó mucho tiempo cumplir su primera orden, quieto esperé la segunda, alguna seña… algo, yo esperaba algo. Al fin llegó.
            —Chavo, váyase por unos burros, pero al As de oros, es el que está enseguida de esa primera burrería.
            El segundo día fue el inicio.
            —Chavo, páseme el componedor, es el que está allí cerca de su mano.
            Después algo más.
            —Chavo, tome el componedor y en Park Avenue de 14 puntos, haga la línea: «atención de su propietario».
            Por supuesto luego de algunos minutos de intentos, me pidió el componedor y en unos segundos tenía lista y ajustada la línea para ser «enramada».
            Fueron unas excelentes vacaciones de verano, terminó obsequiándome un tipómetro de 24 pulgadas, con el cual luego tuve oportunidad de causar asombro en la mesa de redacción en Correo, porque lo usual para esquemar en una mesa de redacción de periódico, es un tipómetro de sólo 12 pulgadas.
            Creo que lo conveniente es parar aquí, «Mava», merece mucho mayor espacio y este se acaba…sobre la tipografía baste decir —por ahora—, que Jobs puso al alcance de nuestra PC el tricentenario Baskerville, el igualmente longevo Times New Roman, en fin, la tipografía y sus espacios solamente medibles en puntos y cuadratines, no son cosas de siglo quince, sino de hoy y de mañana.

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