A su regreso de su gira por China y Australia, el presidente de la república Enrique Peña Nieto, habló con claro enojo del escándalo que se ha dado en la prensa na¬cional e internacional, con motivo de una investigación del equipo del portal «Aristegui Noticias», publicado en forma simultánea con la revista Proceso y repercutido en el mundo por los más importantes medios de información, sobre la llamada «Casa Blanca».
Antes de referirse a la propiedad en cuestión que desde un principio se adjudicó a su esposa Angélica Rivera, habló de un complot, para hacer naufragar su proyecto de país, que tuvo su primera fase en las once reformas a la Constitución, utilizó palabras como «desestabilizar» y «desorden social», palabras muy parecidas a las del discurso oficial de los días previos al Dos de Octubre de 1968.
Efectivamente el país todo se encuentra en gran efervescencia y no en referencia al lema de «Mover a México» de la publicidad oficial, que hace alusión al gran logro de las reformas estructurales como el andamiaje necesario para llevar a al país a mejores estadios de bienestar socio-económico. No, México está en gran movimiento pero por el crimen de lesa humanidad cometido en Iguala, Guerrero el 26 y 27 de septiembre pasados.
No se ven en el país intentos por «desestabilizar» al gobierno de Enrique Peña Nieto, la oposición a las reformas estructurales, y sobre todo a una de ellas, la energética, se ha llevado por los cauces institu¬cionales, de hecho tanto PRD como Morena, se dieron a la tarea de juntar millones de firmas para llevar a consulta popular la revocación de la reforma, pero fuera de ello no se ven por ninguna parte un movimiento de oposición a las reformas, si mucho hay incertidumbre y esperanza, incertidumbre por la pertinencia de algunas de ellas, como la del trabajo, la hacendaria y por supuesto la energética y esperanza de que todas ellas se encaucen bien y finalmente México vuelva a la senda del crecimiento económico que abandonó hace más de 30 años.
Lo que el presidente Peña llama desestabilización y desorden social, es el justo reclamo de miles de ciudadanos, muchos miles, tal vez millones, por la indignación causada por la par¬ti¬cipación de órganos del Estado, en el asesinato y desaparición de estudiantes normalista de Ayotzinapa.
Efectivamente el Presidente de la República enfrenta la peor crisis social desde 1968, pero no por sus reformas estructurales o por su visión de país. Enfrenta el reclamo ciudadano tanto en México como en el mundo, por el contubernio entre políticos, policías y narcotra-ficantes que dieron origen a la desaparición de 43 jóvenes normalista del estado de Guerrero.
No hay complot, hay indignación y el presidente requiere hoy más que nunca calma y temple para que su gobierno no naufrague y eso se logrará sólo llegando a la verdad en el ca¬so de los estudiantes de la escuela Isidro Burgos y castigando a los responsables de tan infame crimen. editorial 1164
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