«donde hay bufé»
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jueves, 21 de mayo de 2009
Crónica del día de la madre
En un Lugar no muy lejos de aquí,
«donde hay bufé»
Por Adriana Candia«donde hay bufé»
Y allí estábamos, la enorme, larga serpiente humana de «nacos-Güicho-Dominguezcos» como nos calificó por el altavoz, velada y juguetonamente un empleado del restaurante, al llamar a voz en cuello a Güicho Domínguez, mientras nosotros hacíamos una cola peor que la de los bancos o la tenencia. Treinta minutos parados, hechos bola, toditos los unidos por la bendita madre: chicanos, mexicanos inmigrantes, hispanic-americans, anglos, la pura racita y las interesantes mezclas: familias enteras con todo y suegras, abuelas, mamacitas, cuñados de guaripa, primos metrosexuales, abuelos –pocos- malacarientos, hijos pródigos, los no tan, y los regordetes nietos de tetera y chupón, las vestiditas de domingo en misa, los yernos no tan felices pensando en el cuentón de miedo. Toda la ferviente, amante, respetuosa raza de la madre, sudando para pasar al paraíso de la glotonería, digno de un emperador romano. Y luego de depositar los no perdonados quince dolarúcos por persona, de prisa y sin miedo, a dejar los bolsos y estorbos en las mesas asignadas, y seguir haciendo fila, pero ahora armados de platos y cubiertos para apapachar -nos a la reina madre con una comilona que a algunas nos caería de peso o francamente hasta indigesta; pero si no era este domingo, ¿entonces cuándo?, si nos hemos apretado el cinturón por meses y meses de crisis y sustos; si los de allá no han recibido nuestras visitas y a los de acá nos daba temor pensar en el puente y los levantones y había sido casi imposible hacer bolita como antes; si entre la crisis financiera, la narca y la de salud no nos habíamos apapachado. ¿Qué mejor pretexto para la pachanga que celebrar a la Diosa de la casa, la madrecita canosa y abnegada, la mami moderna y profesional, y hasta a la fodonga enojona y adorable? A muchas las sorprendieron con el regalazo gastronómico; otras francamente lo pedimos, qué le hace, al menos un día de los 365 del año y había que desquitarla, ir de ipso-facto a la barra de los chuletones calientitos, las costillas del siete recién asadas, que no falten las verduras para la digestión, hacer como que somos sanas y llenar el plato de la ensalada, eso sí con suficiente aderezo del más cremoso , total, por un día, la dieta no se iba a arruinar y «éntrale mamacita»; «qué sabroso está el guacamole», «¿ya probaste las alitas?»; «nombre prima, el asado rojo está de rechupete»; «...y la comida china, ni se diga»; «amorcito, pásame una chalupa pa´ probarla»; «¿Te traigo otra chuletita mi vida» «Juanito, no te hagas de la boca chiquita, que bien que estamos pagando, ándele váyase a servir un postre»; y ahí van la abuela consentidora y el nieto, la amiga colada y la cuñada insoportable, a las filas de los pasteles «cometeotro», una buena tajada de chocolate cubierto con más chocolate dulce y grasoso ¡como debe ser¡ y bueno, ya que estamos aquí, ¿porqué no le ponemos Jorge al niño?, y le colocamos una hermosa, esférica y redundante bola de nieve por encima al pastelillo y «¡Ay, nanita!, que la faja me está matando, pero no me quito el gusto, si bien que ya pagamos»; «Oye viejito, ya llevas tres vueltas, que se me hace que hoy no duermes con el reflujo», «pos’ ve por unos mariscos pa’ que la desvelada sea juntos», jajaja, jojojo, cuánta felicidad desbordada por los platos de enchiladas y las pastas a la italiana; risas y carcajadas en las mesas de cuatro, cinco, nueve y hasta doce comensales en el jolgorio hispano-romano y de repente, una señoras al punto del vómito, los ojos saltones y el discreto eructo, la voz del cuerpo diciendo ¡baasta!, entonces el descanso de unos minutos, haciendo espacio para el cafecito del despan-ce mientras se admiran los globos, los ramos de flores, las rosas coquetonas del «corsage» o se lucen las joyas del regalo de este día, que estamos todavía en el país de la abundancia y ni quien se fije en la tropa de meseros, ayudantes, «hosters», sudando la gota gorda para llevar cubiertos, servilletas, «refills», utensilios para limpiar las gracias de los más pequeños clientes; para acomodar a los que recién llegan y echarle números comparativos a la humanidad y las sillas sin dejar de sonreír como manda la etiqueta estadounidense del buen servicio; pocos sin entender el 90 por ciento del español que se habla en todo el lugar, porque vinieron los familiares de Juárez y los de El Paso, que ya nos juntamos los cubanos con los de Anthony, o los «chihuahuitas» con los colombianos y hasta uno que otro de Torreón, pura «hispanidá, pues» tanta que el empleado del altavoz se avienta con frecuencia el chascarrillo haciendo anuncios y sugerencias con acento hiper-chilango, seguro de provocar la hilaridad y el entendimiento total entre los comensales y los cientos de trabajadores entre cocineros, pinches y meseros que contribuyeron con las carretadas de comida para el deleite barriguil, sin imaginar por un segundo al menos, allá lejos, bastante lejos, a los pocos dueños de la cadena industrial gastrónomica contando los millones que los harán más millonarios; mientras nosotros, después de los 40 minutos de hartazgo tenemos que salir a este condenado sol del desierto con la panza llena y los bolsillos más flacos; todavía contentos por el agasajo que dimos y nos dimos gracias a la Bendita Madre hispana, quien logró reunir corazones, bocas y estómagos de las tres ciudades, reactivar la economía sufrida, cómo no, si el paladar y el amor, no saben nada de fronteras.s
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