El Informe Vázquez Gómez
Por José Manuel García-García
Ubicamos este relato histórico en dos momentos: los primeros días de mayo (del 8 al 10) de 1911; durante la toma de Ciudad Juárez, y el día 21 de mayo, cuando ocurre la firma del convenio de paz y la celebración del triunfo maderista en el Teatro Juárez. Nuestro personaje principal es el famoso maderista, doctor Francisco Vázquez Gómez, que fue pieza clave para los acuerdos de paz y la renuncia de Porfirio Díaz.
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El doctor sale a caminar por la “placita de los lagartos”, bajo el sol de los últimos días de mayo.
Viste de riguroso negro con bombín, bastón y una cadena de oro, regalo del mismísimo don Porfirio.
El doctor ha salido a “estirar las piernas”, a escapar del abrumador trabajo que consiste en escuchar opiniones sobre Madero:
“Madero no quiere que Díaz deje el poder”.
“Los jefes de Madero son los otros Madero”.
“No, el único consejero de Madero es el espíritu del niño Raúl Madero”.
“Que no, el espíritu de Raúl le pasó la voz al espíritu de José”
“Madero también habla con Benito Juárez y con los espíritus de Mariano Escobedo y de Aquiles Serdán; ellos son sus verdaderos consejeros”.
“No, el verdadero jefe de Madero es don Francisco, su padre”
“¿Quién nos habla ahora Madero o su doble: Arjona?”
(Burlas de algunos enemigos de Madero)
“La democracia maderista”, piensa el doctor, “es una locomotora de humo que se deshace a toda prisa.
El doctor elige una banca para observar a los paisanos que rodean el pozo de los lagartos. “Qué extraña idea de estos paseños: tener cuatro enormes lagartos a la mitad de la ciudad”.
Los hombres, las mujeres y los niños andan todos de sombrero: unos de bombín, otros de ala ancha mexicana; otros, los más, con sombrero a la manera tejana.
Un hombre entra al pozo a darles de comer a los lagartos: “C’mon Oscar!”, “C’mon Suitcase!”, “C’mon Sally!”, “C’mon Minnie!”. La gente aplaude.
El doctor piensa en el pobre Madero, rodeado de voces de ultratumba. Rodeado de voces que le reclaman, le piden, le exigen, le insultan.
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El doctor Vázquez Gómez abre su cuaderno donde anota algo. Es el cuaderno que le regaló el mismísimo Madero, “para que escribiera la historia; su historia”, le dijo con una sonrisa casi tímida, casi infantil.
El doctor lee un par de fragmentos.
“Yo no fui testigo presencial. Yo no estaba allí, en el fragor de los disparos.
“Estos apuntes son de entrevistas. Cosas que me comentaron algunos de los mismos combatientes.
El doctor levanta la mirada, viene hacia él una joven vestida de blanco.
Sonríe. No ella, el doctor, que piensa, está pensando en la Catrina de su amigo Posada.
“Una catrina de labios encarnados, pelo negro, piel blanca, blanquísima”, evalúa el doctor Vázquez Gómez.
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Por la tarde, en una de las mesitas que él prefiere, conversa con Garibali, el más amable de los mercenarios, de los “soldiers of fortune”.
Hoy no aparece el muchacho italiano.
Siempre afortunado. Rodeado de admiradoras.
El doctor pide otra limonada. Tiempo le sobra al doctor. Abre su cuaderno, lee algunas frases. Piensa:
“Ocho de mayo de 1911, por la mañana. En el río estaban bañándose algunos revolucionarios. Un poco más al éste, estaba otro grupo, eran federales. Estos empezaron a insultar a los primeros: “¡Cobardes!”, les gritaban, “tienen miedo de acercarse a la ciudad”.
“De los insultos pasaron a hacer uso de las armas por ambas partes.
“Y así, sin órdenes del señor Francisco I. Madero, se inició y generalizó el ataque.
“Al general Orozco se le ordenó suspender todo ataque.
“Él contestó: Es imposible, porque nuestros soldados han tomado ya algunas posiciones al enemigo: lo mejor será continuar.
“El señor Madero insistió.
“Orozco se limitó a decir: Voy a ver.
“Pero el ataque continuó.
“Esto sucedía como a las doce del día.
Debo agregar un punto importante: la insistencia mía y de Carranza de que debíamos dejar que las cosas continuaran su curso, que continuara el ataque.
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El día 29 de abril, el doctor llegó a El Paso, Texas. El primero que se le acercó fue Orozco: “Vea usted doctor, Madero está dispuesto a pactar la paz sin la renuncia de Porfirio Díaz”.
Una semana después se le acerca de nuevo Orozco: “No podemos entrar en acción, mis hombres están desesperados. Madero sigue los consejos de su padre y de su hermano; están prolongando las conversaciones de paz. ¿Para qué? La gente está desertando.”
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8 de mayo de 1911, 5 de la tarde.
Los representantes de don Porfirio insisten: los rebeldes deben suspender su ataque.
El doctor y Carranza, le aconsejan a Madero que debería dejar que las cosas siguieran su curso, que dejara a los rebeldes apoderarse de la plaza.
Pasan las horas. Los rebeldes se han apoderado de cinco posiciones.
Madero llama por teléfono a Navarro.
El general brigadier no se rinde: “No, gracias”.
Madero, en el teléfono, reitera las órdenes de que se suspendiese el fuego por parte de los revolucionarios, amenazándolos con que los mandaría fusilar si no lo hacían.
Carranza y el doctor, junto a teléfono, insisten en que los rebeldes deben terminar su trabajo.
Madero cuelga el teléfono. Le grita al doctor: “No podemos aprobar la toma. Estamos todavía dentro del armisticio negociado”.
El doctor le responde: “No, el armisticio terminó ya”.
Carranza mira el rostro de Madero. Ese hombrecillo no sabe en qué mundo vive.
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A las nueve de la noche del mismo día 8.
Madero, cansado, sale del cuartel general, la Casa Gris.
El doctor aprovecha y le envía una misiva a Navarro, que se rinda: Nuestros soldados han tomado ya varias posiciones. Argumenta el doctor.
“No. Muchas gracias”, responde Navarro.
“Terco yaqui”, grita el doctor.
(Hace apenas unas horas, Gustavo Madero le gritó al doctor: “¡Cállese usted, indio terco!”).
Carranza con una sonrisa dice: “No doctor. No se rinde porque sabe que Madero es un inútil hasta para hacer transas”.
La famosa Casa Gris es un cuartucho de adobe donde se improvisan varios camastros. Carranza se recuesta. Rechinan los hierros oxidados de su catre. Cerca, el doctor descansa en otro de esos incómodos muebles.
“Una revolución que transa es una revolución perdida”, murmura el doctor.
Esa frase se le queda en memoria a Carranza. Bella frase. Digna frase. Piensa entre sueños.
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Un timbrazo. El doctor se levanta. Responde. Los revolucionarios han tomado la sección de la ciudad donde hay teléfonos. El doctor responde a las llamadas. Recibe informes de los progresos en la toma de la ciudad: “Que habían tomado la plaza de toros, que se las habían quitado …que no había bombas que mucho necesitaban, e invariablemente yo les contestaba que era Cástulo Herrera el encargado de proporcionarlas, que a él se las pidieran. Así pasé la noche, yo solo, con mis compañeros, durmiendo”.
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El día 9 de mayo de 1911, el ataque continuó toda la mañana sin incidente digno de mencionar; a las 12 del mediodía el licenciado González Garza le habla al doctor.
“Quién sabe qué sucedió en el cañón grande: se vio un fogonazo y se vieron bultos rodar por uno y otro lado; mande usted averiguar.”
La señora Pérez de Madero llega llorando. De seguro a Pancho le estalló el cañón.
El doctor la tranquiliza.
Para ella la revolución es cosa de familia: Ahorita se están agarrando, pero al rato todos contentos, todos como si nada.
Un mensajero le trae la noticia: El cierre del cañón no ajustó bien, y al hacer explosión la pólvora, el humo y la llamarada salieron por atrás.
Pasa la crisis de la señora Pérez de Madero.
En la noche de ese mismo día 9, el doctor le envía un recado al general Navarro: A los defensores no les quedaban sino la parroquia y el cuartel, consideraba inútil toda defensa. El general Navarro contestó en los mismos términos que la noche anterior, esto es: que no gracias, que no se rendía”.
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El día 10 de mayo, entre cuatro y cinco de la mañana,
Entra en acción el general José de la Luz Blanco. Después de batallar toda la mañana, toma la parroquia. Son casi las doce del día. No quedaba más que el cuartel a los defensores, noticia que recibí por teléfono.
-¿Le ponemos un cañón? -me preguntaron-.
Sí -les contesté- pero el chico, porque el grande está descompuesto; apunten al zaguán.
No sé ni puedo decir si lo hicieron, porque muy poco después me decían, por teléfono también:
-Ponen bandera blanca.
A lo que repuse:
-Tengan mucho cuidado, porque ayer también pusieron bandera blanca y al acercarse nuestras fuerzas, las recibieron con el fuego de una ametralladora.
Pocos momentos después volvió a llamar el teléfono:
-Ya echamos abajo al de la bandera blanca, pero ahora ponen otra más grande. Están rendidos.
En contestación les advertí que no hicieran mal a ningún prisionero. Esto sucedía cerca de la una de la tarde del 10 de mayo.
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En la tarde del mismo día 10 de mayo entró el señor Madero en procesión triunfal a Ciudad Juárez. Yo no quise concurrir: primero, porque estaba muy desvelado y necesitaba dormir, y segundo, porque no soy muy afecto a las fiestas. Hasta el día siguiente en la mañana fui a Ciudad Juárez.
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“Andábamos el señor Carranza y yo examinando el interior del cuartel, cuando el primero se fijó en unas cajas que estaban amontonadas en la esquina de un cuarto, y preguntó a un soldado:
-Y esto ¿qué es?
-Parque -respondió el federal-.
-Pero las cajas no tienen traza de haber sido movidas -insistió Carranza-.
-Este parque no explota -respondió el soldado-”.
Alguien en el ejército se estaba enriqueciendo en el comercio de falso parque.
Carranza y el doctor encuentran también que el techo del cuartel era de lámina. Con el calor de mayo, se ponía como lumbre y hacía imposible que un hombre permaneciera allí pecho a tierra más de unos cuantos minutos, y si se paraba, ofrecía un blanco seguro a las balas del enemigo.
El cuartel carecía, pues, de toda disposición de defensa, lo cual es muy censurable en cualquiera parte, pero mucho más en una frontera. Obra seguramente de los negociantes que siempre engañan a los gobiernos que, por otro lado, se dejan engañar fácilmente.
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13 de mayo de 1911. Orozco se rebela contra Madero, por dos razones posibles: porque Orozco no estaba conforme con que don Venustiano Carranza quedara en el Departamento de Guerra. Y porque Madero no quería aplicarle el castigo que se merecía a la hiena de Cerro Prieto.
Como quiera que sea, estaba yo en la casa en que Se hospedaba el señor Madero, cuando llegó éste todo sudoroso y pidiendo agua para beber.
-¿De dónde viene usted tan agitado? -le pregunté.
-Vengo -me dijo- de llevar al general Navarro y a su estado mayor a la orilla del río, pues querían fusilarlos, y como creí que no debe hacerse esto, me los llevé en un automóvil basta la margen del Bravo y de allí pasaron al otro lado.
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10 de la noche. 21 de mayo de 1911.
El doctor cruza la garita de El Paso, va rumbo a Ciudad Juárez. Llega a la aduana. No hay nadie. Lleva el documento de la firma de la paz Madero-Díaz. De acuerdo con el protocolo, tenían que firmarlo los interesados del lado mexicano. Pero en la aduana, donde se suponía que lo estaban esperando, no había nadie.
“Todos están en el Teatro Juárez, celebrando la victoria, doctor”.
En pequeño grupo de convocados firman entre sonrisas nerviosas y gestos que quieren ser solemnes, el acuerdo de la paz.
Lo hicieron alumbrados con la luz de un cerrillo y los débiles reflectores de un automóvil.
Los nombres de los firmantes: Francisco S. Carvajal; Francisco Vázquez Gómez; Francisco I. Madero y J. M. Pino Suárez (éste último firmará al día siguiente, después de la celebración en el Teatro Juárez).
Así lo recuerda el doctor Vázquez Gómez.
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[Basado en Vázquez Gómez, Francisco. Memorias políticas, (1909-1913). México: Imprenta Mundial, 1933. Del capitulo XV. En algunas fuentes, incluyendo la del historiador R. Almada (Diccionario de historia, geografía y biografía chihuahuenses. Universidad de Chihuahua, 1968) se dice que el doctor Vázquez nació en el rancho “El Carmen” en Tula, Tamaulipas el 23 de septiembre de 1860. Fue médico personal de Porfirio Díaz. En 1909, se une al movimiento anti reeleccionista. En 1910 es candidato a la vicepresidencia de la república. Debe huir a Estados Unidos. Se une al maderismo en 1911. Forma parte del gobierno provisional de Francisco I. Madero. En 1912 simpatiza con las reivindicaciones de Zapata. Vuelve al exilio y regresa a México en 1933, año de su muerte, ocurrida el 16 de agosto. Vázquez tuvo una participación importante en las primeras negociaciones para la paz entre Díaz y Madero. El doctor Vázquez mes considerado uno de los más honestos revolucionarios del periodo maderista.
En nuestro texto, las frases en letras itálicas son citas directas de las Memorias de Vázquez Gómez. Garibaldi, y la dama, son cosa de la imaginación.]
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