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miércoles, 13 de enero de 2010

Guardamemorias


EL INFORME BANDELIER
(Parte I)

Por José Manuel García-García


Abril de 1888: recuerdo de un Noviembre de 1883.
Desde la segunda torre del campanario Adolph Francis Bandelier, arqueólogo de campo, miró las extensas tierras encajonadas al norte por un río de lodo y al sur por una prolongada montaña sinuosa.
Vio el humo de las cocinas de las rancherías situadas al norte; los sembradíos uniformes que crecían a lo largo del río y de la «acequia madre»; luego vio la placita que estaba al pie del campanario y la calle Real de San Lorenzo flanqueada por casas principales.
Recordó la estrofa mal hecha que el cura del lugar le había cantado esa mañana: «Paso del Norte: / Junto al río el sembradío / al poniente el caserío / frente al templo el comercio / y detrás de la iglesia / las armas y el gobierno.»
Esa mañana, también, había encontrado en uno de los papeles del Libro de los Casamientos, una (rara) nota titulada «El destino de Paso del Norte»:
  • Refugio de aventureros y chichimecas que huían del virreinato (Siglo XVI).
  • Cabeza de Playa para el poblamiento del septentrión por Oñate (1598).
  • Misión para contener la herejía de los indios de la región (1659).
  • Zona de guerra entre indios rebeldes y soldados de la Corona (1684).
  • Refugio de los derrotados de la Gran Rebelión de las 10 naciones indias (1680).
  • Presidio y fortaleza en las guerras intermitentes contra los comanches y los apaches (1766).
  • Almacén situado a 9 días de las ciudades principales: Chihuahua y Santa Fe).
  • Refugio y frontera final en la derrota de la guerra contra Estados Unidos (1848).
  • Refugio del gobierno de Benito Juárez en su huida de los franceses (1864-65).
  • La esperanza: Paso del Norte puede ser el puerto y cruces del ferrocarriles entre México y Estados Unidos (1884).

*

Verano caliente de 1680.
«El levantamiento estaba planeado para el 18 de agosto, un par de semanas antes de que llegaran a Santa Fe las carretas del sur con suministros de guerra.
«Pero la rebelión fue descubierta y Popé, su dirigente, tuvo que adelantar el ataque para el día 10 de agosto.
«Ese día el padre Juan Pío, llegó a Santa Fe para «ofrecer misa». Venía con su guardia en su cabalgadura. El pueblo estaba extrañamente deshabitado. Fue al caserío indio y vio a los hombres con tatuajes de guerra. El padre intentó disuadirlos, pero la respuesta fue una andanada de flechas.
«Se había iniciado el ataque de las diez naciones indias bajo la dirección del sacerdote guerrero Popé.
«Popé era indio Tigua. Acusado unos meses antes de practicar la brujería; estuvo en prisión con otros 80 indios principales, «por muertes, idolatrías y maleficios». Popé y 46 de los prisioneros lograron escapar. Se refugiaron en Taos. Y desde allí, anota fray Silvestre Vélez de Escalante en su informe: «maquinó la sublevación general de los indios Pueblo».
«El descontento indio fue la respuesta a la intolerancia religiosa de parte de la corona. El gobernador Juan Francisco de Treviño (1675-1677), había implementado una exterminio sistemático de «brujos» y señores principales que practicaban la idolatría pagana y la «magia mala». De Treviño manda a colgar en la plaza de Santa Fe a un grupo de «heréticos» (en realidad, sacerdotes indígenas, protectores de las kivas). Y sentencia a la esclavitud a un grupo de 47 «curanderos». Los indios se organizan y obligan al gobernador a liberar a los prisioneros. Pero el hostigamiento hacia la religión indígena continuó.
«La rebelión de los Indios Pueblo tuvo dos causas: una religiosa y la otra social: los indios eran tratados peor que bestias; trabajaban como esclavos en los campos españoles…
«Decían que estaban hartos de los castigos de la encomienda.
«Que no querían privarse de sus dioses y sus costumbres, de sus familias y su cultura.
«Decían que los españoles hacían crueldades de puro gusto contra sus ancianos, sus jefes, sus sacerdotes.
«Atacaron pues el 10 de agosto.
«La furia, la venganza de los taos, los picuris y los tiguas fue «a sangre y fuego».
«Los demás pueblos «hicieron lo mismo».
«La rebelión se extendió en toda la zona. Los «popeistas» se ensañaron particularmente contra los sacerdotes y sus iglesias. Quemaron (para tomar un ejemplo) la iglesia de Pecos, tomaron prisioneros a los curas que (según versiones de las víctimas) son humillados públicamente: los obligan a participar en farsas religiosas, los desnudan y los obligan a montar puercos y a rezar así sus oraciones.
Los indios atacan usando máscaras llamadas «kachinas», que tiene un alto simbolismo religioso. Las escenas de venganza se repiten en varios poblados donde los Pueblo habían soportado por años humillaciones sin fin.
Fray Silvestre Vélez de Escalante (para sus amigos: Fray Gerundio), escribió que el día 13 de agosto, los rebeldes atacan Santa Fe. Allí se refugia el odiado Francisco de Treviño. El nuevo gobernador (Otermín), elige resistir a los indios. Los españoles permanecen nueve días en Santa Fe. Pero después de una cruenta batalla, Otermín acepta la derrota y se dirige con sus hombres y sus seguidores hacia el pueblo de Isleta.
Luego pasarán río abajo, rumbo al pueblo de Paso del Norte.

*
Agosto, 1860. Antes de la guerra.
Se congregan los hombres que saben la danza que produce lluvias.
La danza de los hombres que se alimentan sólo de la fragancia mojada de la hierba «gobernadora».
Se reúnen, se congregan todos aquellos elegidos por los dioses de los soles, de las lunas, de los nahuales coyotes, lobos, águilas, cuervos;
Se juntan todos los principales que hablan con el corazón del peyote.
Son los hombres de la gran Kiva.
El ombligo del mundo. El centro del mundo. El origen del mundo.
La gran Kiva donde se reúnen los señores de los hombres verdaderos.

Los enemigos han perseguido a los danzantes. Los acusan de herejes. Enemigos de dios y de la iglesia. Los esclavizan. Los marcan, los persiguen, los cuelgan para escarmiento de los hombres verdaderos.
Que nadie crea que esos viejos, esos brujos metidos en sus «estufas» valen algo. No valen nada. Son herejes, son borrachos, son viejos.
Son herejes que merecen la muerte de herejes.
Pero los hombres sabios, danzan. Danzan en la gran Kiva, lentamente danzan con sus colores de guerra, sus inciensos, sus cantos, con sus tragos de licor de maíz y de botones del peyotito sagrado. Danzan al ritmo de sus tambores, de sus coros, de sus voces que son lamentos repetidos, quejas al dios de la tierra, al dios del agua. Y los remolinos giran en torno a los danzantes, son los muertos que han venido a danzar con las sombras de la gran Kiva.

Los hombres de la antigua danza desaparecen en la niebla del tiempo, en la oscuridad de los desiertos, en el eco de las montañas.

Pocos los oyen, pocos los ven bailando en la gran Kiva del oeste donde el sol duerme y sale cada día. En la gran Kiva del este donde el sol llega cansado a dormir su noche.

La gran Kiva que es el inframundo de la piedra y la arena (la raíz del mundo) que sube en espiral hacia la raíz de las plantas y sube al mundo de los animales y los hombres y se eleva al lugar de la lluvia y la nube, del sol y su luna que alumbran el mundo de los hombres verdaderos.
Los señores de la Kiva bajan por la escalera (el cordón umbilical) al centro del círculo donde danzan, para sostener la vida. Que suben, los señores de la Kiva, hacia la tierra donde los dioses pusieron a vivir a los hombres. 

«—Esas Kivas no son más que estufas donde se meten a humearse. Estufas redondas debajo de la tierra. Uno va por el desierto y oye cantos bárbaros, oye tambores. Los cantos que vienen de alguna estufa oculta en las montañas, —escribió un conquistador. »

*
Noviembre, 1883.
«Los mansos esos que busca usted están por el Barreal», le indicó el padre Ortiz, «el Barreal es una veintena de casas de adobe y techo de paja, ya las verá usted».
Bandelier ha platicado toda la mañana con Ortiz. Hombre de leyenda. Conocido en toda la región. Sabedor de armas y caballos, peleó contra apaches y soldados norteamericanos. Diputado federal de Chihuahua, negoció la reubicación de los mexicanos en el 48. En el 65 juntó pistoleros para enfrentar a Juárez. Sus enemigos dicen que es terrateniente, que esclaviza indios, que combina generosidad con inquisición. Lo acusan de influir en las esposas de influyentes del pueblo.
Los indios lo aman o lo odian: todos le temen.
«¿Así que le interesa el curanderismo?», le pregunta a Bandelier.
El arqueólogo responde con un breve «sí». Su investigación: campo privado; ningún diosero de campanario ha sido invitado.
«Los curanderos son hombres de lascivia y alcohol. Son rencorosos».
Enfático Ortiz, como en una de sus clases: «No confíe en ellos».
Bandelier recibe en pleno rostro el débil sol de noviembre. Ojos azules: sonrisa que desarma desconfianzas. Pero ahora la sonrisa no aparece. 
Ortiz, 70 años, roble de campo, robusto de soles, conserva todavía el brillo de la violencia en su mirada. Un gesto suyo imponen. No tiene ideas, tiene citas; su índice dibuja en el aire su arrogancia.
Bandelier anota algo en su librito.
Ortiz se incorpora y toma un legajo. Lo estampa en la mesa y sonriendo dice: «cuídemelo. Tiene vuelta».
Bandelier, su mano en los papeles y una leve inclinación que Ortiz toma como carta final de triunfo.
«Gracias, estimado amigo», murmura Bandelier, dando una alegre vocalización en falsete.
Ortiz no sonríe. Y a manera de despedida dice: «Se llama Nicomedes, búsquelo en el Barreal, es uno de los curanderos de los mansos. Nicomedes, no lo olvide».

*


Continúa la relación de Fray Silvestre Vélez de Escalante:
«A mediados de agosto de 1860 quedaron todos los rebeldes dueños de todo el reino, y luego que de él salieron  todos los españoles, ordenó el Popé, imponiendo pena de vida a los que no obedeciesen, que todos los hombres, mujeres y muchachos, se quitaran las cruces y rosarios que tuviesen, y los hicieran pedazos o quemasen; que ninguno nombrase a Jesús o María, ni invocase a los santos: que todos los casados dejasen las mujeres, con quienes según la ley cristiana habían contraído matrimonio y tomasen otras que les gustasen: que ninguno hablase la lengua castellana, ni mostrase tener afecto al Dios de los cristianos, a los santos, ni a los padres y españoles: y que en donde no lo hubiesen hecho, quemasen todos los templos y sagradas imágenes.

*

Noviembre, 1883.
El «Barreal»: espacio cenagoso, paupérrimo, insalubre. 20 casuchas de adobe y paja. Olor a podrido. En las puertas se asoman viejas y  niños, Bandelier, una curiosidad andando, con su traje oscuro, su sombrero Bowler.
Busca a Nicomedes. Nadie sabe nada. Nicomedes Leyva. Nadie sabe nada. Nicomedes Lara. Un niño se adelanta, pide unas monedas. Bandelier le da un pequeño juguete (un talismán comanche), el niño le indica la casa de Nico.
«¿Usted es Nico?»
El indio voltea, deja el azadón a un lado. Mira al hombre. Suelta un insulto en su lengua de indio. Bandelier le responde con un saludo rarámuri.
Nico sonríe.
«Soy arqueólogo busco las historias de los manso», explica Bandelier.
«¿Y qué me traes arqueólogo a mí para hablarte de los manso?»
Bandelier comprende.
«Me llamo Adolph, Adolfo, Francis Bandelier. Te doy un presente, mira», saca de su bolsillo un pañuelo, en él 4 botones hikuri. Nico observa. Toma uno y dice: «esto te lo acepto para iniciarnos».
Bandelier le ofrece el resto: «uno es sangre de borrego, dos es la voz de la hierba, tres es el corazón de kiva, cuatro es el ojo de dios».
«No. Cuatro es corazón de Kiva».
Bandelier acepta el equívoco. Sonrisas, se inicia una conversación que continúa en la casa de Nico.
Un camastro, sillas rústicas, una mesa. En la parte de la cocina una mujer joven. Nico es un hombre de unos 50 años. El indio y su mujer hablan rápido, suave, cantadito. Aparece una botella de brandy. Bandelier acepta el regalo. Comparten: Nico mastica, Bandelier bebe.
Nico es uno de los últimos mansos de Paso. Antes fue de los piros. Habla poco rarámuri, poco manos, poco español. Los manso necesitan de un curandero. No tiene curandero y los blancos no ayudan con los enfermos. El 12 de diciembre tendrán un mitote para la virgen y elegir al nuevo curandero. «¿Por qué en la iglesia?» Porque allí está el sitio original de los manso. Allí, en la iglesia era la cabecera de la acequia madre que se llamaba acequia de los indios y cruzaba el arrollo de la sierra. Ahora los manso tienen 7 capitanes de guerra que se reúnen en secreto. Visten la pluma del águila, del guajolote, del correcaminos, del cuervo. No del tecolote que es el que habla muerte. Los manso fueron cazadores, iban a las sierras. Pero ahora no queda nada, un poco de alfarería, algo de maíz propio en mayo, trigo en otoño y viñedos en noviembre, no mucho.
Bandelier, en su cuarto, transcribe la información de Nico.
«En lo que es ahora la iglesia de la virgen de Guadalupe, estaba la Kiva, el corazón del pueblo de los indios Manso.»

*

Termina la relación de Fray Silvestre Vélez de Escalante:
«…En el pueblo de Santa Ana, Popé hizo preparar un convite de las viandas que los religiosos y gobernadores usaban, y una mesa grande, según la moda de los españoles. Sentose Popé en la cabecera, y en la contra puesta, hizo sentar a su amigo Alonso Catiti, poniendo a los demás en lugares restantes; hizo traer dos cálices, uno para sí y otro para dicho Alonso, y ambos empezaron a brindarse en escarnio de los españoles y de la religión cristiana, y tomando Popé su cáliz, decía a Alonso como si fuera el padre Custodio: «A la salud de V.P.R.; tomaba el suyo Alonso y levantándose decía al Popé; vaya por la de U.S., Sr. Gobernador».
«En fin, no quedó en todo el reino vestigio de la religión cristiana, todo fue profanado y destruido.
«El día 18 de noviembre de 1681 partieron de Paso del Norte los destinados a la reducción de los dichos rebeldes (los nuestros se componía de 146 soldados españoles y de 112 indios auxiliares) en vísperas de la Concepción Purísima, redujeron a los Tiguas rebeldes del pueblo de la Isleta.
«Los motivos de la gran rebelión se reducen a dos capítulos, que son: primero el amor que muchos de los viejos conservan a su antiguo modo de vivir, a su idolatría, a las estufas, y a la destrucción de estos en el tiempo del gobernador Treviño. Segundo, las vejaciones y malos tratamientos, que en algunos españoles padecían en muchos pueblos, la persecución de los indios que tenían por hechicero, y muchos castigos y penas capitales, que a éstos aplicaron varios predecesores de Otermín…»


*

Entre historias (visiones de Gamaro Luna).
Entras, Gama, arañando las puertas, raspando el techo de la iglesia, tocando las ventanas, azotando la poca luz que ilumina el techo de la iglesia, columnas de maderas labradas. Paciencia indígena, cincel español. Altar de un solo nicho que protege a una breve Guadalupana. La bóveda de la Misión emergen los ecos de los cantos de los Mansos, de los Sumas, los Jumanos. Antes de ser iglesia, este sitio era el corazón del sagrado Kiva. El lugar donde se juntaban la Acequia del Indio y el Gran Arroyo de la Sierra.
Entras, Gama, a los sueños colectivos, almacén de recuerdos: una danza Hopi que es una danza Piro que es una danza Manso frente a tus ojos Gama.
Sí, Gama, en el centro de los sueños de la comunidad.
Una luz débil, dos lámparas. Se dibuja, ante ti, como en una litografía móvil, sepia, la caravana hambrienta de Cabeza de Vaca que no supo nunca dónde anduvo; que bebió de las aguas del Gran Río del Norte.
Cabeza de Vaca entre los brazos de las más hermosas mujeres que venían a sus ritos. Cabeza de Vaca, brujo de los hombres verdaderos. Ríos (o el mismo río en diferentes partes) que calma las fiebres imaginarias de los hombres guiados por el cristo loco San Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Aparece Coronado, enfermo y delirante. Cadáver sangrante, sangriento que llevaba la peste de la codicia. Las historias de siete ciudades de oro; palabras de Estebanico y Fray Marcos de Niza que lleva el viento: Cibola, Quivira: «allá, señor, vide un pueblo de siete ciudades todas de oro, en cada ciudad había una torre, en cada torre un sabio, eran siete. Todos Guardianes. Todos y cada uno. El primero protegía el secreto de la vida eterna; el agua de la vida eterna. El segundo guardaba la llave de las transformaciones. El tercero vigilaba el elixir de las palabras, el que lo tome hablará con las piedras, con los mezquites, con el coyote, el perro del agua, el perro del viento. Los otros guardianes defienden mayores secretos por descubrir: el canto de la lluvia, el vuelo del águila, el oro de los ríos.»
Escucha, Gama, los gritos de los frailes que vinieron con Chamuscado. Vinieron a morir. Escucha la voz tartamuda de Espejo; ves, Gama, su bandera blanca y sus alas blancas; su marcha al sur con el estandarte cubierto de sangre seca y las plumas tintas de sangre, así fue marcando la ruta del Camino Real. Dejó el escarmiento, la venganza.
Después vino Oñate, el señor de las minas perdidas en las dunas, vino con la fiebre de Cortés, de Coronado. Y vino Fray García de Zúñiga con otra fe, no en el Dorado, no en el Dinero: en Dios, en la virgen que se le apareció a Juan Diego en 1531. Fray García expulsó a los brujos, selló sus «estufas», persiguió a los herejes.

*
Representación dramática.
Un vaquiano (indio disfrazado de vaquiano español) busca su vaca. La vaca (guiada por un indito disfrazado de ángel) sube a un montículo y llega hasta un hoyo (los restos de una kiva). Allí, una hermosa india sale vestida de virgen.
Fray García lee lo que debió decir la aparecida al vaquiano: «Non hayas miedo, que yo soy la madre de Dios por la cual alcanzó la humana generación redención; toma tu vaca y vete y ponla con las otras… que tendrás luego muchas otras. Ve a las otras gentes y les dirás que donde me aparecí, que caben y encontrarán una imagen mía.»
El vaquiano fue al pueblo, pero nadie le creyó su historia. Hasta que les mostró los pechos de la vaca en los que había la marca de la cruz (la vaca en la representación lleva efectivamente marcadas las ubres). Así le creyeron al vaquiano.
El vaquiano llega a su casa y encuentra que uno de sus hijos había muerto. Pero al pedirle a Santa María de Guadalupe, el joven despertó sano y salvo. (Esta es la segunda parte de la representación).
Luego, el vaquiano fuese a la casa de los sacerdotes y les contó toda la historia. Fueron todos a ver el lugar señalado y encontraron allí la milagrosa imagen de la virgen. Por este hecho portentoso, se creo una iglesia y de la iglesia nació un pueblo.
Esto ocurrió en el pueblo de Cáceres, en Extremadura, según un manuscrito de 1440.
Esto debió ocurrir en Paso del Norte en el año de 1659.

*
Gama, tú sigues las imágenes. Están allí, transparentes, vivas. Las carroñas de Oñate, hablando en nombre «de Dios, amo del supremo querubín y de la más despreciada hormiga y de la más pequeña mariposa», hablando «en honor y nombre de la virgen Santa María. En nombre del cristianísimo Rey don Felipe». Diciendo: «Yo don Juan de Oñate, Gobernador y Capitán General y Adelantado, tomo posesión de estas tierras y de cuanto hay en ellas, con sus montes, ríos, aguas, pastos, vegas, cañadas, y todos sus indios naturales. Con el poder que represento, Yo don Juan de Oñate, tomo posesión desde la hoja del monte, hasta la piedra más pequeña del río, digo, tomo y aprehendo una, dos y tres veces, una dos y tres veces, una dos y tres veces y todas las que de derecho puedo y debo, la tenencia y posesión real y actual, civil y criminal y todos los poderes que se quieran, digo y repito, tomo en posesión todas estas tierras vistas y por ver, a mil y quinientos y noventa y ocho.»
Oñate descarnado, con su caravana de muertos. Apestando el horizonte. Haciendo su primera representación de la Conquista y Poblamiento ante los ojos asombrados de los indios.  Oñate presumiendo la fuerza de sus jinetes, sus armas y sus caballos. Oñate en la mirada la fiebre del oro, la felicidad en algún lugar de este enorme desierto que devorar todo.

(continuará)


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