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lunes, 25 de enero de 2010
Guardamemorias
EL INFORME BANDELIER
(Parte III)
Por José Manuel García-García
9 de agosto de 1889.
Bandelier llega a Ciudad Juárez. Puede recorrer el tramo del puente al centro en un cómodo tranvía eléctrico. Pero prefiere cabalgar a paso lento sobre su fiel caballo Chico.
El año pasado no pudo ver el progreso juarense.
La calle principal hoy se llama del Comercio. Es amplia, limpia, flanqueada por casas que parecen nuevas, mejoradas, más sólidas. Lucen muchas de ellas carteleras que anuncian servicios y productos. Todo encuadra en el progreso. Menos esos indios que caminan con la cabeza agachada. Sombras blancas, flacas, que cargan la leña, el agua, el pan. Indios que sólo abren la boca para anunciar sus mercancías, que cantan sus mercancías: «guajolotitos, cocaditas, charamuscas, leñita. Esa manera de anunciarlo todo en diminutivo. Frases melodiosas que contrastan con los semblantes de hambre, de sed: «¡mescalito!», grita uno empujando su carro en el que lleva un barril y unos jarritos.
Uno de los indios se detiene frente al nuevo edificio de la Aduana. Una bella construcción que tiene la sobriedad del cuartel y edificio de oficinas burocráticas. Inaugurada, dice una placa, el 10 de septiembre de 1889.
Bandelier observa al indio subiendo las escalinatas del edificio, se asoma al interior de la puerta y grita: «¡Mescalito!», del interior se oye algo como «¡Ahora no marchante, ahora no!».
Pasa un tranvía del que bajan varias personas que se dirigen directamente a la Aduana. Llevan papeles. Trámites de fletes, mercancías para almacenaje. Cosas de esas.
Bandelier se regresa, va rumbo a la iglesia la fachada ha mejorado: las paredes, pintadas de blanco, la hacen verse nueva. Tiene algunos arreglos: una escalinata lateral a un lado del templo, un monstruoso reloj rojo regalo de la señora Samaniego y asociados de la plaza de toros.
Hasta a la placita pública se benefició con un pequeño busto de Benito Juárez que permanece ensartado en un pedestal con cuatro faroles esquineros.
Se nota mayor movimiento comercial. La gente cruza apresurada las calles contiguas a la plaza. Son pocos los que dormitan en las bancas públicas. Tiene que ser por culpa del calor y la sequía.
*
(Noche del 22 de agosto de 1889. Cena en casa del doctor Mariano Samaniego. Invitados: el padre Ramón Ortiz —tío de Samaniego—; Inocente Ochoa —socio y cuñado de Samaniego—. Están presentes también: Carmelita (esposa de Samaniego) y Concepción (hermana de Samaniego y esposa de Ochoa); y por supuesto el invitado principal: Adolph Francis Bandelier).
(El salón comedor es amplio, lujoso, ostenta cuadros relacionados con Paso del Norte y personajes de la historia mexicana).
Ortiz:— (A Bandelier). El doctor Samaniego quería conocerlo a usted. Me he permitido contarle de su proyecto de recuperar la historia de Paso del Norte.
Samaniego:— (Interrumpiendo en tono travieso. Exagera el timbre grave de su voz de orador. Tiene un ligero acento francés que adquirió en sus años de estudios y del que nunca quiso desprenderse. Esta un poco tomado). Ciudad Juárez; nada de Paso del Norte, Ciudad Juárez. ¡Salud, estimado doctor Bandelier, sea bienvenido a esta su casa liberal y profundamente católica (mirando a su esposa que le dirige una sonrisa de estatua).
Bandelier:— ¡Salud!, doctor, usted me honra, me place y me honra…
Ortiz:— (Insistiendo en regresar al tema). El doctor Samaniego es un amateur de la historia, estimado doctor Bandelier. Debe usted visitar su biblioteca: todo lo que debe uno leer de la historia y la literatura de Francia, de España y de nuestros países de América.
Samaniego:— Usted y yo, doctor Bandelier tenemos algo en común: los dos somos Científicos. (Esto lo ha dicho señalando el cuadro de don Porfirio que encabeza la galería de la pared de honor). (Risas).
Bandelier:— Bueno estoy rodeado no sólo de conocedores de la historia, sino de hombres que han hecho historia. El padre Ramón Ortiz aquí presente, tomó las armas en el 48 contra el ejército invasor.
Ortiz:— (Recordando). Fueron días terribles. La ocupación duró cinco semanas y media, pero a nosotros se nos hizo un siglo.
Bandelier:— (Como de memoria aunque evitando la recitación). Usted reclutó 380 gentes para resistir con las armas en la mano. Usted se encargó de los prisioneros texanos para que tuvieran un trato humano. Usted, después de la dolorosa, la triste derrota no dejó de actuar: por años trabajó para reubicar a los mexicanos que no querían quedarse del lado norteamericano.
Samaniego:— Paso del Norte pasó dejó de ser almacén y hotel de paso. Se convirtió en villa fronteriza. Con un destino marcado: el contrabando del norte, el abigeo, la invasión de apaches perseguidos por los gringos…
Bandelier:— Otra vez, el padre Ortiz se enfrentó con las armas en la mano contra esas plagas.
Ortiz:— (Visiblemente emocionado). ¡Salud! (Todos hacen eco del brindis).
Ochoa:— Pero en la guerra del 65 nuestro amigo Ortiz se pasó del lado de los invasores. Y también organizó grupos en Chihuahua para apoyar a los cangrejos.
(Ortiz mira con visible enojo a Ochoa. «Arribista» parece decirle con la mirada).
Bandelier:— (Intentando olvidar viejas heridas). Pero en la guerra civil de los Estados Unidos del 61 ustedes apoyaron al bando correcto. Y el ejército de la Unión triunfó. Y en este salón en que estamos hubo fiestas para agasajar a militares triunfadores. Esto según lo dicho por mis amigos Daguerre y Boisselier.
Samaniego:— Respeto la opinión de Boisselier y nuestro mutuo amigo Daguerre, pero difiero de ellos: lo de las fiesta fue idea de mi querido cuñadito Ochoa, que seguía las ocurrencias de mi compadre Rafael Velarde, que en paz descanse. Velarde fue el que organizó las fiestas de bienvenida a Benito Juárez el año 64. Él sí sabía cómo ganarse a la gente, mi estimado Velarde. Él murió en un, digamos, extraño accidente en la ciudad de Chihuahua, ¿sabe usted? Fue el verano del 65 precisamente. Después de su muerte las relaciones entre nosotros y Chihuahua, y Chihuahua y la capital, tomaron un curso diferente, nada bueno para Paso del Norte.
(Llega el plato principal. Bandelier se sorprende doblemente: primero porque el plato fuerte es mole de guajolote, arroz chino, vino blanco y pan francés —Oh my good Lord!—. La segunda sorpresa: el ayudante de meseros era Manuel Huero; el buen Manu, que andaba entre los comensales como extraviado, apenas levantando la mirada, repartiendo tímidamente la sal o los cubiertos o lo que los invitados demandara. La señora Concepción no pudo evitar un gesto de repulsión por el olor que despedía el indio. ¡Olía a perro! Los otros comensales prefirieron distraer la atención, fijando las miradas en la porción de comida que les había tocado. Alguno sintió un leve mareo. Manu fue discretamente retirado, y dos tragos del buen vino de Paso del Norte calmaron el deseo involuntario de vomitar sobre el plato de mole, orgullo de las señoras de la casa.)
*
(Agosto 1889)
El padre Ortiz le ha informado que él conoce a un indio de la antigua nación Suma.
Bandelier entonces viaja a San Lorenzo, el Suma era un indio ya muy viejo. Le informa lo que Bandelier ya más o menos sabía: que la tribu hace ya muchos años fue aislada para que muriera de epidemias, que primero mataron a los curanderos, los acusaron de practicar la brujería. La voz del Suma es un lamento enmarcado con la sequía que están viviendo: «Hubo apenas una lluviecita en julio, el mes pasado, pero ya ve, el maicito no se va a lograr. Las acequias están secas. La gente de razón de Paso del Norte dice que los Suma no somos de confianza, que tomamos el brandy, el peyotl. El cura y su gente nos acusa de que con el santo peyotl nos cambiamos de hombres a caballo, de que usamos el santo peyotl para provocar maldades, de que los botones del santo peyotl nos hace tener fuerza acá abajo y nos hace seguir teniendo mucha familia. Por eso nos quitan el santo peyotl. No quieren más indios Suma, no nos quieren más.
*
(11 y 16 de agosto, 1889)
Bandelier va a misa. El lugar es insufrible: pequeño, sofocante: hubo varias mujeres que se desmayaron. Pero Ortiz le tiene más confianza. Le ha entregado el legajo de Informaciones Matrimoniales. Viene allí un extenso documento que data de 1728, es de juicios a los Mansos y los Sumas, acusados de hechicerías. El padre Ortiz se encuentra muy enfermo, tiene ya sus 76 años. Bandelier sigue encontrando otros documentos traspapelados en el legajo que le proporcionó el cura Ortiz. Encuentra otro juicio de brujería que data de 1725. Otros documentos: reportes de rebeliones sangrientas de Sumas, Janos y Mansos entre 1713 y 1725. «Los documentos son cada vez más interesantes», anota Bandelier en su cuaderno.
*
(Noche del 22 de agosto de 1889. Continúa la cena)
Ortiz:— La historia es una buena maestra: nos ayuda a no repetir errores. Nuestro amigo aquí presente vivió muchos años en el error al oponerse a toda política propuesta por Samaniego.
Samaniego:— Tres cosas sacaron de su inocencia a mi cuñado: la llegada del ferrocarril en el 84, las franquicias de la «zona libre» del 85, y la cordura de mi hermana. (Risas. Brindis). Ahora nos entendemos perfectamente: adiós viejos rencores.
Ochoa:— Todos amigos: amigos de Luis Terrazas; amigos de Benito Juárez; amigos de Lerdo. Conservadores o liberales, según el favor del tiempo. Amigos de don Porfirio… Aunque no llegamos a los extremos de nuestro insustituible padre Ortiz, que fue patriota en el 48 y traidor en el 64. (Carraspeos. Nadie le encuentra la gracia al sarcasmo de Ochoa. Ya está borracho. Él también lo sabe. Mejor guardar silencio).
Samaniego:— (Maestro en el arte de la diplomacia). Lo importante es que juntos enfrentamos a roba-vacas, invasores gringos, comerciantes extranjeros, apaches y genízaros rebeldes. Y aquí estamos. Brindando, con usted querido amigo Bandelier.
(Todo vuelve a la calma y a la conversación ligera).
Bandelier:— (A Samaniego). Hoy tuve la oportunidad de viajar en uno de sus tranvías eléctricos.
Samaniego:— Y de seguro cruzó de El Paso tejano a nuestro Paso mexicano por mi puente, y por anduvo mi calle principal, y miró mis casas que están al lado de la iglesia que custodia mi tío. Y visitó a mis indios que trabajan en mis tierras, mis viñedos, y los vio servirse de las ofertas en mis tiendas de raya o comprar mis vinos o ir a divertirse a mi plaza de toros o los vio comprar un billete de la lotería, mi lotería para beneficencia pública, es decir, mía y mi compadre Espiridión.
(Risas. Bandelier se siente obligado a reír. La verdad, está cansado de todo esto). Samaniego remató con la convenida frase: Sabe por qué le cambié el nombre de Paso del Norte a Ciudad Juárez, para decir: «Yo no soy de Juárez; Juárez es mío».
(Risas, aplausos de todos los comensales).
Ortiz:— No dejas nada para «los demás». Mira los indios y los mestizos que viven hacinados en el Barreal y en el Partido Romero. Ahora que ellos tiene la culpa parecen conejos, Manu Huero, para darle a usted un argumento, ha tenido cinco mujeres. ¿Hijos? Yo le conozco unos quince. Todos mestizos aindiados.
(Hay un llamado para pasar a uno de los saloncitos donde espera la señora Carmelita. Toca ensayo de sonata. Bandelier no la reconoce. Luego, la gente se dispersa en grupitos, mientras un pianista ameniza, «hace ambiente», según ha instruido la señora Carmelita. Bandelier recorrer la impresionante biblioteca de Samaniego. Tratados de medicina, novelas francesas, una colección extensa de literatura mexicana. Todo esto le sorprende vivamente a Bandelier. Más tarde aceptar la invitación de quedarse en el cuarto de invitados. Ha tomado mucho vino, le duele la cabeza. Al acomodarse en la cama para hojear un libro de ilustraciones, fija su mirada en la pared de enfrente: una foto Samaniego junto a Benito Juárez. Entonces Bandelier comprende lo que el viejo millonario le ha pedido todo este tiempo: el médico, el ex diputado, el jefe político, el ex vicecónsul, el ex gobernador de Chihuahua no pensaba en una historia de Ciudad Juárez escrita por el gran Bandelire; quería la historia de Samaniego. Ser el dueño del presente, le permite el lujo de apropiarse del pasado para ser dueño del futuro).
*
En octubre de 1889, Bandelier publica en El Centinela, periódico de su amigo Daguerre, «Unos datos históricos sobre El Paso del Norte», el texto más o menos largo, se publica en dos partes y está basado en parte la Historia de la Nueva México del poeta Gaspar de Pérez de Villagrá. Badelier se niega a abordar todo lo relacionado al siglo XIX. También envía una trascripción a máquina (su querida y vapuleada maquinita Hammond) del «Auto de fundación de la misión de nuestra señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte de 1659».
*
(23 de agosto de 1889. Ciudad Juárez, rumbo a Las Cruces, Nuevo México)
Bandelier se encuentra a Altamirano en la estación del tren de Ciudad Juárez.
Altamirano viaja con su esposa y dos jóvenes más, va a Barcelona como Cónsul General de México.
Bandelier lo saluda efusivamente. Tenía tiempo buscándolo, enviándole cartas. Ahora la casualidad los hizo coincidir en el mismo espacio; gracias al retraso del tren, la conversación de los maestros se prolonga por un par de horas.
Altamirano, el escritor, el educador, el soldado de Benito Juárez, el héroe de Querétaro, el hombre preocupado por la identidad nacional y la unión de los mexicanos, le parece a Bandelier de un hombre feo pero de una gran «gran belleza espiritual».
Altamirano:— (Sabe muy bien la impresión que ha causado). Soy un indio feo y no necesito de grandes razones para demostrarlo.
Bandelier:— ¿Qué le parece usted esta ciudad fronteriza?
Altamirano:— La he visitado un par de veces. Ahora es un lugar obligado de paso a El Paso.
(Risas).
Bandelier:— Quiero decir, ¿le parece a usted una ciudad que representa el progreso porfirista?
Altamirano:— Ciudad Juárez lo representa y no sólo por sus ferrocarriles.
Bandelier:— ¿Y los indios?
Altamirano:— Ah, el tema de su vida. Pues afeando el progreso. (Risas de todos). Viven mal. Son desconocidos. Nuestros escritores los idealizan o los ignoran. Nuestros historiadores no los conocen. Viven mal. Pero no es una condición permanente, puede modificarse mediante una correcta educación.
Bandelier:— ¿Benito Juárez, usted mismo…?
Altamirano:— O por las armas: Vicente Guerrero, José María Morelos, Porfirio Díaz…
Bandelier:— El Saber y el Poder.
Altamirano:— Hace un par de años en la inauguración de la estatua de Cuauhtémoc en la ciudad de México, dije que ese último emperador azteca era «la esencia de lo mexicano».
Bandelier:— ¿Y los indios del Norte? ¿Y los que quedaron en Estados Unidos? ¿Y los jefes Pope de los indios Pueblo, Chiquito y Don Luis de los Manso?
Altamirano:— Agregue a su lista Quautlatlas de la nación Tepehuana, a Gabriel Teporame de los rarámuri y a Juan Banderas que supo unir a los indios Mayos y Yaquis. Yo digo que también son parte de la «esencia mexicana».
Bandelier:—…Y el más reciente: el yaqui José María Leyva Cajeme.
(Altamirano sonríe sin responder).
Bandelier:— Si usted escribe todo esto, a usted lo escucharán las nuevas generaciones de escritores. Si yo escribiera algo así, me convertiría en un extranjero indeseable…
Altamirano:— Es menos peor que un indio indeseable… (Risas). Se trata de no cometer los errores del pasado, no precipitarse y volver a una guerra civil entre mexicanos que nos debilite frente a otros países.
Bandelier:— …Y perder más territorio.
La conversación se hace ligera. Amistosa. Bandelier le muestra algunos de los documentos que ha encontrado en los archivos del padre Ortiz. Tesoro por tesoro, Altamirano lee uno de los capítulos de El Zarco. El que describe a Nicolás, el «indio bueno, hercúleo», despreciado por una bellaza mestiza blanca… Altamirano se detiene explica un pasaje de la novela y vuelve a su lectura. Como anotara Gutiérrez Nájera, cuando leer «su larga ancha boca, de gruesos labios, era la de un cacique criado en la montaña… y ese su color de raza vencida y sacrificada, ese su odio, llameante en las pupilas, nos alimentaba el alma».
*
1653, Acta de la ejecución de Teporaca:
«Ejecución de sentencia y relación de no haberse querido confesar ni conocer a Dios y razones de lo que dijo: Al centro. Doy Fe que en cumplimiento de la sentencia de antecedente fue sacado Don Gabriel Tepórame, que en nuestro idioma significa «El Achero», puesta la gente en orden a efecto de ejecutarla y habiendo sido apercibido tratase de confesarse y prevenirse para morir por el señor presbítero Don Juan Tello, Capellán Mayor de éste ejército, significándole las penas del infierno mediante los intérpretes Capitán Juan Echavarría y Don Baltazar, dijo: «que no quería confesar ni conocer a Dios si no veía ir a uno de nosotros vestido y calzado entrar al cielo; que no trataran de decirle nada, que cuando lo cogieron les había dicho que lo ahorcasen y que no lo trajeran, y que para qué querían que les dijera nada, si hacía muchos días que estaba con el diablo, que si acá ahorcaban, también el había ahorcado frailes y españoles...»
Que con vista de su depravada intención y de que no se podía reducir, fue ahorcado en un árbol enfrente de donde está el Real y los indios amigos mostraron gran contento de verle ahorcado y todos le tiraron flechazos. Y para que conste, de mandado de su señoría, di el presente, es este Real sobre el valle de Tomochi, en 4 de marzo de 1653 y el dicho intérprete lo firmó, siendo testigos el sargento mayor Alonso Ramírez de Prado, el General Sebastian Sosoaga y otros muchos presentes. Diego de Galarreta, escribano de Gobernación y Guerra.»
*
(Región de Isleta y Paso del Norte, 1629. Del Memorial de fray Alonso Benavides):
«Yo, Fray Alonso Benavides, testifico que la venerable madre María de Jesús de la Concepción de la Orden de San Francisco del Convento de Agreda de la provincia española de Burgos, viene cada domingo a predicar entre los indios Jumanos la palabra de la salvación. Los indios me han dicho que han aprendido el misterio de la cruz de una bella joven mujer que se aparece con un resplandor blanco y hábito azul o con un resplandor azul y hábito blanco. Les he mostrado a los indios una pinturita de la santa madre María de Jesús de la Concepción y los indios me han dicho que es ella, sólo que más bella y más joven.
«Con esta maravilla en mente he visitado a la madre María de Jesús de la Concepción en su claustro y la anciana me ha dicho por boca propia que ella ha viajado a un pueblecito hermoso, rivereño que se dice Isleta, que se dice Paso del Norte, y ha predicado la palabra del salvador, que ha enseñado a los indios a persignarse y a rezar a la santa cruz. Le he preguntado a la santa madre María de Jesús de la Concepción que cómo ha hecho tal maravilla. Ella me ha contestado que en sus noches de claustro, en sus noches de rezos ha entrado en éxtasis religioso y viaja su espíritu a las tierras bárbaras de la Nueva México a predicar la salvación.»
*
(12 de diciembre de 1990)
Danzan los matachines a la virgen de Guadalupe. En su iglesita. La niña buena, la niña dulce. Bajo la mirada vigilante del viejo Ortiz. Cacique de la virgencita. Ve entrar al templo a los grupos que representan a los indios de san Lorenzo, a los indios del Barreal, a los indios del Partido Romero, a los indios de Ysleta, de Alamillo, de Senecú, de Tigua.
Los indios cantan, bailan, rezan.
Después, en la noche, los indios se encierran en el círculo de los siete y hablan con el peyotl, el brandy, el mescalito, y dicen que Juan Tetebiate no se rinde, que los brujos se están juntando para bailar la danza de la muerte de «yoris». En las sierras de Sonora Yaqui, en las sierras de Sinaloa Mayo, los hombres del conocimiento verdadero se están juntando. Que llaman a los pueblos de Chihuahua a juntarse contra el «chabochi», a los pueblos del indios Tigua de abajo, de Paso del Norte, a vayan a las tierras de los hombres verdaderos a Sonora Yaqui.
*
(16 de septiembre de 1888)
Como salida de la nada, una mujer vestida de blanco. Una mujer bella, bellísima de cuerpo y rostro, en medio de la placita de la nueva Ciudad Juárez. Los listones tricolores circundan el lugar, se están acomodando en las bancas los principales de Paso del Norte. Tal parece que ya se inicia la ceremonia de cambio de nombre, desde ahora, el pueblo se llamará Ciudad Juárez. Le gente, venida de los barrios pobres, los vecinos de El Paso, Texas, también se acomodan en torno a un pequeño busto de Benito Juárez que colocaron sobre un burdo pedestal.
Y la mujer de blanco, comienza a dar vueltas alrededor del busto; da una vuelta, dos, tres, hasta completar siete vueltas. Y extiende los brazos, su vestido untado al cuerpo resalta su breve cintura, sus caderas, sus senos. En el rostro una sonrisa, dice algo. Los principales la escuchan, algunos aplauden. Dos hombres que han colocado una mesa a manera de plataforma ayudan a subir a un joven que comienza a decir que «….en este momento de histórico en que el pueblo cambia a villa a Ciudad gracias al maquinismo y al amor al progreso, es necesario reflexionar de nuestra democracia. Díaz será por tercera vez presidente de la república (aparece una segunda mujer, ésta vestida de rojo, se une a la primera que permanece al lado de orador)… Díaz, el que en el año 76 inició su lucha con la consigna de «no reelección», hoy planea su mandato por tercera vez. Ya es un lugar común hablar de la «paz porfiriana», basada en el control de la prensa, en la represión de los anti-porfiristas..» (Ahora aparece una tercera mujer, ésta vestida de negro, se coloca detrás del orador; los invitados principales estupefactos, se dan cuenta de que todo lo que están viendo no es definitivamente parte del programa oficial, casi todos permanecen expectantes, viendo a las mujeres que hacen una rara escenografía en torno al joven que sigue hablando contra Porfirio. Es un loco, divertido. Loco, definitivamente loco. Ochoa, con un gesto pude ordenar el desalojo del orador, pero permanece a en silencio, asombrado). «El Congreso acaba de aprobar prácticamente la tercera elección de Díaz, por ello les pido que reflexionen, amados hermanos chihuahuenses, ustedes que tienen un espíritu guerrero independiente, que se han enfrentado solos a los retos del desierto, a la intervención norteamericana y a los ataques de los apaches, ustedes que han tenido que imponerse en la guerra económica de la «zona libre» que poco a poco el gobierno federal ha ido debilitando… (Esta última frase, hizo que Samaniego detuviera el intento de Ochoa por frenar la perorata del joven). Únase los indios pacíficos o pacificados, genízaros y rebeldes, únanse los mestizos «revoltosos», los pro-hombres que han dado su dinero y su vida por esta ahora Ciudad Juárez… (Con estas palabras entra la cuarta joven, tan bella como las anteriores, está vestida de verde. Las cuatro mujeres y el joven hacen una coreografía desconcertante. Entran los gendarmes y sacan a empujones al joven y a las damas las toman del brazo. Se acabó la payasada, señoritas. Los curiosos aplauden —pensando que todo fue una representación, como las que hace el padre Ortiz en la semana mayor.
*
(Primavera de 1890. Desierto de Chihuahua. Noche sofocante)
Escucha. Es la voz de los señores verdaderos. Es el viento girando el viento, llevándose a los señores verdaderos por las dunas de samalayuca, por la serranía de Chihuahua, corriendo, pies ligeros también son los señores de Paso del Norte: los Sumas, los Janos, los Mansos y los Piros, los señores verdaderos. Corriendo con el alimento del remolino el polvo del santo pinole. La voz del viento corre, danza hacia el sur, bajo la luna, entre enredaderas que arden en los caminos que alumbran las veredas de los montes las cicatrices de los pies ligeros en los montes las veredas los aguajes el viento arrastra al remolino a los remolinos a los señores de Paso del Norte acompañados de los huesos de la gobernadora, señora de olor amargo y triste, acompañados de las rodaderas secas de las brujas que arden rodando en la noche de luna llena. Mira y escucha el cuervo de arena, el lobo del viento, el correcaminos del aire, el coyotito la víbora el perro-lobo Manu Huero bajo el manto de las estrellas Manu aquellos remolinos aquellas tormentas el viento negro que temen los genízaros, los cristianizados el viento lleva a los señores verdaderos ellos son el viento que gira y danza y vuela al sur para encontrarse con los señores que curan que conocen el canto del nahual y tonal y la danza secreta de hukuri señor de señores.
Bibliografía y Notas:
La litografía de Vaudricourt está en: Guadalupe Santiago, Miguel Ángel Berúmen. La misión de Guadalupe (Edición de autores. Cuadro por cuadro, 2004). Y originalmente en William Hemsley Emory. Report on the United States and Mexican Boundary Survey (2 vols., Washington : Nicholson, 1857, 1859; nueva edición, Austin : Texas State Historical Association, 1987). Los viajes de Adolph F. Bandelier están basados en Charles H. Lange, Carroll L. Riley y Elizabeth M. Lange. The Southwestern Journals of Adolph F. Bandelier (4 tomos, The University of New Mexico Press y The School of American Research, 1984). Mucho del material fue tomado de José Manuel García. Paso del Norte Ciudad Juárez. Textos de su historia y su cultura, 1535-1889 (Cd. Juárez, 2005).
Aclaración: este texto pertenece al género del ensayo narrativo (híbrido y fragmentario por excelencia). Las obras citadas sólo han servido de libre inspiración a esta recreación literaria.
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