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miércoles, 25 de abril de 2012
Historia regional
De la muerte de Benton
a la laguna fatídica
(Fragmento del libro Historia Regional del Noroeste de
Chihuahua. Autor Miguel Méndez García. En la primera entrega se da a conocer
sobre los primeros años de Rodolfo
Fierro; su condición de hijo adoptado, su primer enamoramiento y matrimonio, la
pérdida de su familia, su ingreso a varios trabajos, para finalmente terminar
como garrotero del ferrocarril.)
(Segunda y Última parte)
Muerte
de William Benton.(1914). Benton era un ciudadano inglés, había nacido en
Escocia en 1892, era dueño de la Hacienda de los Remedios, cerca de Santa
Isabel, Chih., que tenía una superficie de 129 mil hectáreas, muchas de ellas
robadas a los vecinos, ya que gozaba de ciertas consideraciones especiales.
Cercaba potreros, limitaba el acceso a las aguas, ayudaba a los colorados y a
los huertistas, y había efectuado varios asesinatos amparado por el clan
Terrazas–Creel y por eso había ganado la fama de valiente. Era enemigo de la
revolución, se quejaba en la prensa del bandidaje y vivía bajo la protección de
los rurales.
Llegó
a México buscando minas de oro en Durango y le fue relativamente bien. Se casó
con una mexicana de familia rica y se hizo ganadero. La Hacienda de los
Remedios valía en ese entonces un millón de dólares y el ganado otro tanto.
En
una reunión del Club de Periodistas Extranjeros
en la ciudad de Chihuahua, un periodista gringo le dio una bofetada, por hacer
comentarios desagradables de las mujeres estadounidenses. Luis Aguirre
Benavides lo describe de la siguiente manera: «Era Benton el tipo de extranjero
odioso, seguro de la superioridad de su raza, arbitrario y despótico, que hacía
padecer a los peones los rigores de los encomenderos».
Cuando inició el alzamiento maderista, los
revolucionarios le pidieron dinero contra un vale cuando pasaban por su hacienda,
Benton apeló a Cástulo Herrera, quien por instrucciones de Madero que no quería
conflictos con extranjeros, le dio la razón. El asunto casi terminó a tiros.
Benton denunció a los revolucionarios como cuatreros ante Abraham González. El
15 de febrero de 1913 viajó de Chihuahua a Ciudad Juárez y anduvo pregonando
que «no le tenía miedo a nadie» y «que quería ir a ver a Villa y decirle lo que
pensaba de él». Después de un primer intento frustrado, llegó a las oficinas de
Villa en el cuartel de la calle Lerdo, con un acompañante gringo. Iba algo
tomado porque tenía la fama de ser aficionado al whisky. Dejó a su acompañante
en la entrada, sentado en una banca. Iba vestido con un uniforme caqui similar
al del ejército estadounidense, por lo que fue fácil colarse entre los guardias
que lo dejaron pasar. Traía fajada una pistola belga con cartucho cortado. Llegó
hasta dentro del cuartel. En la habitación de Villa estaban con él, Luis y
Eugenio Aguirre Benavides, Rodolfo Fierro, Hipólito Villa, un peluquero, el
cocinero y Carlos Jáuregui, que iba a llevar a Estados Unidos al hijo adoptivo de Villa, Francisco Gil
Piñón, de 13 años y también estaba presente Doña Luz Corral.
Francisco Gil Piñón Carbajal era originario de San
Buenaventura. En una ocasión en que Villa fue al Valle con sus hombres, le
prepararon un recibimiento. Un revolucionario le escribió y asignó el discurso
de bienvenida a Francisco Gil Piñón. El temperamento y expresiones del niño
impactaron a Villa, que se bajó del caballo y lo abrazó diciéndole:«gente como
usted necesita México, ruéguele a Dios que tome pronto Chihuahua para mandar
por usted y hacerme cargo de su educación». Villa cumplió su promesa y con el
permiso de su madre lo envío a estudiar a EE.UU. Estudió en el Palmore Business
College en el Paso, Texas, en el State College de las Cruces, Nuevo México., en
el Mount Tamalpais Military Academy cerca de San Francisco, Calif. y en el Baylor
University, en Hueco, Texas. En este último colegio tuvo como compañero a quien
más tarde fuera presidente de los EU, Harry Truman.
Francisco Piñón fue un hombre de todas las confianzas de Villa,
fue el administrador de la hacienda de Canutillo, Durango hasta el asesinato
del General. El día del asesinato de Benton, Piñón estaba en la habitación
contigua con Doña Luz Corral. Benton se metió a la habitación sin anunciarse y
sin más preguntó: « ¿Quién de ustedes es el general Villa?» El general volteó a
verlo y le contestó:
—Yo soy, a sus órdenes.
Entonces Benton le dijo en un tono muy imperioso.
—Vengo a que me dé un
salvoconducto para sacar mi ganado de la Hacienda de los Remedios porque ya me
cansé de que los revolucionarios me lo sigan robando.
Villa se levantó indignado y le contestó de un modo áspero, por la manera
altanera de Benton y le dijo:
—No señor, no le doy nada, porque ustedes los extranjeros
se han enriquecido aquí con el sudor de los mexicanos y tienen la obligación de
sufrir las consecuencias de la guerra igual que todos. Es muy justo que ustedes
los extranjeros sufran igual que cualquier mexicano y hágame el favor de salir
inmediatamente de aquí.
Benton que no esperaba una respuesta tan seca del general
le contestó:
—Yo soy hombre que no se deja robar por un bandido como
usted (y se llevó la mano a las cachas de
su pistola). Villa se abalanzó sobre él, pero Fierro que estaba a su lado lo
sujetó, y empezaron a forcejear tratando cada uno de sacar su arma. Finalmente
Fierro que era un individuo muy fuerte dominó a Benton y con su pistola le dio
dos balazos.
Piñón menciona que a mitad de la sala envolvieron el
cuerpo del escocés con un tapete de la recamara y lo amarraron con unos
cordones y se lo llevaron para enterrarlo. Con el asesinato se creó un
conflicto internacional con el gobierno británico. Cuando la situación se tornó
difícil, cambiaron los hechos e hicieron parecer que Benton había sido fusilado.
Carranza intervino ajustando el caso a ciertas normas de Derecho Internacional.
El cadáver se exhumó para entregarlo a sus familiares, se sugirió acribillar a
balazos el cadáver para demostrar un fusilamiento, pero el médico advirtió que
los nuevos impactos serían identificados como posteriores. Afortunadamente el
conflicto se solucionó por la vía diplomática y hasta ahí las cosas.
El oro del Banco Minero de Chihuahua. En 1914 cuando
Villa tomó Chihuahua, muchos ricos influyentes huyeron con los huertistas. El
viejo Luis Terrazas abandonó Chihuahua y pensando que su hijo Luis tendría que
vérselas con Villa, le dejó una cantidad importante de dinero por lo que
pudiera ofrecerse. Villa necesitaba dinero para montar su próxima campaña de
Torreón y envió primero a Raúl Madero a conversar con Terrazas sin tener
resultados positivos. Villa mandó traer a Terrazas ante su presencia y le
explicó en términos de persuasión la precaria situación que pasaban sus tropas
y Terrazas siguió argumentando que de rico sólo le quedaba la fama, que su
familia había perdido todos sus bienes por causa de la revolución. «Sobre
dinero ni que hablar, si mil pesos me piden de rescate, por mil pesos me
fusilan». A Villa no le interesaba fusilarlo, pues hubiera sido una
imprudencia. Villa recurrió a su secretario Luis Aguirre Benavides para que
tratara de convencerlo de que entregara el dinero porque de lo contrario pondría
en peligro su vida. Luisito cumplió con el encargo y falló. Después, varios
generales de su estado mayor trataron de sacarle información sobre el dinero
escondido sin resultados.
Villa mandó llamar a Fierro. «Muchachito, hable con
Terrazas y convénzalo de su error y tráigame razones de donde está el dinero».
Algunos mencionan que Fierro persuadió a Terrazas y que en muy poco tiempo
regresó con la razón de donde estaba el dinero. Otros mencionan que fue con él,
lo sacó del encierro, lo montó en una mula y de un árbol del cuello lo colgó con
una soga hasta que perdió el sentido. Convencido de que la cosa era en serio,
confesó que el dinero se encontraba en una de las columnas de la bóveda del
Banco Minero de Chihuahua, pero que no sabía en cual. Que lo buscaran y
encontrarían bastante. Villa mandó taladrar los pilares de Banco Minero,
hicieron un boquete y de una columna comenzaron a caer como lluvia, los
hidalgos de diez pesos oro. En total (30 bolsas con 600 mil pesos en oro) Como
era el día de San Antonio de Padua (17 de enero), a manera de broma dijeron que
se había producido el milagro de San Antonio. El dinero de Terrazas, ahora en
manos de Villa y sus generales, llenaba una necesidad tan grande como imperiosa
en la estabilidad económica de la División del Norte.
Considerando este caso como la primera versión de una
influencia persuasiva de Fierro ante el hijo de Terrazas, merece una reflexión
sobre la su actuación. Compleja, complicada y difícil con una dualidad de
unificación y sensibilidad. Lo vemos actuando en la revolución, bravo y
sanguinario, con una potencialidad instintiva de crueldad, siempre organizador,
calculador, sereno y audaz, enérgico en el mando, rápido en la acción. Después
lo vemos apacible y cortés, desempeñando una misión persuasiva ante Terrazas a
quien ni la autoridad de Villa, ni las razones de otros oficiales habían
convencido para que confesara algo que debe haberle dolido mucho confesar.
Fierro lo convenció demostrando la diferencia entre el bárbaro y el civilizado.
Si su método consistió en suplicio y Terrazas cedió a la coacción o si utilizó
amenazas que le inspiraron temor para hacerlo confesar, el secreto se quedó con
ellos.
Entre Fierro y el general Eugenio Aguirre Benavides
existía de tiempo atrás una enemistad motivada por la muerte de un joven
revolucionario Enrique García de la Cadena en Gómez Palacio, amigo de Benavides
a quien Fierro mató en singular combate. Después un nuevo hecho de sangre vino
a agravar esa enemistad, pues mató a uno de los oficiales del estado mayor de
Aguirre Benavides, de apellido Vela. Se hicieron algunas manifestaciones de
protesta contra Fierro, cuyo objetivo era pedir a Villa el castigo para Fierro.
Aguirre Benavides se presentó ante Villa y le pidió que
el crimen fuera castigado fusilando a Fierro. Pero Villa no lo mandó fusilar ni
por una ni por muchas muertes y así lo expresó en su respuesta:
—Tal vez tenga usted razón, pero por una muerte yo no
mando fusilar a Rodolfo Fierro, sabiendo lo útil que es y lo mucho que él hace
en las batallas. Además cuando los tiempos cambien y yo tenga que volverme a la
sierra, ya verá usted como Fierro y sus compañeros se van allá conmigo,
mientras usted y sus oficiales me abandonarán–. Profundo conocimiento de Villa
y aguda intuición de realidades que habrían de confirmarse tiempo después,
porque cuando los tiempos cambiaron y Villa tuvo que volverse a la sierra,
Rodolfo Fierro y sus compañeros se fueron con él y Aguirre y sus oficiales lo
abandonaron.
Francisco Piñón, el hijo adoptivo de Villa recuerda el
regaño de Villa a Fierro, en la ciudad de Chihuahua:
—General Fierro, una vez más, me han traído la queja de
que usted en estado de ebriedad asesinó a balazos a un oficial. Es una lástima
que un hombre tan valiente como usted se convierta en un verdadero animal
cuando está tomado. Y sólo porque salimos a campaña y lo necesito, no procedo
contra usted. Pero le advierto que es la última vez que se lo tolero, una queja
más en contra suya y lo mando fusilar. ¿Está claro?–. Fierro inclinó la cabeza,
aguantó la reprendida y se retiró en silencio.
Rodolfo Fierro tiene la significación de una fiera en
figura humana. Más benigno fue con él un periodista extranjero que le adjudicó
el título de la «Bestia Hermosa». Fierro era un loco vigoroso, cruel, pero no
cobarde, ni hipócrita o marrullero en sus decisiones. Fría y serenamente asumía
con virilidad la parte de responsabilidad que le correspondía en cada caso.
Fierro no era cobarde porque era un valiente, hombre de alta ley, pese al cúmulo
de defectos que poseía. Participó en muchas batallas y en todas actuó a la
altura del deber militar. Un rozón de bala o una profunda herida no hacían más
que enardecerlo. La cobardía es una característica del asesino vulgar que
obedece a su conciencia envilecida por el crimen. Fierro no era un asesino
vulgar de felonía. Asesinó o fusiló, cosas que para él eran indistintas ya que
el fin era el mismo, porque los hechos fueron consecuencia de una guerra sin
cuartel y la revolución eso era. Juzgando los crímenes de Fierro en la
revolución tal vez resultan «hechos necesarios» máxime si tienen por
justificación la razón del guerrero que consiste en «pegar primero». La guerra
obedece a una ley superior; la necesidad de aniquilar al enemigo. Por eso todos
los hombres que intervienen en una guerra justa o injusta, comenten el crimen,
pero el crimen mismo de ella.
En La Toma de Zacatecas el 23 de junio de 1914. Fierro se
reveló como hombre de alta ley. En lo más encarnizado del combate fue herido en
una pierna, una herida grave de copiosa hemorragia. Otro en su lugar, aquello
hubiera sido la oportunidad honrosa de abandonar el campo de batalla y
recluirse en un puesto de socorro, pero para Fierro aquello fue algo sin
importancia y continuó combatiendo con ímpetu y coraje. Alguien avisó a Villa
que Fierro estaba herido y que arrojaba mucha sangre por la herida. Lo conminó
a que abandonara el frente y que buscara un médico para que lo curara, Fierro se
negó a abandonar la batalla.
—Esta herida no me
quita de la batalla mi general.
Villa tuvo que usar su autoridad para salvarle la vida.
—Le ordeno presentarse en este momento ante los médicos
de la brigada sanitaria para que lo curen.
En septiembre de 1915 la División del Norte estaba en
decadencia, tenía pocos recursos y el papel moneda villista estaba devaluado a
$ 0.05 centavos de dólar por cada peso. El 23 de septiembre Villa ordenó el
traslado de trenes con tropas hacia Nuevo Casas Grandes, Chih., para preparar
ahí la columna expedicionaria, y organizar la salida por el Cañón del Púlpito,
para atacar Agua Prieta, Sonora, defendida por el general Calles. El 6 de
octubre salió hacia Nuevo Casas Grandes una columna de 6,000 hombres a cargo de
Orestes Pereyra y Juan Banderas.
El 12 de octubre Villa salió para Casas Grandes, con Juan
N. Medina, ahí desertaron varios generales con 800 hombres de caballería,
cumpliéndose lo que Villa había mencionado al general Eugenio Aguirre
Benavides. Fierro le fue fiel hasta la muerte. Ese día en la noche se reunieron
las tropas en la Colonia Dublán y estando ahí, en la estación de ferrocarril
explotó un depósito de dinamita y hubo varios muertos y heridos. No se supo si
fue sabotaje o accidental. Villa dio la orden de que al salir para Agua Prieta
no llevaran niños ni mujeres, debido a lo accidentado del terreno en el Cañón
del Púlpito. Por su parte Obregón envió tropas de Mazatlán y Guaymas para
Hermosillo y Plutarco Elías Calles permaneció en Agua Prieta, esperando el ataque de los villistas,
mientras el gobierno americano permitía el traslado de tropas carrancistas vía
El Paso- Douglas-Agua Prieta.
Rodolfo Fierro, su estado
mayor y sus tropas salieron de Chihuahua hacia Villa Ahumada el 10 de octubre
con el fin de adquirir víveres. De Villa Ahumada continuaron hacia Nuevo Casas
Grandes, Chih. El miércoles 13 de octubre 1915, al venir de Villa Ahumada,
Rodolfo Fierro cabalgaba con su sombrero texano, rostro oscuro, cabellos
lacios, manos grandes con cuatro anillos de diamante, el rifle en su caballo,
en su pecho dos cintos de víbora llenos de monedas de oro, un reloj, cadenas de
oro en su cuello, su pistola y una daga al cinto.
Llegó frente a la laguna construida por los mormones para
regar los terrenos agrícolas de la Colonia Dublán en Nuevo Casas Grandes. Esta
laguna se alimenta con un canal que lleva agua del Río Casas Grandes, formado
en la Colonia San Diego por los ríos Palanganas y Piedras Verdes. Fierro se
quitaba el frío con sotol. Le acompañaban 18 oficiales de su estado mayor y su
cuñado Buenaventura Herrán. (Casado con Francisca, su media-hermana menor)
Todos se detuvieron. Fierro llegó frente a la laguna, la contempló serenamente
y se encaprichó en cruzar por el vado caudaloso que alimenta la laguna
despreciando el camino seguro. Las aguas estaban medio congeladas, sus
asistentes opinaron que debía tomarse otro camino porque cruzar por ahí sería
muy peligroso. El vado caudaloso era el que vertía el sobrante de agua de la
laguna grande a otra laguna más pequeña. Este vado era ancho y en la parte media
no era muy profundo y por ese lugar pasaban los arrieros y leñadores con burros
y caballos sin peligro, pero en días anteriores habían caído grandes aguaceros,
el agua era abundante, la corriente muy fuerte y el piso más profundo. No era
posible cruzar por ese lugar. Fierro rechazó la opinión de su estado mayor de
rodear la laguna y por unos instantes permaneció absorto frente a la laguna que
ahora lleva su nombre. (¿Recordaba tal vez que el día 22 de octubre se cumpliría
nueve años de la muerte de su esposa y su pequeña hija?).
Sus oficiales comentaron nuevamente que era peligroso cruzar
por ahí y Fierro contestó «Qué peligroso ni que la chin…, este camino es para
los hombres y para los buenos caballos. El que tenga miedo que de media vuelta,
no se vaya a dar un baño». Y lanzó una carcajada. Y para dar una muestra de su
hombría, clavó las espuelas a su caballo y se introdujo en el agua. El resto de
la comitiva se quedó perpleja y avergonzada en la orilla. Nadie se atrevió a
seguirlo. Presintieron que algo grave habría de suceder a su jefe, pero no fue
posible detenerlo. Avanzó algunos metros sin contratiempo, parecía que iba a
cruzar la laguna felizmente y de repente se hundió con todo y caballo, como si
el agua abriera sus enormes fauces para tragárselo. Al instante Fierro chapoteó
y salió nadando y riendo hasta llegar a la orilla de donde había partido. El
caballo también logró salir. Ya en la orilla con los ojos chispeantes y la
respiración agitada, pidió una yegua alazana a su asistente el coronel Manuel
Mantecón que le insistió en rodear la laguna y no pasar por ahí, pero no obedeció
ni a súplicas ni a ruegos, se mostró reacio aun con su cuñado y compañero
Herrán, con quien siempre se había mostrado condescendiente.
Se introdujo de nuevo. Mantecón le insistió que rodeara
la laguna y Fierro dijo: «que rodear ni qué demonios, por aquí voy a pasar este
pin…charco». Nunca pasaría esa laguna. Allí estaba el fin de su existencia, ya
el destino había trazado la última raya de la cual no hay quien pase. Avanzó algunos
metros hasta que la yegua comenzó a cansarse al no hacer pie en el fondo y a
hundirse en el lodo, perdió el pie y al llegar al fatídico lugar, dio una
maroma, se hundió nuevamente lanzando a Fierro debajo de ella, hasta
desaparecer por completo y quedar en la profundidad de la laguna. El peso del
animal y las patadas, además de la corpulencia de Fierro lo dejaron sin
sentido. Sólo salió a flote su sobrero tejano. Algunos murmuraron en silencio «lástima
de caballo», «lástima de oro».
Sus acompañantes que lo habían observado sin poderlo
auxiliar, cuando vieron que no surgió, estuvieron algunos minutos petrificados
sin pronunciar palabra. Después, repuestos un poco se decidió avisar al general
Villa que estaba en Nuevo Casas Grandes. El coronel Manuel Mantecón llevó la
noticia:
—Mi general con la novedad de que el general Fierro acaba
de morir.
— ¿Cómo? y ¿dónde le dieron el balazo?
—No murió de un balazo mi general, murió ahogado.
— ¿Ahogado?...
será ahogado de borracho.
—No mi general, se ahogó en la laguna de los mormones–. Al instante Villa se trasladó a la laguna,
sin hablar observaba el agua y se le salían las lágrimas en silencio y expresó:
—Nadie en el mundo pudo quitarle la vida a Fierro y este
desgraciado charco se la quitó–. Esa noche Villa no durmió.
—Uno de los generales que acompañaba a Villa reclamó al
estado mayor de Fierro, porque no lo habían salvado, pero Villa impuso el orden
y ordenó a Herrán y a sus 18 oficiales que permanecieran día y noche hasta que
apareciera el cuerpo y le rindieran parte de novedades, tres veces al día. El
día 18 Villa se presentó en la laguna y ordenó que no se retiraran del lugar,
hasta que se encontrara el cadáver. Si se encontraba en estado de
descomposición lo debían enterrar en Nuevo Casas Grandes, de lo contrario
debían llevarlo a Chihuahua y enterrarlo junto a su hermano Antonio Villa y
ordenó a Ochoa, jefe de la plaza de Nuevo Casas Grandes, que le diera a Herrán
toda clase de facilidades. Después de varios intentos por encontrar el cuerpo
de Fierro en la laguna, los resultados fueron negativos, incluso varios chinos
lo intentaron fracasando también.
Antes de partir para Agua Prieta el general Villa ordenó
que si no encontraban el cuerpo de Fierro, llamaran a Ciudad Juárez a Kingo
Nonaka para que sacara el cuerpo de la laguna. Kingo Nonaka era originario de
Furoaka, Japón y siendo un adolescente había dejado su destino como pescador de
perlas para venir a México en un intercambio migratorio de colonos y
trabajadores. Kingo Nonaka viajó con su tío Shokaro y su hermano Kinkuro en un
barco con ruta Japón, Panamá, con escala en Hawaii y con destino final Salina
Cruz, Oaxaca. En Hawaii su hermano enferma y es regresado a Japón y su tío murió
en Oaxaca. Por falta de trabajo caminó por tres meses por las vías del
ferrocarril hasta llegar a Ciudad Juárez con el fin de ingresar a Estados Unidos.
Durmió en una banca de un parque y fue recogido por la Sra. Viviana Cardón que
era jefa de enfermeras del Hospital Civil de Juárez, donde Nonaka era afanador
y en diciembre de 1910 recibió el nombramiento de enfermero de primera
categoría.
En una de sus visitas a Casas Grandes, donde vivía su
compadre Ricardo Nakamura, tuvo la suerte de curar a Francisco I. Madero herido
en la Batalla de Casas Grandes el 6 de marzo de 1911, el cual lo invitó a ser
enfermero de la revolución, viajando con los revolucionarios a la Hacienda de Bustillos donde conoció al coronel
Francisco Villa, el cual después de la Batalla de Juárez lo invito a ser parte
de su Brigada Sanitaria. Kingo Nonaka participó en doce batallas como jefe de
Sanidad del Batallón de Caballería de la División del Norte. Durante ese tiempo
se hizo amigo del general Francisco Villa el cual se dio cuenta que Nonaka
había sido buzo en Japón y por esa razón dejó la instrucción de llamarlo para
rescatar el cuerpo del general Fierro. Estando Kingo Nonaka en Juárez recibió
una llamada de Ricardo Nakamura, diciéndole que de parte del general Manuel
González y que por instrucciones del General Villa se presentara con mucha urgencia. Llegó a
Nuevo Casas Grandes y ya lo esperaba un mayor de nombre Jorge, le preguntó para
que lo mandaban llamar y le contestó: -Mi capitán Nonaka, te llamo por el
asunto del general Fierro–. Le preguntó:
— ¿Qué fue lo que pasó?
En ese momento llegó el general Manuel González, bajó de
su auto, lo saludó y le dijo: —Te
llamé capitán porque el general Fierro se ahogó en la laguna hace dos días y no
podemos sacarlo–. Inmediatamente abordaron el auto y se dirigieron a dicho
lugar. Llegaron a donde hay dos lagunas, una chica de forma redonda
aproximadamente de unos doscientos cincuenta metros de largo y otra más grande
de forma alargada con unos seiscientos metros de largo, separadas por unos
doscientos metros una de otra e inició las labores de rescate.
«Me metí hasta el fondo de la laguna que tiene más
profundidad, a la altura de donde se supone que cayó el cuerpo del general, a
donde llegaba el sobrante que venía de la otra laguna, por un canal que tenía
aproximadamente cinco metros de ancho, a la caída de la laguna se formaba un
remolino y con ello, el agua estaba muy turbia, dificultaba la visión y era más
difícil el trabajo de rescate. En la parte media del canal no era muy profundo
porque por ese lugar pasaban arrieros y leñadores con sus burros cargados y
otros a caballo sin peligro.
«Cinco días después localicé el cuerpo, pedí que se
consiguiera una soga de más de 30 metros, cuando la trajeron les di
instrucciones de que fueran soltándola poco a poco para que con el movimiento
del agua no se fuera a enredar. Tomé la punta de la soga y nadé hasta el fondo
donde estaba el cadáver del general Fierro, el cuerpo estaba casi boca arriba y
con los ojos bien abiertos reflejando en ellos la desesperación de no poder
salir a flote, le di dos vueltas con la soga a la altura del pecho y la
entrepierna, para que no se soltara con los jalones. Salí a la superficie hice
una señal para que con la ayuda de un caballo jalaran lentamente la soga con el
fin de que no se fuera a soltar, faltando poco para que el cuerpo saliera
completamente, el coronel cuñado del general se dirigió hasta donde estaba el
cuerpo del general Fierro indicándome que detuviera la acción momentáneamente,
el nivel del agua me daba un poco más arriba de las rodillas, el coronel empezó
a quitarle cuatro anillos con diamantes, unas cadenas de oro, reloj, dos
víboras rajadas llenas de monedas de oro y me dijo: “Ahora haga la señal para
que jalen y saquen el cadáver”, salió del agua, se montó en su caballo y se
fue. Calculo que había como unas quinientas personas observando la escena del
percance. Salí, me vestí y así fue mi trabajo del rescate del cuerpo del general
Rodolfo Fierro».
El cadáver de Fierro estaba como si se acabara de ahogar.
Villa ya había partido hacia Agua Prieta. En Casas Grandes se puso el cadáver
en tren a Juárez para que se le practicara la autopsia y fue recibido por el general
Medinaveytia, jefe del estado mayor del general Villa, quien ordenó la
autopsia. Enseguida se preparó el cuerpo y se colocó en su féretro para iniciar
la marcha vía libre, a la ciudad de Chihuahua. Doña Luz Corral pidió ver el
cadáver y estuvo llorando frente a el
por algunos instantes.
Cuando el tren llegó a Chihuahua, la guarnición militar
de la plaza formó una valla para recibir los restos mortales del amigo, jefe y
gran revolucionario. Lo velaron el día y la noche del 20 de octubre y el 21 de
octubre de 1915 fue sepultado en el Panteón Municipal al lado de Antonio Villa,
en la fosa 86, lote 8 de preferentes. A la edad de 36 años.
Así murió la «Bestia hermosa», El carnicero. Vencido por
la fuerza de uno de los elementos de la naturaleza: el agua. Así tenía que ser,
porque el destino, que fija término a los seres, así lo había previsto.
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