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miércoles, 22 de julio de 2009

Ciudades desiertas

Por José Manuel García-García

No, no me refiero a la novela del maestro José Agustín, sino a las películas que más me han gustado por el tratamiento de ese tema: las ciudades desiertas.
Pienso en la película 28 Days Later (2002); de ella me impresionó sólo la parte en que el personaje Jim sale del hospital y camina por un Londres sin gente. Vemos calles, coches, puentes, tiendas, plazas, espacios todos deshabitados: Una maravilla para la imaginación. No se trata de buscar respuestas (¿qué pasó? ¿a qué horas fue el bombazo?), sólo importa caminar sin rumbo, comprobar los efectos del Gran Finale y sonreírle al Buen Destino: good-bye civilización. Ahí nos vemos (cuando el sino nos alcance).
Lástima que la 28 Days Later se convierta luego en una trivia para los zombiólogos del mundo, y pase a ser una trama hecha de corretizas permanentes organizadas por infectos desesperados por un taquito de seso humano (sí, el concepto fast-food, es modificable).
Mejor recordar otras calles desiertas, otros personajes suertudos, como el médico militar, Robert (Charlton Heston), que sólo por ser: The Omega Man (1971), sale a vagar por calles silenciosas, solitarias, vacías. Nada, nadie. Es cierto que el pobre personaje tiene que lidiar con una tribu posmo vampiresca llamada (¡es verdad!) La Familia, pero bien valió todo por ese tour distopéyico (anti utópico) montado en un carro desenfrenado digno de llamarse el carro rojo del Omega Man.
La única prioridad de Robert debería ser la de andar en la vil vagancia, sin más negocio que un window-shopping solitario y permanente (pero no, ¡el joven tenía que reconstruir la especie humana!). Debería largarse, por ejemplo, a un mall, por el gusto de andar. No multitudes, ni problemas de aparqueo, ni prepotentes que te pidan pasaportes, ni, en fin, sociedades violentas (que sólo producen monstruos).
No, no es que yo prefiera “ir de compras” a un mall apocalíptico y esté transfiriendo mis ocultos deseos consumistas a una película predecible (the horror! Como diría el personaje de Apocalypse now). No. De hecho, la idea de ir de compras a un mall o una tienda-mart me produce una güeva-sin-fin. Es una de las peores maneras de gastar el ya de por sí poco tiempo de una vida humana. (Por eso me parece sanamente irónica la idea de The Night of the Comet (1984) en la que dos chavas, después de sobrevivir a la desaparición del ser humano, van a servirse solas a una tienda de ropa -Girls Just Wanna Have Fun!-).
De 28 Day Later, The Night of the Comet, y The Omega Man (con su versión actualizada: I Am a Legend) destaco la sensación, mi sensación viva, existencial post-multitudes, de ser el último en una mega-ciudad semiacabada. No es deseo de destruir; sino la morbosa y cobarde espera de un deux ex machina eutanásico. Un dios de preferencia maya (es un ejemplo) que nos ayude al rápido acabar e morir.
De allí que no me interese la receta de Julio Cortázar (atención cronopios) para destruir a la ciudad odiada (por si acaso, sólo les paso la receta): Hay que armarse de un arco y de una flecha, esperar a que aparezca sobre la ciudad odiada una gran nube, debe ser ésta de dimensiones que diríamos propiamente enormes: Nube pesada que cubra hasta sus orillas el territorio que odiamos. Luego, hay que apuntar con cuidado nuestra flecha y disparar, sin el menor gesto de arrepentimiento. Ah, sí: la flecha debe ser de esas que al clavarse lo petrifican todo.
Nada, no se trata de aplastar nada. Prefiero vivir la primera parte de I Am a Legend (2007), con otro Robert predispuesto a las acciones rápidas. Aunque temo que en el caso mexicano, acabaríamos en una distópica trama tipo Mad Max en triciclo, en una guerra frijolera entre doña Coca y don Carrujo.
Ni modo. La Providencia nos mandó a este Valle de Lágrimas, el Destino nos jugó una trampa, el determinismo socio-racial no nos ayudó a mejorar la Esperanza. De manera que estoy obligado a concluir que (teológicamente hablando) nuestra Escatología será un culebrón no mejor que Un día sin mexicanos (2004).
Terco, veo otra vez al buen Jimmy, al cansado Robert (Heston/Smith); veo al último hombre sobre la tierra, vagando con su arma al hombro, absorto ante ese enorme, aplastante silencio, esa única, absoluta soledad. Plantado ante una avenida con coches destruidos, cristales rotos, papeles que la gente fue dejando en su camino hacia la desesperada muerte. Sólo el viento, sólo la vegetación creciendo, devorando las paredes, re-habitando lo que una vez fue suyo. El imperio de la soledad que sólo escucha la yerba floreciendo para imponer sus propias leyes. Viene la noche, y Jimmy (o Robert) sigue allí, esperando no sé qué: ¿En qué fallamos como especie? ¿En qué momento iniciamos el conteo de nuestra autodestrucción? Ah, la noche melodramática, meditabunda, aburrida, como una película francesa o alemana: en close-up la vieja-luna, sus preguntas en off. Preguntas que ni Jimmy ni Robert sabrán cómo carajos contestar.


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