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viernes, 16 de octubre de 2009

El albúm


De partos

Por Adriana Candia

Decían mis padres que nací en un cuarto de adobe que estaba sentado en la punta de una loma. Nuestra casa era un incipiente comienzo cercado por un barandal de madera y algunas plantas, igual que las otras viviendas en ese barrio que apenas comenzaba.

No sé si había sistemas de drenaje, agua potable o electricidad por entonces. Por seguro que no había teléfono y nadie por allí tenía automóvil. Para llegar a la parada del autobús más cercana había que caminar de bajada y a trompicones por 5 minutos cuando el clima era benigno.

Vine al mundo auxiliada solamente con las fuerzas y el instinto “milenario” de mujer que poseía mi madre, luego de tres gritos con los que se dio valor para ver pasar la muerte sólo como un rayo y conservar nuestras vidas. Más tarde, una partera de las que antes abundaban en Ciudad Juárez fue quien me separó de mi madre sin más certificados que su experiencia.

En aquel alumbramiento no hubo médico, ni anestesias y para cuando mis primeros parientes me conocieron, o sus tarjetas de felicitación llegaron a mi casa, ya se habían acumulado las anécdotas en torno a la nueva habitante de la casa.

Así eran las cosas de la vida por entonces, sobrevivíamos los más fuertes o los que teníamos más suerte. Los juarenses no podían atenerse del todo a las cosas hechas por el hombre. La muerte y la vida eran todavía sucesos solitarios.

Veinticinco años más tarde yo dí a luz a mi primera hija, protegida y mimada por médicos y enfermeras del Centro Médico y en el pasillo de mi cuarto se acumulaban las flores y los regalos de mis amigos y parientes que gracias al teléfono o al uso del automóvil estuvieron siempre informados de los progresos en el trabajo de parto y cerca de mí. Maravillas que podíamos hacer con unas cuantas máquinas.

De aquel tiempo a la fecha cuántas cosas han cambiado. A veintidós años de distancia y desde aquí, pero hasta el otro lado del mundo, he seguido por internet el largo trabajo de parto de mi propia hija. Quince días de comunicaciones constantes, de madrugada o desveladas, gracias a los increíbles avances de la tecnología.

En un “click” de computadora miré junto con ella el primer sonograma de mi nieto, junto con ella escuché por días el latido de ese pequeño corazón que ya bombeaba con fuerza y convencimiento todavía dentro del cuerpo de su madre.

Y aunque me separan miles de kilómetros y un mar profundo del hospital en que estuvo mi adorada; conocí en un paseo virtual las instalaciones, el historial de los médicos, los nombres de las enfermeras, los horarios de visita y hasta la lista de las veinte mil cosas que una embarazada puede llevar a su estancia.

De no haber sido por “facebook”, el teléfono y “my space”, ¿cómo haber tomado aire y exhalado a la par de mi primogénita, cómo haber pasado la experiencia del aguante, cómo haberle dado ánimos en los momentos de crisis, apenas unos minutos antes del alumbramiento? Habría sido imposible.

Eso, sin contar los cientos de amistades que junto conmigo y en varias partes del mundo conocieron la nueva cara en nuestra familia el mismo día del nacimiento. No siempre los tiempos pasados fueron mejores. ¡”Gracias a la vida, que nos ha dado tanto”!

©Adriana Candia.

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