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miércoles, 7 de octubre de 2009

«Memento mori»

José Manuel García


Preámbulo

“Memento mori” reúne 12 apartados independientes que proponen ideas disyuntivas encerradas en sus propios espacios fragmentarios e independientes.

I

En “Noche mexicana”, Julio Torri describe la “decena trágica” de 1913 de la manera siguiente: “Había estallado un motín en la ciudad de México. Una vez más los mexicanos ofrendaban sin tasa su sangre a los antiguos dioses del país. Reaparecía el espíritu belicoso de Anáhuac”.

Los dioses aztecas de la guerra, relegados por el conquistador al inframundo de silencio, emergían de nueva cuenta: Huitzilopochtli salta del vientre de la madre tierra para golpear al enemigo que es su gemelo de sangre.

II

En el mismo texto, líneas adelante, Torri escribe en paréntesis: “(Los mexicanos no sabemos morir; los mexicanos sólo sabemos morir”).

Esta idea, relegada al inframundo parentético, salta en todo su reto: ¿Y qué fue la revolución mexicana sino un continuo morir?: “Muera el supremo gobierno”, “muera el usurpador”, “mueran los carranclanes”. ¿Fue un permanente dar la vida para que vivieran los grandes mitos, los Caballeros Águila?: “Viva mi general Villa”, “viva Zapata”.

Ha morir como los meros hombres, que más vale un minuto de silencio por mis huesos que vivir toda una vida de rodillas y ni a quien rezarle.

III

En su libro de ensayos Una muerte sencilla, justa, eterna, Jorge Aguilar Mora nos explica que el revolucionario raso buscaba no la vida justa, sino la justa muerte, aquella manera de morir que le diera una dimensión heroica, o por los menos, lo humanizara ascendiéndolo a mito y ejemplo: Así se mueren los hombres valientes.

Era el absoluto valor ante el último minuto de vida: la redención total: “murió como los mero machos”.

Pienso, pensemos, en las muertes emboscadas de Madero, Villa, Carranza, Zapata y Obregón.

IV

En la película “¡Vámonos con Pancho Villa!” (1936), de Fernando de Fuentes, hay un estribillo que repiten obsesivamente los personajes principales: “Si me han de matar mañana / que me maten de una vez”.

El estribillo, ya lo sabemos, es tomado de “La Valentina”.

Y así mueren estos personajes, prototipos de los Dorados de Villa: el primero agoniza de pie saludando a Jefe. El segundo cae en los brazos de un magüey. El tercero muere rodeado de amigos. El cuarto se vuela la tapa de sesos: esa noche debería morir un hombre. El quinto lo matan por tener la temible viruela. Y al sexto lo asesina Villa, a él y a toda su familia.

“¡Vámonos con Pancho Villa!” es el menú de la muerte y sus variantes.

V

Si me han de matar mañana que me despachen de una vez: ahora, ahoritita que tengo valor para retar a la vida, porque mañana quién sabe. A ver, que venga el valiente ahorita que todavía no se me ha pasado este jijo desplante machista existencial.

VI

Lo cierto es que morir es sólo un acto compartido: Millones de seres humanos mueren todos los días en el mundo. La muerte no nos hace diferentes: nos iguala. No nos mitifica, sólo nos hace leyendas de un rato (de un ratito).

Y ya se sabe: las leyendas son los ríos que van a dar a la mar que es la historia oficial que es el permanente morir. Un ejemplo repetido en cada escuela pública mexicana: Por 30 puntos escriba un ejercicio acerca de la muerte de Aquiles Serdán…

Hay muertes heroicas porque así las pensamos, pero en esencia, la muerte es rotunda, indiferente, impersonal.

VII

Pero la angustia que nos produce la muerte es otra cosa: esa angustia nos hace actuar como héroes de nuestro clan, nos impulsa a ser “inmortales”, dice el investigador Ernest Becker: cumplir tareas, metas en la vida, nos ayuda a pensar en nuestra inmortalidad. Nos distrae, nos fabrica una falsa seguridad en la vida.

Eso es lo único que tenemos ante la muerte: la ilusión de trascenderla.

VIII

El poeta Antonio Machado, por su parte, nos aconsejó: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

Si entendí, la muerte no es un ente, un ser, sólo es un acto: morir. Y hasta que ocurra en nosotros, cambiaremos de condición.

En el mismo tenor, diríamos que no hay maldad, sólo actos malos…

Machado me abruma con esas frases.

Hay tanto que decirle, que responderle.

Oh, poeta muerto.

IX

Olvidarnos de la muerte no nos hace inmortales; igual que olvidarnos de la maldad no nos hace ajenos a ella.

Todos llevamos dentro la hora de nuestra muerte. Por eso, buscamos desesperadamente un dios que nos prolongue la vida. Pero no hay tal dios.

Estamos solos y moriremos irremediablemente.

Tal vez, quién nos dice que no: los revolucionarios mexicanos tenían razón, en el fondo, el sentido de la vida es el buen morir. El término “buen”, es sólo un nombrar la baraja de las posibilidades de la muerte.

En esto, cada quién tendrá su propia opinión y por lo tanto, su forma de morir.

X

Los rebeldes de la modernidad creen que el sentido de la vida es la revolución.

Otros menos ambiciosos, se alejan de utopías y procuran paraísos cotidianos aunque efímeros: el clan familiar, la pareja.

Otros, los muchos, los muchísimos, buscan en la Fe, la Fama y la Fortuna, el sentido absoluto de la vida.

Otros más, los pobres de la tierra, claman en la lotería del destino por Salud, Dinero y Amor.

Mientras los de la ambición torcida sólo quieren el Poder absoluto y vitalicio.

(Aquí no pretendo una reclasificación de deseos; es sólo una señal de pertenencia: soy parte de cada uno de los que he llamado “Otros”).

XI

Nuestros “logros” nos hacen pensar que trascendemos la muerte. Así el poeta escribe para “la eternidad”, los padres realizan sus proyectos para sus descendientes, todos creamos o buscamos hacer grandes o pequeñas obras para el futuro, para llegar a la no-muerte (¿la vida después de la muerte?).

Pero la muerte sigue en nuestro inconsciente, alimenta nuestras angustias, nuestros miedos. ¿Qué ocurrirá si alguien viene a quitarnos nuestros logros? Moriremos socialmente (sin duda): la angustia se incrementa.

El usurpador de nuestros logros es el antagonista, es la muerte personificada a vencer. Se inicia la guerra. Los “Otros” vienen a destruir nuestra civilización. Nosotros vamos a destruir la de ellos: destruirlos es afirmar nuestra inmortalidad: la bandera de la patria en alto. (Alusión a la territorialidad del mamífero).

Los “Otros” son la muerte.

Para ellos, nosotros somos esos “Otros”.

XII

En su cuento “El Inmortal” Jorge Luis Borges dice que la muerte o su alusión “hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.”

Por otra parte, los Inmortales cumplen otro destino: “cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rige para los Inmortales.”

Para los mortales todo es grave (aún el humor, la algarabía del instante, dado que nadie puede estar riendo todo el tiempo) porque la sombra de la muerte los persigue. En cambio, para los Inmortales la vida es una repetición de actos sin fin.

Ambos (esta es mi conclusión) viven en sus propios infiernos: unos construyéndose vidas eternas; los otros, viviendo una vida eterna que ojalá no lo fuera.

Septiembre, mes de la patria, 2009

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