Por Antonio Pinedo
N. de la R: El presente texto originalmente fue elaborado como trabajo académico en la maestría de Cultura y Crítica Literaria impartida por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, se basa en la Obra Los Pasos de López de Jorge Ibargüengoitia, quien a principios de los ochentas del siglo XX, ofrece una visión muy alejada de la historia oficial sobre Miguel Hidalgo, utilizando el recurso de la novela. Este texto pretende una crítica de la novela luego de dos lecturas, una cuando aún no se había editado y otra hoy, a doscientos años de los hechos narrados.
En 1981 tuve la suerte de leer la última novela de Jorge Ibargüengoitia, Los pasos de López, era una fotocopia del original, con enmendaduras de la mano del propio autor, no muchas por cierto, que rodaba en la redacción del diario Norte de la ciudad de Chihuahua. Me deslumbró.
Tal vez fui excesivo al decir que rodaba, pero ciertamente estaban al alcance de la mano tanto en la oficina del director don Carlos Loret de Mola, quien recientemente había adquirido el diario que encabezó la caída del gobernador Oscar Soto Máynez y la subdirección que ocupaba el inolvidable Alejandro Irigoyen Páez, uno de los cuatro ó cinco periodistas más grandes que dio Chihuahua en el siglo veinte.
El mecano escrito, sin pastas, estaba al alcance de la mano y lo tomé, sólo me arrepiento de no haberlo atesorado tras su lectura; lo dejé en su sitio. Hasta hace una semana guardaba los mejores recuerdos del libro que un par de años después fue editado por Océano y cuyo autor moriría en noviembre de 1983 en el aeropuerto de Barajas, en Madrid.
Recuerdo que Periñón (Miguel Hidalgo), es un pícaro cura, quien con el nombre de López entraba a los prostíbulos de Cañada (seguramente Querétaro), era el alma de las tertulias, de gran vitalidad y con muchos intereses, siendo el menor de ellos el de dar misa, por lo cual pagaba a otro sacerdote para que se encargara de esas minucias en su parroquia. Dice García Márquez, que el pasado es como lo recordamos, y en mi memoria la última novela de Ibargüengoitia era memorable, desmitificaba a «los héroes que nos dieron Patria», los humanizaba y lograba que el lector tuviera empatía con Aldaco, con la coqueta Carmelita (doña Josefa Ortiz de Domínguez) y sobre todo con el párroco de Ajetreo (Dolores, Hidalgo).
Tres décadas después en gran medida fue diferente el diálogo que establecí con el texto, uso la primera persona porque inicié argumento con una anécdota personal, no porque este proceso pueda ser diferente con otros lectores, de hecho se dio el proceso natural de la relectura.
Algo sobre la novela histórica
Definitivamente la historia debe ser encuadrada dentro de las ciencias blandas o sociales y la literatura dentro de las artes, sin embargo, aunque cada disciplina tiene su propia epistemología, en el caso de la historia y la literatura, los linderos pueden llegar a ser confusos.
Por lo anterior quisiera referirme a la introducción, de la obra Desciende, Moisés, de William Faulkner, (Random House, 1990):
Así Desciende, Moisés adquiere algunas de esas cualidades que Balzac intentaba imprimir en sus novelas, para convertirlas en “l’envers de I´Histoire contemporaine”. La ficción pues llega a ser tan verdadera como la propia historia, y en algunos aspectos incluso más. Con respecto a esto se puede coincidir con Shelby Foote cuando afirma que el historiador y el novelista «buscan lo mismo: la verdad —no una verdad distinta: la misma verdad— sólo que llegan a ella, o tratan de llegar siguiendo rutas diferentes (…). Pero lo que no dice es que la diferencia de las rutas implica el uso de materiales distintos. Podríamos decir que el novelista es capaz de alcanzar más profundamente la verdad histórica en su creación, debido a su libertad para escoger sus materiales, que el propio historiador. De hecho, el historiador debe limitar sus esfuerzos a aquello que es lo que ha sido; el campo de lo que podría haber sido le está vedado. Y es precisamente ahí. En el ámbito de lo meramente posible, donde el novelista encuentra esa parte de su material que le permite dar a sus lectores la profunda y rica interpretación de los hechos históricos desnudos. En este sentido podemos coincidir con E. M. Forster cuando dice en su Aspectos de la novela (Aspects of the novel, 1927) que «la ficción es más verdadera que la historia, porque va más allá de los hechos» (…).
En este marco regresemos a Los Pasos de López. La relectura me borró la primera y emocionante impresión que tuve en el segundo piso del edificio que ocupaba el diario Norte. Volver a la última novela de Jorge Ibargüengoitia, me hizo recordar lo divertido que me resultó leer Instrucciones para vivir en México o Los Relámpagos de agosto. Que sin lugar a dudas supera a la dedicada a la Independencia de México, hago el parangón, porque ambas son novelas históricas.
Ibargüengoitia en su última novela, nos entrega un trabajo lineal en su estructura, desaprovechando las posibilidades que la literatura ofrece, incluso en su género de novela histórica. Los pasos de López, es una visión para principios de los ochentas del siglo XX, muy novedoso, nos cuenta la guerra de 1810, desde una visión que pretende ser hilarante, con trucos muy elementales para crear situaciones cómicas, como llamar a la Virgen de Guadalupe o Morena, «Virgen Prieta» o darle el nombre de «Pinole» a uno de sus personajes. El recurso recorre todo la novela: Ajetreo, Periñón.
Por supuesto no es una lectura inútil y tiene aciertos notables, como es el desmitificar a los héroes de 1810 y dar paso tanto a hechos históricos poco difundidos, como el hecho de que Hidalgo tuvo hijos, en la novela se hace referencia a tres «sobrinas», que en la historia serían dos y las de su tercera pareja sentimental «estable». También se da espacio a la leyenda urbana de la época al sugerir que doña Josefa Ortiz de Domínguez, en la novela Carmelita, era coqueta y probable amante de Allende, lo que nos alejaría de la imagen de matrona que se da en la escasa iconografía sobre ella y que se ha popularizado en las monedas, aquí tal vez nos acerquemos más a la verdad que con la escasez de las herramientas históricas.
Aun cuando literariamente sea pobre la novela, es notable el acercamiento histórico que –sobre todo ahora, con motivo de los doscientos años de iniciada la revuelta de Hidalgo–, hizo Ibargüengoitia hace 30 años, cuando la «historia de bronce» era casi intocable y apenas se iniciaba el revisionismo que nos ha llevado a reconsiderar incluso la importancia del levantamiento de 1810, como el evento más importante para lograr la independencia de México en 1821, es claro que debemos remontarnos a la ocupación de España, por Napoleón y a las Cortes de Cádiz y el debate sobre en quien cae la soberanía de la nación. En este camino es importante Los Pasos de López, ya que como pieza literaria es pobre pues sólo disfraza los hechos y nombres verdaderos, con nombres que pretenden ser ingeniosos y sólo escasamente lo logra.
En la novela hay un relator principal Matías Chandón, quien llega de Perote a Cañada, en las semanas previas al levantamiento no tanto contra la Corona, sino contra la ocupación de los franceses de la Península. Las circunstancias hacen que el artillero Chandón, sea testigo presencial de todos los eventos importantes del levantamiento y se separa de los jefes en su fuga hacia el norte, él decide tomar el rumbo a Nacogdoches. Chandón siempre relata como testigo y sólo en los párrafos finales se desprende de ese papel pero continua relatando: «Dicen que al llegar a la Hacienda de Ojo Seco [Acatita de Baján], Adarviles los estaba esperando en el patio y que los recibió cariñoso. Parece que platicaron, cenaron y que después se acostaron. Ya estaban dormidos cuando llegaron ´los hombres´. Los separaron (…)»… y en fin relata la detención y posterior fusilamiento de los jefes de la guerra de Independencia.
La novela se queda corta, en ese intento por ahondar y desmitificar a las figuras de la Independencia. La historia nos podría aclarar, más sobre las graves contradicciones que se dan a sólo unas semanas de iniciada la revuelta, en carta fechada el 20 de noviembre Allende desde Guanajuato le dice a Hidalgo, quien por cierto es nieto de cura «…Ud. Se ha desatendido de todo nuestro comprometimiento. Y lo que es más, que trata Ud, de declararme cándido, incluyendo en ello en el más grave desprecio hacia mi amistad (…), no hallo como hay un corazón humano en quien quepa tanto egoísmo (…), ya leo su corazón y hallo la resolución de hacerse en Guadalajara de caudal, y a pretexto de tomar el puerto de San Blas, hacerse de un barco y dejarnos sumergidos en el desorden causado por Ud…».
Un párrafo como el anterior no se ve en la novela, Ibargüengoitia se queda corto, Los pasos de López, fueron memorables en su momento, por lo menos así me lo pareció a mí, pero ahondando en la historia, se puede encontrar una carta de Hidalgo enviada al intendente de Guanajuato en la que le comenta: «El movimiento es nacional, cada día aumenta en grandes proporciones: no me es dado contenerlo…» o bien apenas sugiere el populismo de Periñón, cuando en la historia Hidalgo provoca el siguiente párrafo de Lucas Alamán: «En San Miguel. Hidalgo desde el balcón, tiraba al pueblo las talegas de pesos gritando: cojan hijos, que todo es suyo».
Releer Los pasos de López, ha sido interesante, sin embargo el deslumbramiento que me produjo la novela aún inédita en 1981, se fue, sólo me queda el arrepentimiento de haber dejado el manuscrito en el lugar de donde lo tomé.
Nota final: Dos libros fueron consultados para el presente texto: Wiliam Faulkner. Desciende, Moisés. tr. María Coy, introd. Javier Coy, Cátedra/Randpon House, Madrid, 1990 y Jorge Ibargüengoitia. Los pasos de López, n. Jorge Berlamino Tomás, SEP, México, 1994.
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