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martes, 15 de junio de 2010

Opinión

Ciudadanos en medio de balazos y sonrisas de los candidatos
 Por Alfredo Espinosa
Los políticos nos tienen hasta la madre. Los actuales, como los pasados han sido incapaces de cumplir, no sólo con lo que prometieron en sus campañas (¿recuerdan ese lema pueril de hace casi seis años: «con Baeza la gente progresa»?), sino con sus obligaciones como administradores del Estado y como custodios y proveedores de los derechos ciudadanos que se consagran –como les gusta decir en sus discursos- en la Constitución Mexicana.
Ahora nos han dejado solos en medio de los balazos. Nadie nos defiende contra los secuestros, extorsiones, robos de nuestros vehículos, casas y personas, de la inseguridad y el desempleo. No han podido y no han renunciado.
La gran mayoría de los ciudadanos han arribado a la conclusión de que el sistema político mexicano (y el Estado en el que pretenden representar ese juego de las sillas que hacen pasar como democracia) es uno de los mayores problemas que nuestra sociedad posee. Este Estado, así como sus partidos políticos, son ineficientes y onerosos. Se han convertido en un fardo difícil de cargar, alimentar, y de educar en un intento de corregirlos. Octavio Paz, hace treinta años, le había diagnosticado a este ogro que alguna vez se soñó filantrópico una enfermedad semejante a la esclerosis múltiple. Hace algunos años se paralizó, pero ahora es un zombie que aterra, apesta e irrita. Y es que cuando despertamos, los políticos todavía estaban ahí.
El actual sistema político mexicano, en el que se han entronizado los caudillos, los presidentes, los payasos, los partidos políticos, los legisladores, los vividores, los cínicos, ha tenido oportunidades para tomar en sus manos las aspiraciones y voluntades de la ciudadanía y orientarlos a un destino mejor pero las ha desperdiciado en los afanes mezquinos de sus intereses personales, de partido, ideológicos... Una de las más evidentes fue cuando Vicente Fox ganó las elecciones y los esperanzados ciudadanos le gritaban «no nos falles». Y resultó, según el consenso generalizado, el presidente mexicano más tonto de la historia, aunque igualmente corrupto como todos. Calderón simplemente ha sido el presidente de la sangre.
La política ha dejado de significar para  los ciudadanos un instrumento que procura el bien público, una insuperable herramienta para la comunicación y la negociación, el vehículo por la cual transitan sus aspiraciones de desarrollo y crecimiento armónico, y se ha convertido en el botín de unos cuantos partidos y vividores políticos. 
Ahí vienen de nuevo otras elecciones. Y entran a una fase de rapiña espectacular. Las promesas de campaña cada vez son más increíbles y más estúpidas. Todos hablan de la unión, pero nadie se une con el otro. «Unidos todo es posible», dice uno. ¡Pues únase con los otros! Échense un volado para ver quien reina en el estado, en el municipio, en el «palacio» (véase nomás lo humildes que son hasta con las palabras que utilizan) legislativo, y dejen de gastar tanto dinero que no han utilizado en obra pública. En efecto, Chihuahua exige resultados a los políticos y no parece que los vayamos a obtener. Da pena mirar a los feligreses que animan la campaña que no van por su propio gusto (¿quién –si no busca su propia conveniencia– puede creer en algún candidato?) sino obligados, pero no creo que puedan engatusar o convencer ni a sus familiares. Ahí vemos en las calles, repartiendo propaganda, a los trabajadores del estado y del municipio arengando por su partido y por su candidato. Así es la triste forma con la que defienden su trabajo e intentan mantenerlo en el sexenio o trienio que viene. ¿Pero a alguien de los políticos le importará, por ejemplo, que solamente 1.5 de cada 10 ciudadanos voten a favor de ellos?
La abstención no se explica, como pretenden algunos, por una deficiente educación cívica o una apatía en los compromisos sociales, o el desprecio por el ejercicio de un derecho que pretendidamente fortalecería la democracia, sino, indudablemente, por el hartazgo del ciudadano común que observa en la política una acción intrascendente para su vida, su empleo, su bienestar, su prosperidad, etc., y por una exasperante sensación de ser manipulado por los políticos, de estarles pagando un sueldo desmedido en relación a la nula efectividad para satisfacer algunas demandas ciudadanas. Muchas personas sentimos que ningún partido o candidato nos represente, que nuestras demandas, ideas, inquietudes, sean atendidas por esos partidos, y sí, en cambio percibimos con mayor nitidez las manos negras, los colmillos retorcidos, las colas y las uñas largas, los intereses partidistas, el tráfico de influencias y la impunidad (que sigue siendo el mejor negocio de los políticos en el poder), el fortalecimiento de intereses y posiciones personales, la intrincada trama de intereses y de grupos que orientan el ejercicio de gobierno siempre a su beneficio y en detrimento de las mayorías. A veces resulta tan intensa la necesidad de arribar o de sostenerse en el poder político que algunos políticos son capaces de satisfacer a algunas demandas comunitarias como tapar un bache, o tener la extraordinaria sensibilidad para lograr que un parque tenga una adecuada iluminación. Las obligaciones de estos «servidores públicos» se convierten en favores o promesas o gestiones cuya factura pagarán los beneficiados en las próximas elecciones.
La política es casi intrascendente para el ciudadano común; todos se rascan con sus propias uñas. Muy pocas de las acciones de los políticos impacta positivamente en el modo de vivir de los ciudadanos. Casi todas las leyes de los diputados que aprueban nos afectarán de alguna u otra manera.
Los personajes que participan en política distan mucho de ser luchadores sociales.  Muy pocos de ellos han sido gestores de las demandas populares. Muchos de los novísimos candidatos están siendo hechos al vapor, como productos mediáticos desechables; o bien, personas que han conocido los placeres hedónicos del poder y desean mantenerse en él, porque saben que los caminos de la política son las rutas del dinero.
¿Cómo creer en la política estatal cuando un solo hombre, Rubén Aguilar, es por sí sólo un partido político que impone como diputados a sus hijos a quienes todos nosotros pagamos generosamente sus servicios a la patria?  ¿Cómo creer en la democracia si el gobernador Baeza distribuye todas las candidaturas posibles en Delicias a su propia familia y a sus socios, y reparte los puestos dizque ciudadanos a sus amigos para que le cuiden las espaldas? ¿Cómo creer en la democracia si «Teto», el cacique juarense abraza viejitas, obliga a su partido a su reelección? ¿Cómo creer en la democracia si Duarte es elegido por el dedazo de Beatriz Paredes? ¿Cómo creer si al opaco Borruel lo sostienen los grupos financieros más gandallas del estado?
La ley no es pareja. Los políticos están más allá de esas leyes que nos rigen a los ciudadanos de a pie. La política se ha convertido en un escenario donde suceden las guerras puercas y las batallas en el drenaje y los asaltos en despoblado. La política de los últimos años es la madre del desmadre, del narcotráfico, la inequidad, la impunidad. 
¿Cómo piensan los políticos que se puede votar por ellos cuando son incapaces de mantener un parque público en buenas condiciones o dotar de pizarrones a una escuela, aduciendo falta de recursos, mientras éstos se despilfarran de una manera desvergonzada e indignante en los gastos de campaña utilizando el dinero público?
¿Cuánto dinero cuesta, por ejemplo, mantener la sonrisa de los candidatos en los medios masivos de comunicación?
La lucha por el poder se ha convertido en asunto de unos cuantos, los más de ellos, hampones, caza chambas, cínicos.  Prueba de ello son los partidos patito, de cuyos nombres ni siquiera me acuerdo, que buscan a sus candidatos entre la gente cándida o de plano en los de la peor calaña, únicamente con el fin de aprovechar los recursos que les otorga el gobierno para que amenicen el tinglado político y fortalezcan una falsa democracia, a costa de los contribuyentes.
 ¿Cómo esperan los políticos que el pueblo les crea la parodia de las elecciones justas y democráticas en bien de los ciudadanos? Casi el 70% de los chihuahuenses se abstuvieron en las pasadas elecciones.  Las razones de este repudio a las elecciones son diversas, pero una destaca entre todas: el rechazo a la política y a los políticos. El poder que los ciudadanos hemos dejado de ejercer lo han ejercido los partidos políticos en nuestra contra y a su favor. Dejamos que los políticos se nos subieran a los hombres y los andamos cargando. Ya basta.

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