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jueves, 19 de abril de 2012
Historia regional
El general Rodolfo Fierro:
De cálido amante a
asesino sanguinario
(Fragmento del libro Historia regional del Noroeste de Chihuahua. Autor Miguel Méndez García.)
Cuando hablamos de Francisco Villa no podemos dejar de mencionar a dos generales muy importantes: El general Felipe Ángeles y el general Rodolfo Fierro. El general Ángeles fue un gran estratega militar y un gran artillero. Rodolfo Fierro fue más famoso por su crueldad y por su lealtad a Villa. Como amigo era leal, pero como enemigo no se podía esperar misericordia. Cuando ayudaba, lo hacía con toda su alma y con una entrega total, cuando se trataba de su jefe el general Francisco Villa.
Rodolfo Fierro nació en 1879 en el estado de Sinaloa, en el pueblo de Charay, municipio de El Fuerte, situado en la margen izquierda del río El Fuerte, como a 60 km. del Golfo de California. Es un pueblo humilde tendido sobre el corazón de un gran valle.
En los años ochenta del siglo antepasado, cuando aún imperaban las rígidas costumbres coloniales tuvo lugar en este pueblo un idilio amoroso, que dada la humildad de los protagonistas no alcanzó el honor del escándalo social. El galán se llamaba Víctor Félix, de raza mestiza, ella se llamaba Rosa Castro, india tehueca de raza pura.
Rosa trabajaba como sirvienta y vivía con sus patrones don Gumersindo Fierro y doña Venancia Fierro de Fierro, agricultores importantes de la región. Los requiebros amorosos de Félix finalmente ablandaron la voluntad y el corazón de Castro. Meses después Rosa apareció embarazada, su patrona doña Venancia Fierro se resistía a creerlo, pero por razones de humanitarismo no la arrojó de su casa y la conservó a su servicio. Cumplido el término del embarazo, nació un nuevo ser. Un varoncito moreno. En el hogar de la familia Fierro reinaba la alegría por la llegada del nuevo vástago, pero el corazón de la madre palpitaba nostálgico con una sensación misteriosa que le robaba el reposo y la calma.
El niño abandonado
A los 15 días de nacido el niño, su madre se ausentó del hogar acogedor y también del pueblo. ¿Hacia dónde? ¿Por qué causa? Nadie jamás lo supo. Ella se perdió para siempre en las borrosidades de una existencia ignorada. Tal vez abandonó a su hijo, dejándolo en manos generosas debido a que carecía por completo de los medios de subsistencia. Quizás en su mente brilló la luz de una idea sublime: la de procurar para su hijo un porvenir mejor.
Doña Venancia Fierro de Fierro acogió al niño, le dio múltiples cuidados y verdadero afecto maternal. Le brindó las caricias que su madre le negara y este se nutrió con savia de una raza gallarda e inteligente. Don Gumersindo lo consideró como un nuevo miembro de la familia Fierro. Los Fierro lo adoptaron y lo bautizaron en el pueblo de Mochicahui a 15 kilómetros de Charay, pues allá se cristianizaba a los niños que nacían en los lugares circunvecinos. El párroco solía ir solamente una vez al año y ratificó en los santos oleos la legitimidad de su nombre. Se llamó Rodolfo y fue registrado como Rodolfo Fierro Fierro.
Se crió sano y robusto, en la escuela primaria siempre salió bien librado gracias a sus recios puños y a su agresividad congénita. Don Gumersindo le inculcó el afán de trabajo físico, la destreza, la habilidad y el conocimiento práctico en la cotidiana labor. Aprendió a domar potros y a montar como buen jinete, a cuidar el ganado, a sembrar la tierra, a cultivar la caña de azúcar, a cuidar los huertos de naranjas y a manejar un trapiche para la elaboración de piloncillo. A todo esto iba Rodolfo montado en su caballo con la gallardía de un cadete. Fue un excelente jinete. Creció con sus siete hermanos de leche; cuatro hombres y tres mujeres. Juan, Eugenio y David, Venancia, Ladislada, María de Jesús y Francisca.
En 1899 (20 años) Rodolfo se fue a vivir con su hermana Venancia, que se había casado con Patricio Robles, dueño de la hacienda de San Antonio en Ahome, Sinaloa, a 40 kilómetros de Charay. Ahí continúo sus estudios, su maestro fue un brasileño de nombre Hipólito Williams Freire. Además de estudiar, Fierro sembraba un terreno agrícola con algunos peones. En la escuela aprendió muy bien los números para los cuales demostró aptitudes excepcionales. Era inteligente y poseía una capacidad comprensiva muy desarrollada. Era travieso, juguetón, entusiasta, inclinado a las armas y desde joven lo sedujo la milicia y hacia ella habría de irse encaminando. En Ahome se aficionó a las carreras de caballos, peleas de gallos, juegos de baraja, a la bebida, pero principalmente a las mujeres.
Desarrollándose en ese vaivén tempestuoso de su juventud se hizo de mucha popularidad, tuvo numerosos amigos y siempre se sintió muy feliz. Cuando sus reservas económicas se terminaron recurrió a su cuñado Robles que le dijo: «Hombres como tú, tienen siempre el mundo a su alcance. Estás sano y robusto, eres audaz e inteligente, ábrete paso donde y como quieras. No temas al mundo» Y en 1902, con 23 años de edad, decidió irse al mineral de Cananea, Son. Don Gumersindo había muerto hacía dos años, así que no tenía más limitaciones.
En aquel tiempo, según decían los jóvenes, Cananea era la tierra de promisión, emporio de riqueza, donde podía ganarse dinero a manos llenas con muy poco esfuerzo. De Cananea, Rodolfo Fierro envía a sus familiares una fotografía, donde su proporción física se resuelve en un conjunto armonioso de lineamiento suave, apuesto y gallardo, símbolo de masculinidad inequívoca, todo acusa en él la posesión de dotes relevantes. En el aspecto jovial de su rostro hay una expresión que indica claramente la posesión de un espíritu fuerte y viril.
Fue miembro del servicio interior de vigilancia en la minera de Cananea y dada su desmedida afición a las armas, el puesto no le ofrecía una perspectiva halagadora, ya que no había manera de ascender. En 1905 (26 años) abandonó Cananea para trasladarse a Hermosillo. La sociabilidad de su carácter habría de ayudarle para buscar su ruta de ascenso. Llegó a Hermosillo en circunstancias favorables, porque llevaba dinero producto de su trabajo en Cananea y también porque fue objeto de la acogedora simpatía por parte de personas influyentes lo cual fue de mucho valor. En Hermosillo encontró algunos jóvenes amigos y con la suerte de que allí vivía don José María Paredes, acaudalado comerciante y amigo de los sinaloenses y que le brindó paternal simpatía.
Con el fin de seguir la carrera de las armas, Fierro solicitó al señor Paredes una recomendación para el general Medina Barrón, jefe de los Cuerpos Rurales del Estado de Sonora y comandante directo del 27 Cuerpo, Fierro le simpatizó a primera vista y lo admitió en el Cuerpo y lo comisionó en la oficina del Detall (Departamento Estadístico de Trámite Administrativo de Libros y Listados). A medida que fue reconociendo en él la alta virtud de la lealtad, lo hizo objeto de consideraciones especiales. Le confió comisiones privadas que requerían discreción y talento. Depositó en él su confianza, consideración y deferencia, lo cual contribuyó a dar realce a la personalidad de su subordinado.
La milicia le da elegancia, marcialidad, arrogancia, todo le sienta muy bien. En sus caras aficiones figura con vehemencia la del amor, que con anterioridad se había deslizado por pendientes borrascosas, pero como su posición había cambiado decidió rectificar la ruta. Decidió sellar el pasado e iniciar una nueva etapa en su vida: formar un hogar. Ahí conoció a Luz, la hija de don Pedro Dessens y de la señora Jesusa Peralta de Dessens, acaudalado hombre de negocios de la mejor sociedad Hermosillense. Don Pedro Dessens era dueño de los ocho principales ranchos del distrito de Hermosillo y poseía el 50 % del ganado vacuno del distrito, además de otros negocios importantes. Fierro se enamoró de Luz, pero su plano social le impedía acercársele y declárale su amor. Decidió recurrir a su amigo y protector Paredes, le confió su secreto pidiéndole que intercediera con Medina Barrón para que lo nombrara oficial. Tiempo después de esta entrevista el general llamó a Fierro y le comunicó su ascenso al grado de Teniente.
La sociabilidad de su carácter le permitió abrir las puertas que para él antes habían permanecido cerradas y pudo cortejar libremente a su amada. Así fue como la señorita Luz Dessens y el teniente Rodolfo Fierro unieron sus destinos a las ocho de la mañana del 22 de octubre de 1906, ante Adolfo Balderrama, juez del Estado Civil de Hermosillo, Sonora. Fierro de 27 años y Luz de 26. Después de su matrimonio, Fierro decidió dejar de ser un soldado rural y decidió separarse del servicio.
Tuvo una vida cómoda y fácil. Tenía dinero, un campo de negocios amplio y prometedor. No fue el interés por el dinero lo que lo indujo a casarse con Luz, sino el grande y sincero amor que sentía por ella. Tiempo después de casado, murió su madre adoptiva y su hermana menor Francisca se había casado con Buenaventura Herrán.
Luz colmó la dicha del hogar con el alumbramiento de una encantadora niña, el deseado fruto de sus amores, pero la fatalidad llegó cuando luz no se sintió bien después del parto. La atacó una fuerte fiebre puerperal (muerte materna, infección). Trataron de salvarla pero debido a las condiciones sanitarias de aquella época se perdió toda esperanza y en prolongada agonía, Luz murió dejando en la orfandad a su hija y en prematura viudez a su amado esposo. Fierro lloró desconsolado. Su hija llenó el vacío de su profunda pena, pero a su primera desgracia habría de seguirle una segunda de la misma intensidad, cuatro meses después de que había perdido a su esposa la niña enfermó de gravedad. Tampoco fue posible salvarla de la muerte y murió también. Fierro se quedó solo. En pocos meses experimentó el más grade infortunio de su vida. El dolor conmovió todas las fibras de su alma. Todo quedó desecho. Fierro se dedicó a las actividades comerciales, estableció una casa de comisiones, pero aún acosado por la fatalidad, desecho su hogar, no se doblegó. Sus sentimientos tuvieron fortaleza y se lanzó otra vez al mundo de la aventura, buscando la distancia, el licor, las mujeres y las impresiones fuertes, el objeto de un nuevo vivir.
El ferrocarrilero
En 1908 (29 años) después de quedar viudo, ingresó al ferrocarril Sud Pacífico de México S.A. y por razones escalafonarias tuvo que empezar desde abajo como garrotero (guarda-frenos, palanquero o maneador). Se les llamaba garrotero porque antes de la invención del freno neumático, para detener un tren era necesario actuar manualmente sobre los frenos de los vagones, el maquinista anunciaba con el silbato cuando veía las pendientes y había que frenar. El garrotero tenía que frenar los vagones, usando unos garrotes o palancas que se introducían en el mecanismo, deteniéndolo con fuerza. En los trenes de pasajeros, deambulaban por el interior de los vagones y salían para frenar, pero en los de carga se movían por el techo del tren y saltaban al vagón siguiente. Era un trabajo peligroso, de gente ruda y temeraria. El escalafón ferrocarrilero era uno de los que mejor garantizaban los derechos de sus trabajadores y rápidamente ascendió a maquinista. Tenía una fuerte corriente de simpatía que irradiaba su inconfundible personalidad. Tenía un eficaz desempeño en sus servicios y ante cualquier situación de peligro, su arrojo rayaba en la temeridad, trepaba por las escalerillas de los trenes como un felino y ponía maneas en los momentos de una inminente catástrofe. Carecía de la noción del peligro, poseía en alto grado la virtud del valor personal, tenía sangre fría que calculaba sus actos y muy buena voluntad que siempre manifestaba en su trabajo.
La construcción del ferrocarril era de Mazatlán a Guadalajara y se ocupaban millares de empleados. En ese campamento ferrocarrilero había una gran afluencia de gente. Fierro convivió con tahúres, fayuqueros, fonderas, músicos, y sobre todo mujeres de la vida galante. Toda esta élite pintoresca daba placer, solaz, distracción a la dura labor de los hombres del riel y Fierro se movía en ese ambiente de licor, placeres sensuales y faltos de dinero. En el tren que estaba a su cargo acomodaba a algunas personas que viajaban sin pagar, unas veces por necesidad y otras por conveniencia. Ese dinero extra mitigaba en parte sus gastos personales. Ahí lo sorprendió la revolución de 1910, no tomó parte en la lucha armada pero sirvió a ella en la forma en que el ferrocarril la sirvió.
Fierro entra a La bola
En 1912 (33 años) se incorporó a las fuerzas revolucionarias en Parral, Chihuahua, cuando combatían a las tropas de Orozco. Fierro no fue un bandido como lo fue el general Villa, pero tenían de común ambos la rara y excepcional virtud del valor personal. Tomás Urbina regresaba de Durango, plaza que había tomado y saqueado y traía consigo a Fierro que se le había unido. A principios de septiembre de 1913 en Jiménez, se acercan por primera vez Fierro y Villa, dos hombres valientes y desde entonces estuvieron siempre unidos en los triunfos y las derrotas, compartiendo glorias y sin sabores en la histórica revolución.
Desde Jiménez, Villa ordenó el avance sobre Ciudad Juárez, defendida entonces por huertistas y orozquistas. Tan confiado estaba Villa, tanta era su fe en la toma de la plaza, que hizo caso omiso de su artillería y se adelantó al ataque con sólo la infantería, dejando inactiva la caballería en la retaguardia. Una de las defensas de la guarnición de Ciudad Juárez estaba a cargo de los colorados del coronel Enrique Portillo oriundo de Casas Grandes, con sus dos cañones y sus dos ametralladoras y del general José Inés Salazar también originario de Casas Grandes a quien el general Salvador Mercado ordenó atacar a Villa, para recuperar Juárez.
El 14 de noviembre 1913, después de la toma y ya en posesión de la frontera cuando Villa ordenó a Fierro que tomara dos trenes y que fuera por la artillería que había dejado atrás. A pesar del ataque enemigo, Fierro cumplió la orden. La actividad y energía de fierro en el desempeño de esa comisión halagó a Villa y ahí lo nombró jefe de guías. La única resistencia real la protagonizó el coronel Enrique Portillo (de Casas Grandes) atrincherado con unos 120 colorados en la plaza de toros. Villa perdió 14 hombres en el primer enfrentamiento. Hacia las seis de la mañana después de proceder con cautela los villistas destruyeron esta última resistencia. La victoria fue rotunda, 700 prisioneros. Villa actuó con generosidad ordenando los fusilamientos de sólo once de los detenidos, seis oficiales federales y cinco de los colorados entre ellos el coronel Enrique Portillo.
Fierro salva a Villa
Una tarde cuando Villa dormía la siesta en un catre al lado de su despacho, entró al cuarto un tipo con una navaja en la mano. Fabián Badillo lo tomó del cuello, Rodolfo Fierro forcejeó con él y le quitó la navaja, en el forcejeo el tipo escapó, pero Fierro lo mató con dos disparos. Nunca se supo quien había planeado el atentado, el tipo acababa de llegar de El Paso.
El 20 de noviembre 1913 salió de Chihuahua una columna de 5,000 hombres entre federales y colorados, para recuperar Juárez. Villa necesitaba un día para prepararse, reorganizarse, dar una batalla campal y llevarlos derrotados hacia el sur. Había que intentarlo costara lo que costara. Una situación de este tipo necesitaba audacia, inteligencia y sobre todo valor a toda prueba. Villa tenía que escoger aquel que ofreciera mayores posibilidades de éxito. Ese hombre tenía que ser Fierro que ya había demostrado sus dotes de intrepidez y valentía en el desempeño de cualquier comisión peligrosa. Llamó a Fierro y le ordenó: «Muchachito, (Fierro tenía 34 años, Villa 35). “Usted es muy valiente y buen ferrocarrilero, tome una máquina y una escolta y vaya a interponerse a los enemigos que vienen a atacarnos. Necesito un día para organizarme, deme ese día usted, cueste lo que cueste.»
Con una máquina de ferrocarril y una escolta no es posible detener una columna de 5,000 hombres. Presentar ofensiva frente a frente, más que ofensiva era un suicidio, pero en la guerra «órdenes son órdenes» y hay que cumplirlas y desde el momento en que las recibe, asume de manera directa la responsabilidad y tiene que poner en práctica todos los recursos para tener éxito. Fierro tomó la máquina y le enganchó diez coches vacíos, los cargó de dinamita, nombró su escolta entre ellos algunos dinamiteros y a Martín López y emprendió la marcha. El enemigo creyó que se trataba de un ataque formal y comenzó a atacar con su artillería. Fierro detuvo el tren, prendió fuego a los diez coches, después lo echó a andar y lo soltó «a máquina loca» y fue a estrellarse contra el enemigo, provocando una tremenda explosión, destrozando su convoy, armamento y la vía. Esto impidió el avance del enemigo y de esta hazaña se derivó parte de la victoria de Tierra Blanca el 23 de noviembre. Fierro se presentó ante Villa para informarle que no de un día sino de varios, podía disponer para reorganizarse. Villa quedó muy complacido y calificó la hazaña como útil y valerosa.
El 23 de noviembre en los campos de Tierra Blanca se entabló una de las más sangrientas batallas de aquella época. Al inicio Porfirio Talamantes (originario de Janos) y otros revolucionarios se lanzaron contra el enemigo. Talamantes quedó gravemente herido en esa acción y murió una semana después en un hospital improvisado. Los colorados destacaron con ataques muy importantes comandados por Jose Inés Salazar y José Flores Alatorre, pero la efectividad de la caballería de Villa se puso de manifiesto arrollando sobre el enemigo obteniendo una derrota completa.
Orozquistas y Huertistas huyeron en desorden, y sobre la vía del ferrocarril un grupo de fugitivos pretendía llevarse un tren. La máquina se movía en retirada y Villa no podía permitir que se escapara y con rapidez gritó:
—Le doy el grado de general al que me capture ese tren.
Los centauros se lanzaron a toda galope a seguir el tren.
Al frente iba Fierro que se adelantó como hábil jinete y avanzó rápido hacia el tren, sin que la lluvia de balas pudiera detenerlo. El tren estaba a punto de escapar, pero Fierro avanzó con destreza espoleando su caballo y alcanzando la escalerilla trasera del primer coche. Se afianzó a una de una de las varillas que sirven de estribo a la escalera para subir al techo, y se trepó como un felino, frenó el tren hasta que se inmovilizó, con su escolta luchó contra los soldados y los maquinistas hasta que los mataron y ganaron terreno para tomarlos prisioneros.
La fiesta de las balas
El campo quedó regado de cadáveres, armas, caballos, artillería, todo fue abandonado por el enemigo. Tomaron 500 prisioneros, 300 eran colorados. Villa ofreció a los huertistas la decisión de incorporarse a su ejército o retirarse y a los colorados los sentenció a muerte y quien si no el «muchachito Fierro» merecía ese honor.
—Venga acá amiguito, usted me afusila a todos estos hijos de…
Villa odiaba a los colorados por la traición de Orozco a la revolución.
El «fusilamiento» (matanza) de los 300 colorados lo efectuó Fierro con su asistente y tres pistolas en una sola tarde. Los colorados fueron llevados a un cuarto de un corralón como si fuera ganado. Se situó en un cuarto inmediato, tendió en el suelo un sarape y vació sobre él todo el parque que traía. Fierro tenía una magnifica puntería pues desde joven aprendió a tirar con pistola y nunca lo hizo mal. Ordenó que salieran corriendo del cuarto en grupos de diez en diez. El que lograra cruzar el corral y brincaran la barda, se salvaría. Cuando Fierro dio fin a su tarea fue a recostarse en unos sarapes sobre el suelo y sin remordimiento se durmió tranquilamente en medio del silencio de la noche. (Continuará)
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1 comentario:
Que manera de de dar un colofón para justificar el engaño de la supuesta sanguinidad del General Fierro. la fiesta de las balas no fue una crónica histórica de Martin Luis Guzmán, sino una novela; que todos le han dado carácter histórico. es prácticamente imposible los que escribes; con tres pistolas matar 300 personas; se han hecho análisis científicos y no se puede. también caes en el error y se afanan de restarle los méritos al Gral. fierro en el papel histórico de francisco Villa, héroe nacional. En una guerra todos se manchan las manos directa o indirectamente; no se tiran flores. Guzmán tuvo roces con Fierro y se encargo de trascender una idea exagerada de su figura, que la repiten y repiten los desinformados.
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