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viernes, 15 de agosto de 2014

Crónica


     Sobre don Aurelio
Por: Jesús González Raizola*
Aurelio Páez Chavira, don Aure, es director del pequeño pero grande y muy grande a la vez diario juarense La Crónica, ubicado por la avenida de los Hermanos Escobar, casi en frente de la clínica y maternidad Alegría, sitio donde, por órdenes  y por cuenta de don Aure, me rescataron de la muerte cuando una dolorosa úlcera me tumbó de repente cuando cubría, para el diario El Universal de México, la campaña electoral de don Manuel Bernardo Aguirre para gobernador de Chihuahua.
Pero antes de eso, mucho antes, tal vez cuatro años antes, una tarde de primavera en que llegaba a La Crónica procedente de Porvenir, mi terruño en el Valle de Juárez, tras el amable, cariñoso, amigable saludo de siempre, me soltó don Aure una inesperada pregunta:
    -Me dicen que va usted muy seguido a Yepachi. ¿Qué hay en Yepachi?
Uff don Aure, le dije. En Yepachi hay de todo, pero sobre todo injusticias.
    -¿Por qué injusticias?, volvió a preguntarme mientras encendía el siguiente cigarro de la cajetilla que nunca faltaba sobre sus escritorio.
De inmediato advertí que tenía interés profesional, como periodista sensible que fue toda su vida, humano, solidario, muy solidario socialmente, en que yo le explicara aquello de que en Yepachi había de todo pero sobre todo injusticias.
Yo no sabía en ese momento por dónde empezar a narrarle, a don Aure, las injusticias de Yepachi. De plano me atontó, me atontaron sus preguntas,  por lo inesperado y por la seriedad, la fijeza de sus ojos en mí, esperando mis respuestas, que deberían ser cabales dados que era todo un señor profesional del periodismo auténtico el que me interrogaba.
Dí principio por donde dios me dio a entender.
    -Mire don Aure: Yepachi es un predio boscoso que Benito Juárez durante su estancia en Chihuahua les reconoció, y les dotó,  como comunidad forestal,  a los indígenas Pimas que habitaban la región, con una superficie de algo así como seiscientas mil hectáreas de pinos vírgenes, ubicadas donde el municipio de Temósachi  en Chihuahua colinda con el de Yécora en Sonora, con cuya dotación los Pimas de Yepachi fueron muy afortunados, pues los registros históricos revelan que Benito Juárez en nombre de la ley despojó de sus ancestrales bienes a otros grupos indígenas para cedérselos  a comunidades religiosas en una decisión  presidencial que aún no me queda muy clara que digamos, pero que sería muy bueno abordar en otra ocasión. Ahorita estamos, estoy hablándole de injusticias.
    Mire don Aure; dicen que dijo Perogrullo que lo injusto es lo que no es justo. No fue justo que Porfirio Díaz, so pretexto de poblar el territorio nacional creara las compañías deslindadoras para que sus protegidos, sus compadres, se adueñaran de los terrenos deslindados y naciera el latifundismo que la Revolución de 1910 no pudo combatir, pese a que era uno de sus postulados, y al contrario propició que los generales revolucionarios sin escrúpulos se apropiaran de tierras, aguas y minas que no eran de ellos.
    Mire don Aure: el Acuerdo, así con mayúsculas, Presidencial de Benito Juárez en favor de los Pimas  de Yepachi nunca se ejecutó  ni siquiera a medias. El bosque de pinos vírgenes era de ellos, en teoría, pero no era de ellos en realidad. El régimen de Álvaro Obregón copió al de don Porfirio: protegió a sus protegidos (otra vez Perogrullo) y combatió sin piedad, como don Porfirio, a los Yaquis y Mayos en Sonora, de tal manera que los Pimas, ni los de Yécora ni los de Yepachi, recibieron protección alguna de la Revolución hecha gobierno, hasta que llegó don Lázaro Cárdenas y empezó a darle seriedad a la justicia agraria, laboral, educativa del pueblo pobre de México, y en esa acción Cardenista el Acuerdo de Benito Juárez fue refrendado por Cárdenas, y despuesito por Adolfo Ruiz Cortines, pero el bosque de Yepachi seguía siendo, en teoría de los Pimas, pero seguía siéndoles ajena en la realidad.
    Mire don Aure: a la sombra de generales revolucionarios y pseudo revolucionarios, y politiquillos y pseudo politiquillos, varios prominentes tala bosques fueron invadiendo, poco a poco el bosque virgen de Yepachi y a estas alturas ya saquearon a la comunidad Pima de lo mejor de sus bosques, sin que los Pimas hayan recibido beneficio alguno, pues como me platica el actual Gobernador  don Marcelino Casimiro Orduño, todos se meten a cortar pinos que al cabo los indios no dicen nada ni tienen quién los defienda contra los invasores y saqueadores de su bosque.
    -¿Y a poco usted solitos los anda defendiendo?, me pregunta don Aure.
    No. No don Aure. Yo no  intento defenderlos. No soy nadie. No soy quién para soñar con defenderlos. Lo que ando haciendo es promover hasta donde puedo sus papeles, sus documentos, sus derechos legales, ante el gobierno federal en el Departamento Agrario, en la Subsecretaría Forestal, en la Procuraduría General de la República, en la Secretaría de la Defensa Nacional, donde los trámites, las gestiones avanzan a pasos menos lentos que los de las tortugas, pero van, avanzando, despacito, imperceptiblemente, entre trabas y obstáculos como que venga una comisión    de ellos a Chihuahua, como que traigan más firmas porque se perdió el expediente, como que necesitamos otra acta  de otra asamblea comunal para mandarla al Cuerpo Consultivo Agrario, como que es necesaria una visita de inspección pero en el Departamento Agrario no hay más que dos inspectores y necesitan pagarles los gastos de  viaje, de hospedaje, de comidas. Y eso don Aure, es imposible de satisfacer porque los Pimas apenas comen, si comer lagartijas fritas es comer, pues de dónde van a tener para cumplirle al gobierno tanto requisito por aquí y requisito por allá. En eso, don Aure, les nado echando la mano en Chihuahua, pero preciso de ir a Yepachi por firmas, por declaraciones, por papeles, etcétera.
    -¿ Y cómo va a Yepachi. Quién le paga. Quién lo apoya?
Para responder esta última pregunta de don Aure me dieron ganas de llorar al agolparse en mi mente  aquellos peligrosos viacrucis, pero me aguanté porque Jorge Negrete cantaba  que los hombres no deben llorar, y le contesté a don Aure:
    -Don Aure: nadie me paga. Nadie me apoya. De mis trabajos, de mis colaboraciones en varios impresos y dos que tres en radio, de mis corresponsalías en El Universal de México, en  El Nacional, usted sabe que le escribo casi la mitad de Índice al licenciado Gallardo, que le escribo notas y dos artículos por número a Gómez Ochoa en Revista de Chihuahua, en fin, de eso, con eso y con mucho miedo y mucha hambre voy a Yepachi cuando es necesario ir, porque los Pimas no tienen con qué venir. Yo me voy de Chihuahua hasta Matachí en el camioncito que va a Madera. De Matachí salgo hacia Yepachi por el camino que pasa por Tosánachi, por Cocomórachi, por Tutuaca y por el Vallecillo. A pié, pero gracias a Dios tanto ida como de venida hay choferes troceros que se paran y me dan el aventón. Cuando van solos me invitan a la cabina. Y cuando nó, me preguntan si me quiero ir arriba de los trozos, si viene cargados, o en las plataformas si van por carga. Si se viene un aguacero se paran y me extienden una de sus lonas y me dicen «métete de bajo para que no te mojes». Pero cuando no traen lonas, me he dado unas mojadas padres, don Aure. Los de pickups nunca se paran, No dan aventones. Se pasan muertos de risa, como burlándose de los que vamos a pie. Y digo vamos porque en ocasiones nos juntamos hasta tres o cuatro caminantes con rumbo a la sierra o viniendo de la sierra.
     - No hay otra forma de llegar a Yepachi. ¿Por qué tiene qué ser  por Matachí?  En esa forma se está exponiendo mucho. Es peligroso.
    -Don Aure: de Matachí a Yepachi. Y a Ocampo. A Pinos Altos, al Concheño, no hay otros caminos. Las carreteras que ha gestionado Abelardo Pérez Campos apenas están en construcción. Y el camino de Matachi hacia la sierra es herencia del coronel Green que en 1884 lo abrió para llegar  de  Temósachi, donde terminaba la vía del ferrocarril Noroeste que era propiedad de Green, a sus minas de Ocampo. Fue el primer camino carretero, para carros, carretas, que hubo en esa región, los  demás eran veredas de mulas. Y si no hubiera sido por Green ni ese camino de Matachí a Yepachi  existiría. Green fue el dueño de Cananea donde en 1906 masacró a los mineros que reclamaban mejor trato y mejores salarios. Pero eso es otra historia.
    - ¿Y usted, señor González Raizola, cómo se contactó, cómo supo de Yepachi y sus injusticias. Cómo supo de los Pimas?
    -Don Aure: En todo este embrollo que acepto con gusto, con convicción social, me involucró  un gran amigo suyo, también como usted un gran periodista de polendas, don Froylán Rascón. Un día, como solía hacerlos con cierta frecuencia, don Froylán que era Pagador Civil de la Tesorería de la Nación y era corresponsal  de El Nacional y muy amigo de don Alejandro Carrillo, director de ese diario del gobierno federal que años después fue Gobernador de Sonora cuando renunciaron a Carlos Armando Biebrich. Un día de mediada década de los años sesenta, le decía, don Aure, me invitó don Froylán a comer en su casa de Terrazas y 25 colonia Obrera de Chihuahua, y estaba allí de visita, atendidos por doña Ana Luisa Córdoba la esposa de don Froylán, una familia indígena Pima, de Yepachi, que cada año, según supe por doña  Ana Luisa, visitaba a los Rascón procedente de Yepachi, y en cuanto llegamos y Froylán saludó a aquella familia, sin más preámbulo , mientras doña Ana Luisa nos servía una exquisita sopa de ajos, me sugirió:
    -Oye Raizola: al fundar el Club de Prensa acuérdate que nos propusimos ayudar, como periodistas convertidos en ministerios públicos sociales a  gente más necesitada, más desprotegida, más fregada, lo cual ya hemos hecho en grupo. Pues aquí está un caso que si les buscamos por dónde, a lo mejor podemos ayudar en algo. Mira: esta familia viene de Yepachi. Me cuentan que tienen invadido su bosque. Que si algún Pima reclama algo, lo golpean los  invasores. Les queman sus  jacales. A algunos los han herido de muerte. Que están  en sus tierras que les reconoció Benito Juárez, pero que no pueden ni siquiera entrar al bosque por leña. Y , Juarista apasionado, conocedor profundo de Benito Juárez, su persona, su gobierno, su obra, Froylán me narró la situación legal de Yepachi, donde el espíritu Juarista no se había consumado y me dijo: ¿Porqué no le entramos, Raizola, a darle una mano en lo que podamos a estas gentes de Yepachi? Mira Raizola, los Tarahumaras han tenido mucha atención del gobierno. Cárdenas sobre todo, creó el Instituto Nacional Indigenista, el INI que tu y yo conocemos, con buenos o con malos resultados, pero allí está el INI. Pero a los Pimas nadie ha volteados a verlos. Y te aseguro que la mayor parte de los chihuahuenses ignoran su existencia. Con más razón sus problemas. ¿Cómo  la vez, Raizola, le entramos a darles una mano, Con algo. Con lo que podamos. Sí?
Mi respuesta a Froylán fue: «Sí».
    -Y  espero don Aure, haberle contestado, atropelladamente, sus preguntas sobre Yepachi. Y él, don Aure, sin contármelo, metió papel a su máquina de escribir, y creí que empezaría a elaborar La Crónica siguiente, pero lo que apareció, al otro día, en el pequeño pero gran diario juarense La Crónica dirigido por don Aurelio Páez Chavira, era un texto, menor a una cuartilla, en que anunciaba que González Raizola escribiría allí, en La Crónica, una serie de artículos referidos a las injusticias de que era víctima la comunidad indígena Pima de Yepachi.
Y así, por la buenas, el «Sí» que le dí a Froylán Rascón, y la aceptación al compromiso que sin anunciármelo me endilgó esa vez en La Crónica   don Aure, me metí de lleno, sin tenerlo previsto, al mundo integral de los Pimas de Yepachi.
Cuando pasaron los años, sin esperarlo, una noche en Parral, Luisito Salayandía Sáenz, director de El Monitor me llamó por teléfono a mi cuarto del Hotel Burciaga y me preguntó si ya estaba acostado y me dijo, me ordenó con voz muy firme que me levantara porque venía a invitarme a tomar un trago en la cantinita que estaba en las calles Cerro y Coronado, «aquí luego luego enseguida», me decía Luisito, «nos tomamos nomás un trago o dos, porque a la una cierran y ya son las doce de la noche, levántese aquí estoy esperándolo en el lobby del hotel, con Lupito Chávez, que en ese tiempo era administrador  nocturno del hotel Burciaga y años después fundó y dirigió el magnífico periódico El Relajo Parralense hecho a base de caricaturas de Chávez.
La voz de Lusito Salayandía Sáenz era autoritaria. De por sí si voz era, es, grave, seca, dura, de muy hombre. Pues esa vez era más dura su voz, por lo que al bajar yo del elevador, Luisito abrió los brazos y me dijo: lo felicito. Acaba de decir Jacobo Zabludovsky que usted ganó un Premio Nacional de Periodismo. Y ante mi duda me repitió: «Si oí muy bien, dijo su nombre, el del periódico La Crónica y el título del trabajo. Es usted. Vamos a echarnos un trago por ese gusto.
Y si. Era cierto. En la tarde que llegó el Excélsior de México a Parral, venía la lista completa de todos los premiados, por cada género periodístico. Y el propio Zabludovsky ganó esa vez el primer premio  en información más oportuna por sus reportajes del terremoto en Managua, que cubrió personalmente allá en Nicaragua para el Noticiero 24 horas de Televisa.
¿Cómo llegó mi trabajo de Yepachi al certamen nacional de periodismo?
Lo había mandado don Aurelio Páez Chavira, sin siquiera habérmelo comentado previamente, porque a esas alturas del tiempo, ya don Aure era más Yepachista, más Pimista, más amigo del Gobernador Marcelino Casimiro Orduño que yo.
Ese hombre íntegro, don Aure, falleció el 26 de diciembre de 2013, pero toda su cuantiosa actuación periodística queda para siempre.  

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