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jueves, 15 de marzo de 2012
El panpriismo y Luis H. Álvarez:El PAN, más de lo mismo
Por Rodrigo Borja
El «batopilazo» de 2010; el acarreo y el uso de recursos de las delegaciones federales el pasado 19 de febrero en Chihuahua, con motivo de la elección de candidatos panistas al Senado; el acarreo evidenciado en el retiro luego de pasar lista en la protesta como candidata del Blanquiazul de Josefina Vázquez Mota, son pruebas de lo que desde a principios de los noventa Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, militante de toda la vida de Acción Nacional, denunciaba. La creación de un pan priismo en el sexenio de Carlos Salinas en la presidencia de México y en el sexenio de Luis H. Álvarez al frente del Comité Ejecutivo Nacional del PAN.
A lo anterior podríamos agregar el estilo personal de gobernar de Felipe Calderón, que es de un autoritarismo pocas veces visto en la hegemonía priista del siglo pasado en la «billetiza» que Luisa María Calderón ordenó repartir en las elecciones internas del PAN en Michoacán.
El «chapulineo» del diputado Javier Corral o Teresa Ortuño, quienes se cansaron de denunciar como práctica inmoral por parte de los priistas en la época en que el PAN era la oposición. Muchos son los elementos que nos muestran un pan priismo en pleno o por lo menos un ejercicio por parte del PAN, de formas y modos de hacer política del Partido Revolucionario Institucional, que dio razón de ser y discurso al panismo desde su fundación hasta su llegada al poder en el año 2000.
La visión de Eugenio Ortiz
Con sólo 20 años de edad, Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, ingresó en la filas del PAN, era el año de 1945 y militó en el mismo hasta 1992, cuando cansado del entreguismo del chihuahuense Luis H. Álvarez, a las políticas de Carlos Salinas, renunció a la militancia de toda una vida. Entreguismo que inició desde el momento que validó la elección de 1988 y que por la acción de su coordinador en la Cámara de Diputados, el «Jefe» Diego Fernández de Ceballos, incluso exigió a gritos, en la tribuna de la Cámara de Diputados, la quema de las boletas de la elección de 1988.
Fue electo diputado federal por representación proporcional a la LIII Legislatura de 1985 a 1988 y posteriormente formó junto a otros panistas como José González Torres, Pablo Emilio Madero, Jesús González Schmall y Bernardo Bátiz, entre otros, el denominado Foro Democrático y Doctrinario, que se oponía a los acuerdos políticos entre el PAN dirigido por Luis H. Álvarez y el gobierno de Carlos Salinas de Gortari que le llevó a renunciar al PAN en 1992.
Fallecido en mayo de 2010, antes publicó el libro «La mancha azul». El critico literario Jesús Anaya Rosique. Comenta sobre el libro: «Toda autobiografía es una versión personal, “de parte”, de hechos reales que esperan la corroboración de los historiadores, aún más si se trata de testimonios de primera mano de protagonistas políticos que esperan restablecer una mejor imagen de su trayectoria pública. (…).
«Un luchador congruente y apasionado por la democracia, poeta, escritor e industrial, que ingresó muy joven al PAN y tuvo una relación directa con Manuel Gómez Morin, quien lo alentó a esa “brega de eternidad” que era entonces la vida partidista, donde militó y fue miembro de la dirección, diputado y crítico implacable de la conversión neopanista. Las páginas de este libro son “retazos de una memoria personal” en el contexto de la azarosa historia mexicana. Arranca con la rememoración del ilustre fundador del PAN en 1939 y los principios doctrinarios originales (“lograr la renovación moral de la política… construir un partido civilista y no confesional”); la figura ejemplar de Luis Calderón Vega (padre del actual presidente y miembro fundador del PAN, que renuncia en 1981 por “el conservadurismo de su directiva”); el lento deshielo cupular del absolutismo priista (las reformas políticas que van de los “diputados de partido a los plurinominales”) y un recordatorio clave: que “la simple posesión del poder no garantiza que un partido político y los gobiernos que encabece guíen a un país al bienestar social”; el arduo y gradual crecimiento de Acción Nacional que paradójicamente lo llevó a convertirse en los 90 en “socio del partido causante de la corrupción y del atraso de México”; el abordaje electorero de los empresarios en la década de 1980, que propició las candidaturas presidenciales de Clouthier y Fox, así como el surgimiento del “neopanismo” (“una convulsa prisa por el poder”, que olvidaba que la democracia es “mucho más que el simple reemplazo de unos por otros”). El autor revela “las fuentes nacionales e internacionales (los republicanos de EU y la democracia cristiana alemana) de los dineros del PAN”. Narra enseguida el “cambio de rumbo” operado por el neopanismo (a través de la historia emblemática de Luis H. Álvarez, presidente del PAN entre 1987 y 1993) y las “jugosas concertacesiones” con De la Madrid, Salinas y Zedillo, que le permitieron al PAN su entrada al poder (“el PAN, que venía de otra tradición, participa ahora al igual que todos los partidos en el despilfarro y los privilegios insultantes de un poder legislativo opaco”); del NeoPAN al PRIoPAN (y la complicidad con la bribonería del Fobaproa). En el PAN de hoy, “han enterrado los propósitos originales”.»
La crisis de identidad que el PAN vive actualmente tiene otro capítulo en la postulación de Manuel Clouthier, hijo de Maquío, a la presidencia de la república, como candidato ciudadano y renegando de los caminos emprendidos por el Blanquiazul.
Con Luis H. Álvarez, iniciaron las concertacesiones y el neopanismo, fue en Ciudad Juárez en diciembre de 1982, en donde se realizó una reunión cupular de empresarios irritados y decididos a enfrentarse al régimen que en septiembre de 1982 había expropiado la banca.
En el hotel Colonial —propiedad de Francisco Villarreal Torres—, bajo el nombre de «México los ochentas», se animó por varios días la reflexión y la decisión generalizada de que los empresarios debían unirse al PAN para disputarle al gobierno los terrenos de la política. Eloy Vallina Garza aparecía entonces como el líder empresarial de Chihuahua. Vallina habló con Miguel de la Madrid acerca de la significativa reunión empresarial, y así llegó Luis H. Álvarez a presidente municipal de Chihuahua y Barrio Terrazas a la de Ciudad Juárez y con ellos 17 alcaldes en la entidad más, ya que en total se ganaron 19 alcaldías las de mayor población.
Ahí el PAN empezó a ver las ventajas del «diálogo» y el inicio de una política pragmática, que llevó al PAN a olvidar viejas luchas e ideales y adoptó las formas que durante décadas criticó y de alguna forma fueron su motivo de ser. Luis H. Álvarez cambió el rumbo. Subordinó los intereses de fondo a la consecución de puestos políticos, con frecuencia empleos sobresalientes que no eran de origen electoral, sino de simple concesión, de nombramiento de colaboradores que pasaron del PAN a incorporarse a las burocracias federales o estatales. Los resultados están a la vista.
Por lo anterior Andrés Manuel López Obrador, dijo en su toma de posesión como candidato de las izquierdas, que sólo había entre los cuatro precandidatos, dos opciones reales, el cambio o de «más de lo mismo», por cierto que esta misma frase utilizó Enrique Peña Nieto, al asumir formalmente la candidatura priista, pero en referencia exclusiva a los últimos doce años. Con su renuncia hace veinte años y con la publicación de sus memorias, Eugenio Ortiz Gallegos tuvo la visión del porvenir…
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