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jueves, 15 de marzo de 2012

Kingo Nonaka y sus andanzas por el norte ( segunda de tres partes)


(Fragmento del libro
Historia Regional del Noroeste de Chihuahua
del autor Miguel Méndez García, en
la primer entrega se relata la
llegada de Kingo a México y su vida en Ciudad Juárez) 
Sin pensarlo mucho ya con mi equipaje y con mi maletín medico tomé el tren rumbo con destino a Nuevo Casas Grandes para de ahí tomar camino a viejo Casas Grandes donde vivía mi compadre Ricardo Nakamura con su familia, muchas veces me ofreció su casa para descansar unos días en ese lugar tan bonito y calmado, pero al llegar a viejo Casas Grande vi que había muchos soldados federales y también en Nuevo Casas Grandes había visto una cantidad igual. La casa de mi compadre Nakamura era grande y de adobe que estaba a la entrada frente a la plaza, afuera de su casa había un álamo bastante alto y al pie de este corría un arroyo con bastante agua, que utilizaba la gente para lavar su ropa.
Con el jefe de la revolución
Cuando llegué a la casa de mi compadre Nakamura estuvimos platicando largo rato tomando un delicioso te japonés, interrumpiéndonos un fuerte tiroteo, acompañado de cañonazos, estallido de granadas durante varias horas. Después un poco de calma, silencio, ya que el tiroteo había cesado, en la calle había gente rezando, otros llorando, otros gritaban de dolor, gente que hablaba en voz alta y muy fuerte, me asomé por la ventana y vi a los que hablaban muy fuerte bien vestidos y con sombrero tipo tejano. Mi compadre me advirtió que me quitará de la ventana  por peligro a una bala perdida. En eso estábamos cuando tocaron la puerta muy fuerte y con mucha insistencia. Mi compadre abrió la puerta y uno de ellos pregunto ¿Tiene alcohol o petróleo? Lo necesitamos para un herido y vi que traían a un señor herido de la mano derecha, me dirigí a el que estaba sangrando abundantemente. Veo que viene herido y si usted gusta yo lo curo, soy enfermero diplomado y me contestó no necesitas decírmelo dos veces. Al examinarlo me di cuenta que no era una herida grave, que sólo era una esquirla de granada que produjo la herida. Hasta ese momento yo no sabía quien era ese señor. Solamente me fijé que era una persona de baja estatura, bien vestido, con sombrero tejano, con polainas, con bigote, barba estilo francés, comúnmente llamada piochita, cuando terminé de curarlo me dio las gracias y quería pagarme con un billete de diez dólares, yo me negué a recibirlo argumentando que yo no le cobraría por ese servicio pues ese era mi deber y me contestó:
–Tome el dinero y además usted doctor se viene con nosotros, usted será nuestro doctor así que póngase su saco y su sombrero y vámonos. Observé en la puerta a los señores que lo acompañaban y uno de ellos llevaba mi veliz de ropa y mi maletín médico. Inmediatamente le dije: —Lo siento mucho señor yo no puedo ir con ustedes porque estoy trabajando en el Hospital Civil y Militar de Ciudad Juárez, si no me presento a trabajar me tomaran como desertor y posiblemente hasta la cárcel puedo ir a parar. 
—No te preocupes yo respondo por ti. Lo más curioso fue que no me preguntó mi nombre, ni de que origen era, sólo me dijo: “Déjame ver tu pasaporte, solamente me dijo vámonos, la patria necesita gente como usted doctor. Me despedí de mi compadre Nakamura y de su familia y me llevaron hasta la Colonia Juárez que es de mormones.
Al día siguiente fui a revisar la herida del señor que curé y supe que era ni más ni menos que el jefe de los revolucionarios Francisco I. Madero. Vaya sorpresa, yo tenia 22 años en ese entonces y que su nombre completo era Francisco Ignacio Madero, era originario del estado de Coahuila. Ellos tenían un médico italiano muy competente pero que siempre estaba tomado, al punto de no poder caminar. También me dijeron que ese mismo día los maderistas tuvieron que abandonar la plaza de viejo Casas Grandes, la razón fue un fuerte enfrentamiento donde fueron repelidos por las fuerzas federales comandados por el Coronel Agustín Valdés, también supe que aparte de la herida del señor Madero, el señor Eduardo Hay perdió un ojo y fue capturado. Ese mismo día fue hecha prisionera Patrocinia Vázquez la única mujer que peleó al lado de los maderistas en Casas Grandes, también llegaban noticias de los enfrentamientos de las tropas revolucionarias en diferentes partes del estado algunas con resultados favorables y otras no. De la Colonia Juárez continuamos a Rancho Bustillos para ese entonces tendría como quince días:
Para llegar de Casas Grandes a Ciudad Juárez hicimos dos semanas de viaje, el motivo de la tardanza era que los federales en su huida iban quemando los puentes del ferrocarril, para mi eran siglos porque el material de curación casi se acababa, el viaje de unas horas ese convirtió en semanas, los enfermos y heridos sufrían mucho sobre todo los más graves, yo les daba palabras de ánimo diciéndoles que cuando llegáramos a Ciudad Juárez serían atendidos por doctores muy buenos, que yo los conocía y que eran mis amigos y que pronto sanarían de sus heridas. Cuando llegamos estaba por finalizar abril, los maderistas estaban preparándose para atacar la plaza. 
Al iniciar el ataque Nonaka dice: esta fue la única vez que actué como soldado. Las ocasiones posteriores fue dentro de mí servicio médico Como yo estaba allí en el frente, el ruido de las armas cortas, ametralladoras, granadas de mano y cañonazos esta vez sonaron más fuerte. Después de tres horas que empezamos a recibir heridos para su atención, por la tarde recibí un mensaje del señor Madero pidiéndome que me presentara con mi personal de trabajo en las calles de Mina y esquina con Nochitlán, ya que me esperaba con sesenta heridos. Antes de ir a la cita con el señor Madero fui a buscar a mi amigo el doctor Carrasco el administrador del hospital para que me facilitara personal y material de curación, pero me informaron que el doctor Carrasco se había ido al Paso, Texas, para curarse, inmediatamente fui a buscar a mi madrina Viviana para que me ayudara a con unas diez personas entre enfermeros y enfermeras. Cuando llegamos a la cita con el señor Madero le dio gusto verme, porque después de la Batalla de Casas Grandes nos separamos porque el se fue al lado americano a conseguir más personal de tropa.
Una tropa internacional
Recuerdo que aquella batalla de Casas Grandes aparte de su tropa había como cien personas tipo campesinos, armados con escopetas, rifles 22, carabinas 30-30 y otros con machetes, sin embargo cuando los maderistas cruzaron el Río Bravo para tomar la plaza de Ciudad Juárez, había más de 1,000 hombres perfectamente armados y de diferentes nacionalidades como italianos, mexicanos, alemanes, americanos y afroamericanos. Es muy justo señalar en esta acción la estrategia de batalla tan acertada y la participación del general Pascual Orozco y del Coronel Francisco Villa, y las tropas federales en plena huida. 
Nosotros nos dedicamos a cuidar heridos y muertos para llevarlos al hospital donde trabajábamos turnos de 14 y 16 horas y yo con muchos deseos de ver al doctor Carrasco y demás compañeros  enfermeros, mis deseos no se cumplieron porque según comentarios todos de había cruzado al Paso, Texas. Salí del hospital para ver unos heridos que estaban afuera y  traerlos al hospital y me enteré que habían llegados más heridos y estaban acostados en los pasillos y en el piso de la sala del hospital, eran aproximadamente doscientos, sólo estaba mi madrina y tres enfermeras a cargo, sin ningún doctor, mi madrina al verme me abrazó y comenzó a llorar diciéndome que tenía un grave reto enfrente Le pregunté donde están los doctores y demás gente y me contestó todos se huyeron al Paso.
—Pero si vas con la enfermera María de la Paz ella sabe donde viven muchas enfermeras y doctores. Porque no todos tenían pasaporte y no podían cruzar. Después de buscar personal encontramos a cinco doctores de los cuales tres ejercían consulta privada y dos ya habían trabajado en el hospital y diez enfermeros, empezamos a trabajar durante dos días y tres noches sin descansar, debido al movimiento de búsqueda de personal en el paso para trabajar en el hospital, llego a los oídos de la prensa, empezaron a cruzar a Ciudad Juárez muchos periodistas americanos, tomando fotos del hospital, de la sala de operaciones, de los heridos y de los muertos para publicarlas en sus periódicos, al día siguiente vino a buscarnos el señor Madero acompañado del General Máximo Castillo, Ernesto Madero y otras cuatro personas más de los cuales no recuerdo sus nombres. Lo acompañamos a la oficina mi madrina y yo. El señor Madero me preguntó: 
—¿Cómo está funcionado el hospital?
—Mal, —le contesté—, por falta de doctores y enfermeras se están muriendo los heridos. Le explique las causas de la  falta de ellos, después de pensarlo unos minutos nos dio la orden.  —Cada doctor debe trabajar en un consultorio, si no se presenta en un hora, será clausurado su consultorio y también le será cancelada su cedula profesional, así que mande usted a miembros de su tropa de su confianza para que haga extensiva la orden. Esa misma tarde se presentaron doctores al hospital y los inspectores particulares por el miedo de perder su cédula. Vinieron enfermeros y enfermeras, así empezamos a trabajar bajo las órdenes del doctor Carrasco (quien también volvió) y ordenó a todo el equipo médico que nadie podía abandonar el hospital hasta que terminaran de curar a los heridos, para que descansara el personal del turno anterior. Ya tenía yo dos días y dos noches sin descansar cuando el señor Ernesto Madero con dos personas mas, me dijo que el señor Madero me mandaba llamar urgentemente. Enseguida lo acompañé al nuevo Hospital Francisco I. Madero de Cd. Juárez. Ahí me estaba esperando el señor Madero, me entregó mi nombramiento como jefe de personal y de enfermeros, lo acompañaba el general Manuel Ochoa, como jefe del cuartel general, el teniente coronel José de la Luz como segundo jefe, el general Máximo Castillo y otras ocho personas más y recibí felicitaciones de todos ellos, después el señor Madero me notificó que el general Máximo García se quedaba como jefe del hospital, haciéndose cargo de todo y de todos.
—Porque yo me voy a Estados Unidos a comprar armas y municiones. Se despidió y se fue. Esa fue la última vez que vi al señor Madero en persona. (Continuará). 

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