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viernes, 12 de abril de 2013

Columna


Estrictamente personal

Recordando a Armando Borjón Parga

Por Antonio Pinedo

            Eugenio Chávez Calderón, me  entregó una fotocopia de un soneto de Armando Borjón Parga. Ya lo conocía, pero su relectura me volvió a encantar y me hizo recordar a este periodista a quien conocí a principios de los setentas, cuando mis vacaciones escolares las dedicaba a ser fotógrafo del diario La Crónica.  Entre mis lecturas de secundaria, en mi temprano descubrimiento del periodismo, hay tres autores que recuerdo a Jim Bishop, con la columna sindicada  «Así es la Vida», creo que publicada en la página dos de El Fronterizo, a  Polo Ochoa, con el «Tric Trac» de El Mexicano y «Borjón Parga Cometa», también del matutino primeramente mencionado.
            En aquellos  años no lo traté, pero lo recuerdo igual de delgado que siempre y con un bigote muy poblado, como el de Chaflán. También recuerdo un comentario con mala leche de Sergio Montenegro, «El Yonekura», quien ponía en duda la autoría intelectual de las columnas de Borjón, porque abordaba muy diversos temas. Años después, traté a Borjón y era como Giovanni Papini, el autodidacta neto, con una gran capacidad de trabajo y escribiendo mejor después del mediodía ya con media navaja adentro.
            Recuerdo como un gran momento, en una «misa dominical» del PRI su poema sobre Ciudad Juárez «La Rosa de los Vientos», muy bien dicha por Carlos Murillo de la Cruz, quien con su potente voz y dotes de orador, me dejó una grata impresión del texto y de su calidad para decir poemas.
            Tal vez fue en la misma misa —así le llamaban a las asambleas dominicales del PRI— en la que Guadalupe Díaz, el escultor recientemente fallecido, pidió la tribuna, para decirle a sus compañeros priistas, que él haría un paréntesis en su militancia, porque se iba a la campaña de su amigo Jesús Manuel González Raizola, quien luego de un encontronazo con el candidato a la gubernatura Manuel Bernardo Aguirre, buscaba por el PARM, la diputación del cuarto Distrito Federal Electoral.
            El soneto de Borjón me hizo recordar la fina ironía de Francisco Villarreal, en los momentos previos a su llegada a la presidencia municipal de Juárez, quien en una plática sobre libros y muchas cosas más, se refirió al libro de René Mascareñas, diciendo con mal disimulada sorna:
            —René se tomó muy en serio, aquello de que en la vida hay que sembrar un árbol, criar un hijo y escribir un libro.
            Era filoso el filósofo de la Sorbona.
            Borjón era de una plática amena, sin pretensiones eruditas; ahora una calle lleva su nombre, pero su obra poética no es lo suficientemente conocida, aun cuando hay un tomo que recoge sus poemas o por lo menos una buena parte de ellos.
            Era una de esas personas que vale la pena conocer, pero que no se daban a la primera había que ser un poco persistentes, después se agradecía.
            Pero bueno, todo empezó por Eugenio que me regaló una copia del soneto de Armando Borjón Parga, mismo que por cierto no tiene título y simplemente se llama Soneto. Difícil resistirse a la tentación de reproducirlo, aquí va:

Soneto
Tengo un amigo canijo
que leyó en un libro viejo
aquél antiguo consejo
y lo siguió  muy prolijo.

En su propósito fijo
pensó como buen pendejo;
seré feliz porque dejo
un libro, un árbol y un hijo.

Pero le salió mal todo
pues por irónico modo
logró al fin de la jornada;

un libro muy aburrido
un árbol seco y torcido
y un hijo de la chingada.

            Recuerdo más situaciones con Borjón, pero lo dejaremos para una futura oportunidad.

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