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martes, 20 de diciembre de 2011

20 preguntas a Aletta Frank


                                Juárez, una ciudad para amar
Por Luis Villagrana

Ciudad Juárez, en los ojos de la holandesa Aletta Frank, residente aquí, vibra, lucha contra el clima, contra la pobreza, contra los apaches y contra los malos gobernantes, pero además es bonita. No es una definición urbanística o sociológica, más bien es la definición desde el amor de una escritora que aquí encontró sentido a su vida. Después de la inauguración del Festival de las Naciones, organizado por la iniciativa privada, Aletta dice ver lo que los juarenses no ven por estar inmersos en un ciclo de violencia. Aborda, de refilón, la crisis moral que enfrenta Europa, precisamente por la ausencia de valores intangibles, que en Juárez se tienen, pero que están en riesgo.
1.
—En tu discurso inaugural mencionaste varias veces no sólo el amor que sientes por esta ciudad, sino lo bonita que es.  Pudiera ser incomprensible esa visión, dada la precariedad urbana en que se encuentra, ¿puedes explicar esto?
—He presenciado los grandes paisajes de mi país de origen y de varios más de Europa, pero en ninguna parte del mundo se dan atardeceres tan hermosos como en Ciudad Juárez. Antes de la extrema violencia que se vive hoy presencié la caída del sol en la sierra de la colonia Anapra: vi un cielo de color rojo intenso y desprenderse de esa inmensidad unos rayos en tonos azulados y amarillos, hasta caer y hundirse en la tierra o desparecer por los picos de las montañas; era como estar en otro planeta. Después me di cuenta que hace miles de años esa zona era mar, por eso al hurgar sobre esa superficie podías encontrar hojas de arbustos y pequeños crustáceos petrificados. Insuperables esos atardeceres.
2.
—¿Eso es suficiente?
—Podría ser, pero no, existen otros bienes intangibles, y si me das licencia, hasta de tipo espiritual. Por ejemplo en esta latitud, en este territorio liso y seco se producen grandes vibraciones. Juárez es una ciudad que vibra y no por sí misma, no, son sus habitantes los que la hacen vibrar al salir todos los días de su casa a ganarse sus alimentos, pese a la crisis, pese a la violencia y pese a sus gobernantes ineficientes. Sin esa energía que posee el fronterizo esta ciudad ya se hubiera derrumbado. Me fascina su historia llena de penurias en algunos momentos de su vida, pero también de auge en otros, de lucha contra todo: contra el clima, contra los apaches, contra los malos gobernantes, contra los criminales.
3.
—¿Por qué tengo dificultad para alcanzar tu optimismo?
—Es explicable. Los nativos de esta ciudad o los que tienen casi toda su vida aquí, tienen un poco atrofiada el poder sensitivo para percibir estos valores. Ven las ramas y pierden la perspectiva del bosque o también piensan en el bosque y dejan de pensar en las ramas. Quizá esta incapacidad para percibir esos valores intangibles esté retrasando la solución de los problemas de criminalidad, esto puede ser peligrosos, porque si termina de rasgarse por completo el tejido social, entonces el crimen organizado tendría ganada la partida. Para ver lo bueno de la ciudad, hay que hacerlo con ojos extranjeros.
4.
—Bueno, pero bonita que digamos no es mucho, ¿no?
—Las ruinas que ves en algunas partes de la ciudad, las calles sin pavimentar y las casas de cartón en los cinturones de miseria no son más que el rastro que van dejando los depredadores de esta frontera. ¿Quiénes son? Los gobernantes, los empresarios de corazón metálico, los simuladores en las iglesias, los partidos políticos y en las universidades que despojaron su enseñanza de la ética. No, esa no es la ciudad, esos son el despojo de los depredadores, yo me refiero a los miles de ciudadanos que residen en esta ciudad, los padres de familia y sus hijos, los hombres y las mujeres que administran su economía doméstica, los ciudadanos que sin intereses ilegítimos sostienen en su espalda a Juárez.
5.
—¿Alguna vez escuchaste hablar de Juárez antes de tu llegada aquí?
—Sí, en Holanda, mi país, se hablaba de los crímenes de mujeres, de la negligencia de las autoridades de México o de plano de la complicidad con algunos de los homicidas.
6.
—¿No te espantaste?
—Me sensibilice con el problema. No me espanta. En Holanda también se dan muchas injusticias. Hay quienes creen que Europa es una gran civilización, pero esto en parte es falso. Yo pertenecía a la organización Hilo Rojo, una agrupación que ayudó al gobierno holandés en el proceso de legalización de la prostitución. Les decíamos a las mujeres: “Ahora podrán ser empresarias, controlar su actividad, su tiempo y su dinero, sobre todo, tendrán dignidad”, pero con el tiempo me di cuenta que profesionalizar la prostitución no dignifica ni mejora la situación de la mujer, simplemente dignifica y profesionaliza la industria del sexo y a los hombres que pagan los cuerpos de las mujeres y niños.
7.
—Aquí apenas se da un debate sobre esta medida, ¿entonces crees que la legalización de las drogas y de la prostitución no es una solución viable?
No es una llave mágica para acceder a un mejor mundo. En Holanda el gobierno dejó de interesarse en la salud y la seguridad física de las prostitutas y se concentró en la recaudación de los impuestos que esas mujeres generan. Ellas siguieron teniendo su ‘chulo´ que las explotaba y lo peor, que con el tiempo fueron cayendo en depresiones y otros males orgánicos. Con esto comento que los mismos crímenes que se cometen aquí, se cometen en Europa. Por ejemplo, Holanda flexibilizó sus leyes migratorias y regularizó cientos de mujeres asiáticas, hispanas y rusas sólo para que ingresaran al mercado del sexo y de esa forma proteger un poco a las ciudadanas holandesas, eso en su lógica torcida.
8.
—¿Pensaste en el riesgo al venir a residir aquí?
—Sí, pero ya estaba sensibilizada por este problema y una fuerza me empujaba a venir aquí a testimoniar la vida de los juarenses en un libro, que por cierto, tengo en proceso de escritura.
9.
—¿Qué te impresionó más de este problema?
—La increíble facilidad con que un ser humano quita la vida a otro (nada que no ocurra en otras regiones del mundo), pero también la infinita fortaleza de las mujeres juarenses, en quienes descansó la economía de esta región, sobre todo en los tiempos en que los gringos trasladaron sus ensambladoras aquí, pero también la gran vocación formadora de hombres y mujeres que tienen hasta la fecha. Todos ustedes tienen una gran deuda con las mujeres juarenses que no han pagado.
10.
—¿Y sobre sus muertes que me dices?
—La vida es única y absoluta. No existen muchas vidas: la mía, la de aquel, la de aquellos, eso es una falsedad para no tomar posiciones. Cada ser humano comparte un poco de esa gran vida única y absoluta, por eso mismo cada vez que un homicida mata a una mujer, nos mata un poco a nosotros, porque compartimos una misma vida, única y absoluta. Y cada vez que eso pasa este mundo se acaba un  poco más. Eso es en el campo de la reflexión filosófica, aquí hay responsables intelectuales y materiales que deben ser castigados, pero no sólo eso, muchos somos responsables por omisión, porque nos dimos cuenta y callamos, porque vimos y enmudecimos, porque no dirigimos reclamo alguno a las autoridades por su ineficiencia, porque pensamos de forma egoísta y absurda que no nos corresponde porque fueron sus vidas y no las de nosotros.
11.
—¿Puedes contarme cómo llegaste a Ciudad Juárez?
—Ahora que lo pienso, a mí me trajo el amor hasta acá. De hecho es lo que me mantiene aquí. Conocí a Eduardo en Holanda, mi pareja, en la universidad De Haage Hogescholl. Un juarense en Holanda. Me impresionó su tono de piel apiñonado, sus cejas espesas, su cuerpo delgado y su esqueleto firme. Él venía con un viaje pagado por su universidad, paseña, la Universidad de Texas en El Paso, del programa de Física. Yo casi por terminar la carrera de Literatura, con especialidad en Estudios de Cultura Hispanoamericana, con lo que aprendí el idioma castellano.
12
—¿Qué te atrajo de él?
—Primero que era un hombre con conciencia de los graves problemas que enfrenta su ciudad y segundo su físico, me gustó mucho, como ningún otro hombre holandés o de cualquier otra nacionalidad. Me enamoró el contraste entre él y yo. Él de pensamiento racional que le daba a los números la propiedad de contar. Yo, romántica, sumergida en la literatura romántica de España y Latinoamérica, le daba a los números sustancia humana, fórmulas para entender el ser de los humanos. Ese contraste permitió una deliciosa convivencia y que me enamorara de él.
13.
—¿Cómo ve el amor una holandesa?
—Bueno, estaba cansada de tanto ñoño pelirrojo predecible. ¿Sabes? En Holanda el ciudadano promedio vive con lujos, su problema económico está resuelto y por eso se dedica a derrochar su vida. El sexo es tan libre que extrañaba el placer de la conquista. Esa lucha entre contrarios que se da en los preliminares del romance hasta que uno de los dos cede y se pierde deliciosamente la batalla y esa batalla sólo la sabe dar un latino.
14.
—¿Si sabes que cualquier hombre de este lado estaría contento con esa opulencia?
—No digo que para estar bien debemos vivir en países pobres, lo que digo es que en el hombre debe haber un equilibrio en todo. En Holanda, así como en otros países europeos, el avance de la ciencia es muy grande, pero es una ciencia desposeída de humanismo, entre la opulencia y la ciencia desprovista de andamios filosóficos han convertido en máquinas a los holandeses, ya hasta explicaciones químicas le dan al amor, creen haber encontrado los compuestos químicos para ser felices en el amor, como si se tratara de ingerir sustancias químicas para experimentar el amor humano. ¿Entiendes cuando hablo de bienes intangibles que tiene tu ciudad? ¿Cómo no voy a amar a esta ciudad, si amo al hombre que nació aquí? Amo a las mujeres juarenses que sostienen en sus brazos toda una ciudad. Encuentro en esta gente un ejemplo de lucha por conservar a su familia, su entorno.
15.
—¿Con la violencia que se vive esa generosidad podría estar cambiando?
—En los contextos de guerra lo mejor y lo peor conviven. El egoísmo hace que los ciudadanos se retraigan y sólo se miren a sí mismos, como si con esto estuvieran a salvo, pero también emergen grandes ejemplos de resistencia y solidaridad en muchos de ellos. En las guerras no sólo están en disputa los territorios o las ganancias monetarias, también se libra una lucha entre los hombres por no perder la humanidad que cada uno trae en prenda.
16.
—¿Qué tipo de obra escribes?
—Escribo una novela en forma de diario de cómo una mujer debe de despojarse de las identidades que le asigna la sociedad y ella misma para descubrir el eterno amor, en el desarrollo de este intento, esta mujer, digamos, se quita su vestimenta de europea y mira lo que existe alrededor, si esto tomara forma política, diríamos que es una metáfora de lo que Europa debe hacer: despojarse de su tremendo ego y dejar de pensar que es el ombligo del mundo y mirar hacia este continente, acompañarlo en su dolor, contribuir a su economía y fortalecer su democracia incipiente, que no termina de sacarse el pañal de bebé.
17.
—¿Sería tu diario personal?
—Toda novela, trátese del tema que sea, en el fondo es una indagación del yo. Aquí, en el telón de fondo está mi propia vida, pero también de muchas otras personas que conocí y que, desde mi opinión, su vida pudiera ser literaturizada. En este manuscrito hablo de la gran depresión que padecen los europeos, la medida de la depresión es la medida de la opulencia en la que vivieron hasta hace unos cuantos años y que ahora, con el colapso del sistema económico llamado Unión Europea, están viendo su suerte.
18.
—Aquí la gente cae en la depresión, justo contrario a Europa, por la sempiterna falta de oportunidades y la violencia extrema que agudiza la mala situación económica, ¿hay de depresiones a depresiones?
—La depresión es un mismo mal de nuestro tiempo, aquí y allá. Es un trastorno de la verdad. Los depresivos evaden su presente, sepultan la verdad en el olvido. Encarar la situación por desastrosa que sea alivia. El gran antídoto contra la depresión es la verdad, pero ésta es una medicina amarga que hay que tragar aunque sea haciendo gestos.
19.
—¿Piensas residir de forma permanente en Juárez?
—Hice de esta ciudad la base de mi vida. Pienso viajar a otros países, conocer otras culturas, pero mi memoria siempre se encargará de traerme aquí. Ciudad Juárez será la Ítaca de mi corazón y Holanda el embrión de lo que soy.
20.
—¿Y si se pierde el amor?
        —No lo sé. Los teóricos del amor químico dicen que el amor dura tres años, después de este punto todo va en picada, dicen. Yo rebasé con mucho esa expectativa. En todo caso prefiero pensar que hay amores que sólo se acaban con la pérdida de la existencia, mi amor por esta ciudad es de éstos.

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