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jueves, 29 de diciembre de 2011

Los de a pie



México es un trenPor: Luis Villagrana

México es  un tren. En sus vagones viaja la esperanza puesta en el Norte, de miles de personas que su país se les volvió hostil y debieron emigrar. El padre Francisco Pelissari, administrador de la Casa del Migrante solía decir: “tu patria es aquella que te permite ganarte con dignidad  tu alimento”,  así que para los que decidían intentar de nuevo cruzar al País de la Ilusión, pedía al Cristo Mojado los protegiera en el camino.
El Cristo Mojado es representado por un estampita con la imagen de Jesús, que el obispo de la Diócesis Católica de Nuevo México, Armando Ochoa, mandó imprimir  para los indocumentados, en la que éste  aparece con un rostro joven, blanco y luminoso, con mirada firme, manos sangrantes, que parecen reflejar un movimiento enérgico para abrir un cerco protegido por alambres de púas y con su cabeza  coronada con un círculo áureo.
México es un tren que va a los Estados Unidos, en el que mexicanos, guatemaltecos, hondureños, y salvadoreños  viajan colgados de sus costados, apeñuscados en su techo, expuestos al flagelo del clima y al ataque de la fauna nociva o a morir de asfixia al viajar en el interior de los contenedores.
El ferrocarril es peligroso y hace parada en las fronteras de Sonora-Arizona, donde muere la mayoría de los migrantes, que conforme al reporte de la Patrulla Fronteriza, publicado en el portal de internet del Consulado de Estados Unidos en México, en 2010 fallecieron 200 indocumentados.
Treinta y nueve mujeres y 161 hombres, con edades que oscilan entre los 16 años y los 40 años, de las edades más productivas, 34 personas desconocidas --Jane Doe, John Doe, como suelen llamar los americanos a los cuerpos no reconocidos-- entre las causas de muerte destacadas por la Migra están las de deshidratación, envenenamiento, colisión y homicidio.
Pero lo anterior es sólo el fin de la travesía, porque las violaciones a los derechos humanos de los 600 mil migrantes que anualmente llegan a localidades fronterizas (cantidad calculada por el  Colegio de la Frontera Norte) para intentar desde ahí el cruce hacia Estados Unidos, inician prácticamente desde que el migrante abandona su domicilio.
 Es pan de todos los días que los prestadores de servicios, a pesar de estar diseñados prácticamente de manera exclusiva para los migrantes, abusen de ellos al cobrar tarifas excesivas, además de sufrir robo, secuestro y extorsión, por los mismos “polleros”, las maras o los propios policías mexicanos del Instituto Mexicano de Migración.
Aún así, el tren México llega a su destino, porque dice el Buró del Censo norteamericano que de los 21 millones de residentes de origen mexicano, se estima que entre 8 y 8.5% nacieron aquí, y que entre tres y cuatro millones se encuentran ilegalmente en los Estados Unidos.
La dependencia federal indica que por parte del gobierno estadounidense, la Patrulla Fronteriza llevó a cabo 36,651 detenciones de "polleros"  entre 2003 y 2010, además de que el Instituto de Inmigración y Naturalización (INS) detuvo a 11.3 millones de inmigrantes indocumentados en ese mismo periodo.
Pero el precio es muy alto, porque en el camino se pierden muchas vidas, se dividen familias, quedan pueblos fantasmas, se pierden costumbres, aunque se solucione de momento el apremiante problema económico o lo que motive el abandono de la tierra.
Cuando entrevisté a Marisol Santis, una jovencita salvadoreña, 12 años, refugiada en un Albergue del DIF, a quien su mamá fletó en un tren en Chiapas, acompañada de un “pollero”, quien la abandonó en Ciudad Juárez, robándose los 3 mil dólares que cobró, mencionó el motivo de su riesgosa aventura: “Para estudiar”.
La adolescente reflejaba la tristeza en sus ojos al conversar sobre el sueño que se quedó en el camino al ser abandonada por el “pollero” y no poder llegar hasta Ohio donde la esperaban sus familiares.
¿Habrá algo más injusto que esa simple aspiración no pueda conseguirse en nuestros países? Justo por esta razón y por todas las demás mencionadas,  es que para miles de personas México dejó de ser su casa para convertirse en un tren, siempre viajando en busca de una vida mejor, a riesgo de muerte.

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